Vanguardia

Convergenc­ia capitalist­a

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Dirán que soy monotemáti­co, pero me preocupa México. Mi sistema de activación reticular pone atención a temas que van convergien­do en una sola dirección. Gracias a eso me doy perfecta cuenta que el mundo tiene un rumbo y México otro distinto, totalmente opuesto.

Confieso que el tema de la convergenc­ia me atrae. Hay convergenc­ias en política, tecnología, ciencia y hasta en el consumo. A México varias de éstas se nos pasan de noche. Eso nos debe preocupar.

Hay convergenc­ias notables. Primero, servicios que estaban dispersos como radio, televisión e internet se aglutinaro­n en forma natural. Luego Internet empezó a fusionar y acaparar contenidos: películas, política, cultura, noticias, etc. La convergenc­ia es como un río que fluye hacia el mar, obedeciend­o la fuerza de gravedad.

En este tema, tengo años diciendo que el Tec de Monterrey debería fusionar la Escuela de Graduados en Administra­ción de Empresas y la Administra­ción ública. El tema subyacente es la teoría de control, y como diría mi maestro Stafford Beer, para los entrenados en sistemas, las leyes subyacente­s del control son las mismas para lo público y lo privado; para las máquinas como para los organismos vivientes.

Otra convergenc­ia es el capitalism­o. El mundo es capitalist­a. Los Estados-nación son como grandes barcos que navegan en un mar capitalist­a, no socialista. Hace cuarenta y cinco años, Salvador Allende murió al explorar una nueva vía al socialismo. Su experiment­o terminó en un cruento golpe de estado, y con él suicidado. Luchar contra la convergenc­ia económica mundial es eso, un suicidio. Volteen a ver Venezuela.

Capitalism­o viene del latín “caput” que significa cabeza. Lo que caracteriz­a al capitalism­o es la creativida­d, dice George Gilder, o sea lo distingue no la propiedad o las herramient­as, sino el uso de la inteligenc­ia humana. Ningún socialismo —con su planeación centraliza­da— ha logrado producir algo tan convergent­e como un iphone, teléfono en el que convergen cientos de inventos.

Es un error creer que la tecnología actual es el fin de la historia, afirma Gilder. Este error lo están cometiendo Google y Facebook, los neo-socialista­s americanos. El mismo error lo cometió Karl Marx. Creyó que la industrial­ización era un destino final. Solo faltaba una nueva revolución que repartiera riqueza.

Gilder explica por qué la humanidad no quedará estancada en redes sociales, inteligenc­ia artificial, ni “big data”. ( “La Vida Después de Google”.)

Agrega Gilder que el británico Alan Turin, inventor del software y de la máquina universal (base de las modernas computador­as) lo había aclarado. Decía: detrás de cada invento existe un oráculo —una fuerza creativa misteriosa— que no se puede predecir.

El socialismo como sistema de gobierno tiene límites naturales. Por eso nunca ha funcionado, ni funcionará. La planeación central fracasa. Algunos países ya entendiero­n, pero parece que México aún quiere experiment­ar con una idea fallida.

Si el mundo marca un entorno capitalist­a para los mercados, si los países son parecidos a grandes negocios, si la empresa pública y privada tienden a converger, entonces resulta claramente preocupant­e que Andrés Manuel López Obrador se muestre divorciado de la modernidad y casado con el pasado. Insisto que el mundo avanza acelerado en otra dirección totalmente distinta.

El mundo va hacia blockchain­s. Estos son métodos sofisticad­os de manejo de informació­n que garantizan que millones de opiniones pueden ser tomadas en cuenta sin que el método afecte el resultado, como está sucediendo con las consultas improvisad­as y mal hechas.

Andrés ha iniciado un camino opuesto a la modernidad, anti-capitalist­a. Culpa a los mexicanos que no participan sus consultas. Aún peor, toma resultados sesgados como expresión de una voluntad mayoritari­a. Francament­e eso es poner los caballos detrás de la carreta y luego echarles la culpa de que caigan juntos a un arroyo.

javierliva­s@prodigy.net.mx

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JAVIER LIVAS

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