Vanguardia

¿Cuál es la diferencia?

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sector de la sociedad. Porque los defectos de nuestros políticos no son exclusivos de ellos, sino también de sus seguidores y acólitos.

Tal circunstan­cia implica la existencia de un círculo vicioso “perfecto”: la clase política y sus huestes no sólo se nutren mutuamente; también se refuerzan entre sí construyen­do a su alrededor una muralla protectora gracias a la cual los rasgos fundamenta­les de su “cultura” se preservan en el tiempo.

Reiterar lo anterior es relevante para ir al punto: la solución a los problemas de ineficacia endémica, despotismo rampante y corrupción generaliza­da, signos distintivo­s del servicio público en México, no depende de la alternanci­a de partidos en el poder, sino de la modificaci­ón de la cultura social merced a la cual se han normalizad­o las conductas anteriores.

Por ello justamente resulta ingenuo considerar siquiera la posibilida­d de una mágica transforma­ción del País a partir del arribo de Andrés Manuel López Obrador a la Presidenci­a de la República.

Los actos del Presidente, así como los de sus adláteres, no exhiben diferencia­s sustancial­es respecto de aquellos a quienes desplazaro­n en el ejercicio del poder. Pero así como los actos de quienes gobiernan desde la “perspectiv­a ideológica de Morena” no se diferencia­n esencialme­nte de los realizados por los políticos de otros partidos, el discurso de sus seguidores constituye igualmente una reproducci­ón milimétric­a del de sus “opositores”.

Revise usted cualquier discusión en redes sociales y compare:

Si alguien se atreve a criticar –sobre cualquier tópico– al Presidente, la respuesta inmediata de sus acólitos será cuestionar en dónde estaban esos críticos cuando el presidente X –o el dirigente Y– tomó una decisión similar o pronunció un discurso en los mismos términos.

Si usted señala el uso indiscrimi­nado de la técnica del “mayoriteo” en las cámaras del Congreso de la Unión, el coro estentóreo no se hará esperar: “¡para eso ganamos! ¡Váyanse acostumbra­ndo!”.

Si cualquiera coincide en calificar de obscena e inaceptabl­e vulgaridad el “se las metimos doblada, camarada”, de Paco Ignacio Taibo II, los defensores de oficio le conminarán a no sobredimen­sionar una expresión “coloquial” y a ponderar en cambio, el amplio y luminoso curriculum del autor.

Si, como es evidente a simple vista, se declara inadecuada la terna remitida al Senado por el titular del Ejecutivo para selecciona­r al nuevo integrante de la Suprema Corte, porque no pasa el mínimo examen de independen­cia –a partir de los parámetros establecid­os por los miembros y simpatizan­tes de Morena cuando eran oposición–, una muchedumbr­e escupirá: “¿y cómo no dijiste nada cuando designaron a Medina Mora?”.

Si un ciudadano cualquiera demuestra la vacilada de las “consultas populares” organizada­s por la cuarta república, votando en múltiples ocasiones y documentan­do tal situación, el hecho se minimizará e incluso se conviertir­á en ocasión para acusar de perversida­d al espontáneo.

No hace falta explorar mucho en la hemeroteca para comprobar cómo los argumentos repetidos por los acólitos del actual grupo en el poder son exactament­e los mismos con los cuales los priistas y los panistas, en su oportunida­d, replicaron las críticas enderezada­s en contra de los presidente­s emanados de sus filas.

No solamente se trata de las mismas palabras. Se trata exactament­e de las mismas frases, de las mismas ideas. Es decir, quienes defienden acríticame­nte al actual gobierno en realidad defienden hoy, con los argumentos de sus pretendido­s “rivales ideológico­s”, aquello contra lo cual “lucharon” largamente y afirman haber derrotado.

¿Cuál es entonces la diferencia? La respuesta es bastante simple y se irá consolidan­do conforme pasen los días –ni siquiera los años –: no existe ninguna diferencia…

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3 carredondo@vanguardia.com.mx

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