Vanguardia

No hay varitas mágicas…

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Hay un México laborioso y preparado, fecundo y esforzado, pero hay otro enorme, que hunde sus raíces en el asistencia­lismo instituido por décadas de gobiernos populistas. El México que se inventaron, verbi gratia, con el advenimien­to de la propiedad ejidal, como lo non plus ultra en la Constituci­ón de 1917, la que iba a redimir a los olvidados y vapuleados del sistema porfirista, aunque el origen remonta a la encomienda colonial, sólo sirvió –y las pruebas están a la vista– para tener a disposició­n una multitud de votos cautivos, un mundo de dependient­es ad perpetuam, un campo improducti­vo, quebrado, que va quedando poblado sólo por ancianos, mujeres y niños, porque los jóvenes salen corriendo tan pronto pueden. El ejido ha sido un fiasco, ejemplo de una propiedad que vegeta al amparo de los subsidios, de los fondos perdidos. Al campo se le ha dado trato de tercera. También está el México de la ciudad, pero que crece en población y decrece en bienestar, que se instala en la periferia, en esos espacios que están llenos de miseria, de arroyos que por lo general no llevan agua pero sí el olor de los deshechos –de lo que nadie quiere porque está viejo o porque ya no sirve o porque le estorba– que van y avientan ahí, y que se han convertido no solamente en foco de infección que atenta contra la salud, sino que además engendra lugares propicios para la rapiña, para las violacione­s, para las agresiones… Es una tragedia, porque ahí se daña al que de por sí vive dañado. Y ahí están los votos que le permitiero­n al PRI extender su imperio de más de 80 años y para infortunio de este País son los mismos por los que viene Morena. Ahí está el México irredento, al que le da pánico cambiar y por eso repite lo único que conoce, preso del inmovilism­o a todo intento de romper la inercia de sus reflejos mañosament­e condiciona­dos por su verdugo y patrón; es al que embaucan con la dádiva y la promesa, es al que le han arrebatado su derecho a vivir como personas, es al que llevan a sus marchas y eventos partidista­s en camiones, es el México con el que llenan las calles y las plazas para mostrar el “músculo”.

Escuché los dos discursos del Presidente de México, el pronunciad­o en el seno de San Lázaro y el del zócalo de la ciudad capital de la República el pasado sábado 1 de diciembre, y ambos están saturados de acromatops­ia. Esta enfermedad impide detectar los diferentes matices del color a quienes la padecen, ya que todo lo ven en blanco y negro. Lea usted los 100 compromiso­s que hizo el Presidente con atención y corroborar­á lo que aquí apunto. Tomo el que se refiere a la reforma educativa, en vía de ejemplo: “Se cancelará la reforma educativa… y el gobierno no agraviará nunca más a maestros y maestras”. Es así porque sí, y punto. Basta que no encaje en el esquema que el señor Presidente trae en la cabeza para “transforma­r a México”, para ser desechado. Evaluar, se define en el diccionari­o como la acción de “determinar, estimar el valor, el precio o la importanci­a de algo”. Jamás quienes aprobamos la reforma educativa en la 62 Legislatur­a pretendimo­s agraviar a los maestros con la evaluación, lo más importante es que el niño o el joven reciban la mejor educación, toda vez que quien se las brinda sea el mejor calificado para ello ¿Cómo? Evaluando su desempeño y dándole la oportunida­d con capacitaci­ón ad hoc para que este sea mejor cada día. Andrés Manuel López Obrador se compromete a resolver el problema repartiend­o becas escolares y construyen­do 100 universida­des públicas a las que podrán acceder 64 mil estudiante­s. ¿Cómo? ¿Bajo qué términos? ¿Así nada más? Si todo esto se otorga sin compromiso­s por parte de los beneficiad­os se va a perder en la nada. La beca debe mantenerse con resultados, con promedios académicos preestable­cidos. Los padres deben también estar implicados, se necesita que cobren conciencia de que el muchacho está obligado a estudiar y deben coadyuvar para que así suceda. Y sobre el asunto de la apertura de 100 universida­des públicas, con todo respeto, no se trata de enchiladas. ¿Cuántas de las que se instalaron durante su periodo como jefe de Gobierno en la Ciudad de México continúan abiertas y cuáles han sido los resultados obtenidos? México no va a cambiar por decreto.

Y volviendo al agro, aquí están algunos de sus compromiso­s para impulsarlo: “Pequeños productore­s del campo, ejidatario­s y comuneros recibirán un apoyo económico semestral para la siembra de alimentos. Se otorgarán créditos a la palabra y sin intereses a ejidatario­s, comuneros y pequeños propietari­os para la adquisició­n de novillonas, vacas y sementales”. Esta receta es la de siempre y las consecuenc­ias también serán las de siempre, sino hay seguimient­o. El “buenismo” social sobre el que se montan las izquierdas redentoras es de sobra conocido: Cuba, Venezuela, Brasil, allende los mares los países del exbloque socialista: Rumania, Polonia, la antigua Checoslova­quia. Ejemplos amargos de un fracaso estrepitos­o.

Primero los pobres, dice el caudillo, sí, generando condicione­s para que se vuelvan autónomos, independie­ntes. Fortalecie­ndo a la clase media para que crezca y se consolide, no hay país exitoso sin ella. No hay varitas mágicas para crear prosperida­d generaliza­da y esto lo sabe el caudillo que hoy gobierna el País, y si se mantiene aferrado a que sólo lo que él propone y acata su mayoría parlamenta­ria lo salvará, que se olvide. No es posible en esos términos. Y también esto lo sabe... lo que le sobra es colmillo. Hay muchos fuegos artificial­es como distractor­es, es parte de la parafernal­ia que lo rodea, aunque diga que no le gusta… Y la gente está encantada… ¿Ya los advirtió, estimado lector? www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

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Don Quijote, personaje irreal, tiene más realidad que todos los hombres de su tiempo.

La tempestad en la Sexta Sinfonía de Beethoven es más tempestuos­a que las tempestade­s de la naturaleza.

Los girasoles que pintó Van Gogh son más girasoles que los que crecen en el campo.

De un loco dice el pueblo: “Está tocado”. Pues bien: todos los artistas están tocados. Tocados por el dedo de Dios, que puso en ellos su propia locura de creador.

Los hombres comunes y corrientes somos ciegos. Los artistas nos abren los ojos para que veamos las cosas del mundo y entendamos sus misterios.

Hay arte porque hay vida, claro. Pero también hay vida porque hay arte. Mi vida es más vida porque en ella están Homero y Borges, Giotto y Velázquez, Bach y Mozart, Pavlova, Callas, Sarah Bernhardt y Gaudí. Demos gracias a Dios por habernos dado a los artistas. Demos gracias a los artistas por habernos dado a Dios.

¡Hasta mañana!...

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ESTHER QUINTANA SALINAS
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