Vanguardia

Peregrino de amor

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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Cada año hago mi peregrinac­ión de una sola alma para ir al santuario de la Virgen. La hice cuando estudiante; la hago ahora; la haré mientras pueda caminar y camine conmigo la voluntad de Dios.

Salí de mi antigua casa -la de mis padres fue- y fui por esas calles que en cada esquina guardan un recuerdo: la de Santiago, que ahora se llama de General Cepeda; la de Juárez; después la de Victoria, por donde anda todavía el corazón... Crucé la Alameda de las normalista­s; todos tuvimos en ella amores y amoríos. Y por Carranza llegué a Pérez Treviño, en donde está la casa de la Guadalupan­a.

Estaba llena su casa. Gente de todas las condicione­s la llenaba, porque Ella es madre lo mismo de ricos que de pobres, igual de venturosos que de tristes. Lucía hermoso el templo, con pendones que proclamaba­n el mensaje: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”... Ahí, en ese santuario, recé con mi novia los 46 rosarios; ahí me casé con ella en día el más feliz de todos mis años y felices días.

Le recé a la señora mi plegaria, acción de gracias y suplicante acción. Advocacion­es mil tiene la Virgen, bellas todas, pero para los mexicanos esta es la más hermosa. Hecha de nuestro barro, la Virgen Morena es nuestra virgen. Moradora del Cielo, visitó al más humilde habitante de esta tierra, y lo bendijo, y a él le pidió casa y le llenó de rosas el ayate de modo que el milagro quedara con nosotros. Misterio grande es ése. Lo dijo con crípticas palabras Ramón López Velarde, que en su “Suave Patria” aludió al milagro del Tepeyac

sin mencionarl­o por su nombre cuando dijo: “... Anacrónica­mente, absurdamen­te, a tu nopal inclínase el rosal...”. Anacrónica­mente, porque en diciembre no se dan las rosas; absurdamen­te porque en la piedra floreció el rosal. También en esto hay que creer porque es absurdo.

Yo creo en el milagro. Yo creo en todos los milagros, pues uno veo distinto cada día. Y le recé a la Virgen, aun sin merecer estar ante ella, y me sentí en su regazo como el niño en el seno amoroso de su madre.

Después salí de aquella luz del alma a la del día, y caminé por la colorida verbena popular. Ahí se hallaba México, al mismo tiempo artesano y fayuquero. Voy a decirles qué compré. Compré un enorme pan redondo con una inscripció­n en letras de azúcar que decían: “Para mi llerno”, y se lo regalé a Rafa, mi quinto hijo. Compré chicharron­es “de conchía”, que así se llaman los que tienen la forma de una pequeña concha. Compré dulces de calabaza y de camote, procurando no molestar a las abejas que convertían la dulcería en un jardín. Y compré un artilugio prodigioso llamado “La rapidita”, que es una aguja mágica con la cual se pueden hacer bordados como de peluche con la figura de la Virgen o de un torero, o del Chavo del Ocho, a escoger. Seis compré para darlas a las buenas mujeres del Potrero, eternas bordadoras.

Luego subí a un taxi y en él volví a donde había dejado mi automóvil. Camino de mi casa iba como el jibarito: loco de contento con mi cargamento. No el de las cosas, sino el del alma. Llevaba la bendición de la Lupita; sentía su indulgenci­a plenaria sobre mí. Había hecho mi peregrinac­ión, imagen breve de esta otra peregrinac­ión, la de la vida.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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