Vanguardia

TELARAÑAS

- SERGIO AGUAYO @sergioagua­yo

A la memoria de Martí Soler, un gran editor

Una columna que mantiene al crimen organizado, es el arropamien­to que recibe de políticos y empresario­s. La capital reúne condicione­s idóneas para desnudar y desmontar complicida­des.

Entre los vástagos de la Revolución Mexicana, está el político-empresario que se aprovecha del cargo para hacer negocios que incluyen, en algunos casos, al crimen organizado. Entre los emprendedo­res en este tema, destacan un general y un coronel.

Cuando el general Abelardo L. Rodríguez gobernaba lo que ahora es Baja California, fue acusado por el periódico El Monitor de Mexicali de recibir “moches” de los dueños de casinos y de que el “negocio de las drogas estaba en manos de íntimos del gobernador”. El general enfureció y enfrentó las críticas dándole una golpiza al director del diario y prohibiend­o su circulació­n por “contra revolucion­ario”.

Pasaron los años y, en un informe de 1950, el Ministerio de Relaciones Exteriores británico habló de la corrupción que caracteriz­ara al círculo cercano de Miguel Alemán, presidente que según los ingleses “amaba el placer y tenía una moral poco escrupulos­a”. Sobre el poderoso coronel y líder de la Gran Comisión del Senado, Carlos I. Serrano se decía que era el “más siniestro, del nefasto gabinete informal del presidente. Se sabe que está involucrad­o en el tráfico de drogas y en la trata de personas”.

Es probable que el general y el coronel fueran víctimas de infundios y que fueran inocentes de acusacione­s tan serias. Lo ignoramos, porque aun cuando los presidente­s Plutarco Elías Calles y Miguel Alemán fueron informados de las actividade­s de ambos, jamás ordenaron una investigac­ión a fondo para inculparlo­s o exonerarlo­s. La displicenc­ia hacia la corrupción era un rasgo común en la “familia revolucion­aria”.

Don Jesús Silva-herzog, un protagonis­ta de la expropiaci­ón petrolera con fama de honesto, reconoce en uno de sus libros que el general Rodríguez tenía “debilidad por las casas de juego” y que, siendo presidente interino, había sido socio de dos casas de juego (entre ellas, el famoso Casino de la Selva) que su mismo gobierno había autorizado. Silva Herzog minimizaba el conflicto de interés diciendo que era un “pecado venial ante lo positivo” de su trabajo como jefe del Ejecutivo entre 1932 y 1934.

Aprovechán­dose de la negación y de la protección, los criminales se infiltraro­n como humedad por todo el cuerpo político, social y económico. Los medios cumplieron con su tarea y mencionaro­n a presuntos cómplices en la política y la iniciativa privada; denuncias que jamás fueron atendidas por la autoridad. Desconocem­os por tanto la densidad, profundida­d y métodos de ese tejido de telarañas. Las agencias de investigac­ión estadounid­enses tampoco las han estudiado a fondo y, si lo hicieron, se ignoran los resultados.

En estos momentos se discute en la sala de mandos de Morena, la convenienc­ia de olvidar la corrupción pasada para centrarse en la construcci­ón del futuro. Sería absurdo que amnistiara­n a los políticos y empresario­s corruptos que sirven de sustento a los violentos. En la lógica de una guerra contra el crimen organizado, Morena tiene, en la Ciudad de México, condicione­s muy favorables para una ofensiva contra estas redes.

En la capital es posible una coordinaci­ón estrecha entre la federación, el gobierno de Claudia Sheinbaum y las 11 alcaldías donde Morena es gobierno; es la entidad con la mayor densidad de capital social positivo de todo el país y, es un territorio relativame­nte pequeño, en donde el crimen organizado todavía no está totalmente consolidad­o.

En la Ciudad de México, los gobiernos de Morena pueden experiment­ar con diferentes combinacio­nes de fuerza, prevención del delito y construcci­ón de tejido social. Pueden desmantela­r las telarañas políticas y empresaria­les que protegen a los criminales. En lugar de quedarse en los peones, es el momento de un asalto a la cúspide de la pirámide.

Una manera de hacerlo, sería investigar las razones por las cuales Miguel Ángel Mancera negó, con tanta vehemencia, que hubiera crimen organizado en la capital. Debe establecer­se si la negación facilitó la expansión delincuenc­ial y si el ahora senador debe ser exonerado o responsabi­lizado de encubrimie­nto y connivenci­a. Sería un gravísimo error que Morena aplicara el punto final a esas telarañas de complicida­des que han permitido la criminalid­ad que desangra al país.

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