Billete al cielo
Santiago acaba de tener un hijo. Y muy especial. Tanto, que no ha pasado desapercibido a nadie. Tiene síndrome de Down.
Al inicio, varios lo llamaron para asegurarle que estaban con él en su dolor. Le ofrecieron su apoyo incondicional. Le dijeron que no se preocupara, que cualquier cosa que necesitara, podía contar con ellos.
Todo marchaba así hasta que recibió la visita de Roberto: «Santi -le dijo sonriendo-, te felicito. ¡Acabas de ganar un alma para el cielo!» Santiago le miraba algo extrañado. «Sí -continuó-, tu hijo llegó con un boleto directo al cielo, sin escalas. ¿Recuerdas eso de dejen que los niños vengan a mí? Pues mira, tu hijo siempre será un niño, se mantendrá inocente, cándido, puro. ¡Se irá directo al cielo!».
Muchas veces nos olvidamos de lo que realmente vale. Al final de la vida no contará la inteligencia sagaz ni la hermosura despampanante. Lo que a fin de cuentas valdrá será la belleza de nuestra alma. Por eso Santiago puede decir sin reparos que ya cumplió con la misión más importante de la vida de todo padre: llevar a su hijo al cielo.
Ahora quiero contarles lo que Felipe Méndez, un amigo de España, me ha relatado. Él no vino al mundo solo. Llegó hace 19 años de la mano de su hermana melliza, Rosario, quien padece síndrome de Down.
«Al inicio, mi mamá se entristeció porque no entendía bien lo que Rosario sufría. Lo único que sabía era que tenía una enfermedad. Fue un trauma muy fuerte. Por un lado me veía a mí, gordo, inquieto, lleno de vida. Y por otro, a mi hermana, delgada, débil, con dificultades en el corazón».
«Mi mamá se agotaba con todos los cuidados que debía prodigarle. Pero se dedicó a darle amor. Y ahora mi hermana se ha convertido en el centro de la familia. Si todos nos reunimos para algo, suele ser para celebrar cualquier cosa con mi hermana. Sin ella, estoy seguro que todo sería diferente».
Y continúa con una carcajada: «Es una niña inocente, un verdadero ángel. Para ella no hay maldad. Manifiesta lo que siente y piensa. Además, le vuelven locos los bebés y los animales. Cuando ve uno, no puede dejar de manifestar su admiración. En cierto sentido, ella valora lo que nosotros damos por descontado: la vida».
Rosario ahora estudia en una escuela especial de Madrid. Ahí le ayudan a desarrollar su vida con normalidad. Además, le enseñan un oficio en el que luego podrá trabajar, como la repostería o la jardinería.
Cuando pienso en Rosario y en todas las personas que tienen Síndrome de Down, no puedo menos que repetir lo que le dice su papá, José Méndez, «Tú eres una niña muy especial». Y es ese “se especial” lo que le gana un billete de vuelo sin escalas hasta el cielo…