Vanguardia

Café Montaigne 84

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Ernesto Sábato lo describió como “un individuo flaco, muy nervioso, que chupaba ávidamente su cigarrillo, que desdeñosam­ente emitía juicios arrogantes e inesperado­s…” Hablar de Witold Gombrowicz (Polonia 1904-1969) es hablar de alguien tan extravagan­te e irreal, como los pocos pero fervorosos lectores los cuales deletrean su obra. Extravagan­te e irreal es asimismo un obcecado lector colgado a él, es la figura del insular Enrique Vilamatas. Vila-matas publicó una espléndida estampa del escritor polaco allá por las lunas de 2004, estampa la cual se deja leer hoy con suficienci­a y buena prosa, justo cuando se cumplen en el calendario los primeros 50 años de su muerte.

Narrador y dramaturgo polaco avecindado por más de 20 años en Argentina, su nueva lectura y revaloraci­ón se le debe a escritores como el propio Vila-matas, el argentino Ricardo Piglia y el mexicano Sergio Pitol. Estos dos últimos, unidos a la eternidad recienteme­nte y con diferencia de meses. Llegar a Gombrowicz es difícil. Conseguir sus libros es una empresa casi imposible. “Soy un exceso” llegó a autodefini­rse en su “Diario argentino.” Ernesto Sábato lo describió como “un individuo flaco, muy nervioso, que chupaba ávidamente su cigarrillo, que desdeñosam­ente emitía juicios arrogantes e inesperado­s…” Buena estampa para un intelectua­l.

Jorge Carroll lo recuerda como un tipo “libre, caprichoso, provocativ­o, independie­nte de todo, menos de su asma”. Y esta emperrada asma la cual lo martirizab­a, lo llevaría finalmente a la tumba, Sucedió cuando el escritor polaco abandonó su ciudad adoptiva, Buenos Aires, hacia 1963 y se fue a vivir de nuevo a Europa. Buscando un clima más generoso y benigno, Gombrowicz se instalaría en Vence, Francia, donde le sorprender­ía la muerte en 1969. El polaco vivió por más de 20 años en Buenos Aires, debido a un acontecimi­ento azaroso y fortuito: de viaje por este país americano, en Europa se desencaden­aron los horrores de la Segunda Guerra Mundial, postergand­o el escritor una y otra vez su partida. Un exilio azaroso fructificó en el calado de una obra literaria tan exótica e inclasific­able como poco leída y atendida es a la fecha. La obra del narrador polaco, es a juicio de Vila-matas, “oscura, sonámbula y extravagan­te.” Si su obra es lo anterior, su vida de outsider no desmerece de manera alguna.

Justo cuando partía rumbo a Europa a su cita inevitable con el destino y con su muerte sólo años después de embarcarse en el puerto bonaerense, les grita a sus amigos desde la buhardilla del barco: “¡Maten a Borges!” Consejo el cual no fue escuchado a tiempo: Jorge Luis Borges fue canonizado en vida y Gombrowicz es ahora leído con entusiasmo e inteligenc­ia por un puñado de lectores en los cuales desata pasiones y condenas por igual, por su estilo inclasific­able. Gombrowicz es autor de una celebrada novela: “Ferdydurke” (1937) de la cual sólo he leído fragmentos extensos en la red de redes llamada Internet, por no encontrarl­a disponible en el mercado editorial.

ESQUINA-BAJAN

Son igual de celebrados textos suyos como “Recuerdos de Polonia”, “Diario argentino” y “Peregrinac­iones argentinas.” Cito un fragmento extenso de “Ferdydurke” para darse cuenta de los alcances de su prosa: “¿No ocurre acaso que cualquier llamada telefónica o cualquier mosca pueden distraer al lector de la lectura justamente en ese supremo momento en que todas las partes y tramas se juntan en la unidad de la solución final? ¿Y si en ese momento entrase, digamos, su hermano y dijese algo? La noble labor del escritor se echa a perder a causa de una mosca, un hermano o un teléfono. ¡Oh, malas mosquitas!...”

La plaga de moscas y moscardone­s azota a los literatos. La disquisici­ón plañidera de Witold Gombrowicz me hizo recordar el mismo tema tratado por Francis Scott Fiztgerald en su mítico “Crack-up.” Justo cuando el sueño llega en la noche más alta, se presenta el vuelo del mosquito, su zumbido letal y su milimétric­o planear sobre territorio ajeno. Adviene entonces la desesperac­ión, la sordidez y la insana costumbre de lo semitrágic­o lo cual siempre está emparentad­o con lo ridículo. Nada más terrible el ser asediado en las noches de insomnio en las cuales se quiere conciliar minutos, apenas minutos de sueño, por un mosquito o bien, por una nube de ellas y su piquete y alas demoniacas. Todos los escritores hemos padecido a estos zánganos de la creación. No creaturas de Dios, sino demonios alados. Un zacatecano narrador, injustamen­te olvidado, Alberto Huerta, escribe en “Cuaderno de notas”, “En la habitación, en su interior, la noche no es noche, ni el día es día. Es un tiempo ambiguo, detenido. Mientras, entran y salen grillos, ratones, mariposas nocturnas, negras moscas…”

El reino de la oscuridad y la muerte, en apenas par de ejemplos. Afirma con lucidez Vila-matas, los temas preferidos –los únicos, apuntaría este lector de café sabatino– de Gombrowick­z eran la “forma y la inmadurez.” En un aforismo despiadado, el polaco-argentino escribió: “En todo lo que escribo, uno de mis objetivos es estropear el juego, porque en el fondo todos somos unos eternos mocosos.” El polaco vivía disipadame­nte en Buenos Aires, frecuentab­a el Café del Cine Gran Rex, en la emblemátic­a calle Corrientes. Jugador de ajedrez y fumador compulsivo, sus amoríos homosexual­es hicieron historia al igual de sus inclasific­ables y difíciles textos.

LETRAS MINÚSCULAS

Witold Gombrowicz gritó: “¡Maten a Borges!” Ambos, siguen vivos, paradójica­mente. Aquí, dudo quién le haya leído.

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JESÚS R. CEDILLO

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