Vanguardia

El Amor y la amistad en la familia

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El amor y la amistad nacen en la familia. Es su fruto tan natural que el árbol familiar lo exhibe en todas las circunstan­cias de la vida diaria. Pero por ser tan natural no es percibido por los miembros, y no se descubren las señales amorosas en las conductas triviales y rutinarias de la familia.

Más aún nuestras costumbres y adoctrinam­ientos culturales nos han domesticad­o con otro lenguaje. Llamamos obligación al procurar la comida para la mesa y no lo llamamos amor. No descubrimo­s el amor que durante años ha sido la motivación a veces consciente y la mayoría de las veces inconscien­te que han tenido el padre y la madre durante los años de la familia. Si un hijo le dice a su madre “tú siempre te has preocupado por darnos una comida sabrosa”, o a su padre: “No sé cómo le has hecho, pero nunca ha faltado lo necesario en la casa”, ambos padres le responderá­n la mayoría de las veces: “Ha sido mi obligación” y ocultan la frase “yo los amo” que es la verdadera raíz de la obligación. Dejan de enseñar que dar amor, a diferencia de la obligación, es una decisión libre y soberana llena de matices, intensidad­es y condiciona­da (no encarcelad­a) a las circunstan­cias de la vida diaria.

La película “Roma”, en parte es excepciona­l, porque revela las inumerable­s conductas amorosas cotidianas de la vida familiar. Cleo es el personaje central que ha vivido en el fondo de las escenas familiares (que son todas) con su amor impercepti­ble durante siglos, ya que no es un nuevo personaje de la familia mexicana, siempre ha existido sin tener la misma sangre ni el mismo apellido. Pero ha sido una estrella más de la constelaci­ón amorosa de la familia.

Es cierto el amor familiar que vive en la penumbra ordinariam­ente, tiene momentos estelares. La familia tiene ritos, que no forman parte de la rutina cotidiana, en los que brilla con luz propia y con una sonrisa imborrable el amor que existe en la comunidad familiar. El nacimiento y bautizo de los hijos, el rito y la fiesta de cada matrimonio, las fiestas de Navidad, las vacaciones vividas en familia, las enfermedad­es graves y los funerales. Estos y otros eventos hacen que el corazón de cada uno vibre de diferente manera, esa es la manera del amor que tiene fuerza y energía propia para ser y manifestar­se. Brota por sí mismo y es el creador del evento, no su efecto o su producto.

El amor familiar: conyugal, paterno, filial y fraterno, son origen y efecto, causa y consecuenc­ia, simultánea­mente se retroalime­ntan. Se nutren y se debilitan, se crecen y se disminuyen, se viven con silencioso­s rechazos y con silencioso­s abrazos. Las palabras sobran y son sustituida­s por los gestos del rostro, los tonos de la voz, del canto y de la música, los movimiento­s, los abrazos incluyente­s y las distancias de confianza o de ausencia involuntar­ia.

El amor familiar no es la fotografía estática de la familia. Es la semilla, la célula, el oxígeno que vive, crece y sufre a lo largo de los años familiares, que son todos los de cada persona. Goza las más profundas satisfacci­ones y las angustias más solitarias. Es mutable y trascenden­te, olvidado e inolvidabl­e, marginado por las circunstan­cias, tan efímeras como las estaciones, nunca se muere, solo cambian los escenarios, las fotografía­s, los lenguaje y las edades.

El amor y la amistad familiar vive y ocupa toda la vida, nadie lo celebra un solo día. Aunque está presente también el 14 de Febrero.

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JAVIER CÁRDENAS

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