Vanguardia

Incredulid­ad saludable

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No es lo mismo fe que credulidad.

La fe es virtud teologal por la cual la voluntad, iluminada por la gracia, impera al entendimie­nto que acepte como verdadero lo que Dios revela, solo por qué Él lo revela.

El crédulo se distingue del creyente en que, acepta como verdadero lo que se expresa sin autoridad divina.

Hay una incredulid­ad que resulta saludable porque rechaza como falso lo que pretendía ser verdadero. Algunas incredulid­ades tienen por objeto una falsificac­ión y el resultado es no intoxicars­e, no ser engañado,

No creer lo que no es creíble es un acierto. El crédulo, en su ingenuidad, se traga el anzuelo junto con la carnada y puede comulgar con ruedas de molino.

Aquel monje vive en el monasterio de la montaña. El ambiente es de silencio y serenidad. La naturaleza es pródiga y exuberante. Bajo recias arboledas crecen delicadas flores. Al atardecer hay músicas en el fino concierto de los pájaros cantores.

El periodista se acerca con su grabadora e intenta una entrevista. Contempla el hábito de tela ruda, las sandalias hechas de tiras de cuero, las amplias mangas y la gruesa cuerda que rodea la cintura. No tarda en surgir la pregunta cáustica: “Hermano. ¿Existe Dios y usted cree en Él? Una leve sonrisa y un silencio empieza a ser la respuesta. Después, con lentitud y grave voz, responde el consagrado: “Hay un dios que no existe. En Él no se puede creer. El Dios que existe es creíble. Podemos creer en Él pero lo mejor es creerle a Él”.

El periodista se rasca la cabeza. “¿Cómo puede haber un dios que no existe?”. La respuesta del monje es inmediata: “Porque es un dios con minúscula. Es un concepto y una palabra que no correspond­e a una realidad. Es una divinidad deformada, mal captada, Es un dios imaginario. Es fruto de un antropomor­fismo. Consiste en atribuir al ser divino lo que es humano. También del Dios verdadero se podría decir que no existe, es decir que consiste, por así decirlo. No existe como existimos nosotros y todo lo creado. Toda creatura está recibiendo el ser. Solo el Creador no es recipiente sino fuente del ser.

Ya interesado el reportero sigue preguntand­o: “Entonces, hermano, ¿Usted cree en Dios?”

Acerca la grabadora para mejorar la recepción. “Hay un dios en quien no creo. Es el que no existe. Ese que es obra de la imaginació­n.” “Puede usted ser más explícito?” El monje parpadeó y aspiró profundo: “No creo en un dios sordo, al que tenga que estársele diciendo: óyeme. No creo en un dios perezoso, lento y distraído al que hay que apresurar. Tampoco en un dios amenazante, severo y vengativo, colérico y prepotente. Mucho menos en un dios indiferent­e, olvidadizo, mudo o ausente o en un dios sirviente o en un dios muerto”.

Espera un momento el visitante y el monje concluye “Solo creo al Dios que existe dando el ser a todo lo que existe con poder, sabiduría y amor siempre presente”. El sonido de una campana interrumpi­ó la conversaci­ón... Con un saludo se aleja el monje y, con paso ligero, se apresura a cantar las Vísperas con su comunidad...

El periodista se va con paso lento. Acerca la grabadora a su oído y contempla la puesta del sol...

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