Un arma certera para matar
A los jabalíes para amansarlos se les acorrala dándoles maíz. Lo primero es localizar el sitio donde acostumbran ir a comer, ahí se les pone el grano. Los animales empezarán a comerlo gratis y se acostumbrarán a ello, enseguida hay que ir construyendo una cerca alrededor del punto, poco a poco, para que no se ahuyenten. Finalmente se pondrá un portón que permanecerá abierto, para que agarren confianza, y un día, cuando esté toda la piara en la ingesta “regalada”, la cerrarán. Se percatarán de que ya no son libres y van a cabrestear al principio, pero como ya se acostumbraron a no tener que buscar por si mismos el alimento, porque ahí lo “dan”, irán aceptando su nueva condición. Se mostrarán agradecidos e irán transmitiendo la genética de la “conformidad” a las siguientes generaciones, incluso irán felices hasta muerte, que se las procura el mismo que los alimenta. Hay gobiernos que emulan este “edificante” ejercicio, amansan a la gente con dádivas, las dádivas son de naturaleza diversa. En México es práctica institucionalizada. Cada nuevo “gobierno salvador” reparte el dinero que se roba de los contribuyentes –la clase media cautiva es la gallina de los huevos de oro– y con el disfraz de “programas sociales” se aboca a repartirlo en asistencialismo de toda laya. Así logra domar sistemáticamente a la masa, porque para los gobiernos populistas no existen personas, sólo masas. Y la gente está acostumbrada a ser tratada con esa indignidad. Aquí en Coahuila, verbi gratia, a verdaderos pillos que gozan de “cabal” impunidad hasta les ponen altares y les prenden veladoras. De ese tamaño es la enajenación inducida y aceptada. Por décadas el PRI tejió su red de dependientes ad perpetuam, y con ella pudo gobernar durante 70 años ininterrumpidos, volver después de los dos sexenios de la alternancia y mantenerse hasta el día de hoy en algunas plazas, como Coahuila.
La gente convertida en cliente entrega su voto a cambio de favores, léase puesto público, despensas, materiales para la construcción, dinero en efectivo, becas para diversidad de personas, concesiones, licitaciones “amañadas”, y todo lo que a la “generosidad” gubernamental se le ocurra para el acorralamiento consentido. Esto se denomina “Clientelismo Político”, o sea, la utilización abusiva del poder del Estado para lograr votos a favor del partido en el gobierno. En su columna del pasado 30 de enero, Héctor Aguilar Camín, refiriéndose a la administración federal en turno, escribió: “No creo que el gobierno mexicano, sea propiamente de izquierda, es más bien gobierno clientelista de altos vuelos”. Comparto su opinión plenamente. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador es un gobierno clientelista 100 por ciento. Las evidencias están a la vista, la economía del País le importa una pulga y dos con sal, porque es a la que se está llevando al abismo con todo lo que ha hecho en estos dos meses y días de gobierno y lo que le falta. Su objetivo es instalar su red clientelar y mantenerse en el poder vía su partido político hasta la consumación de los siglos. Con la cancelación del aeropuerto, las becas a las personas de la tercera edad, a los “ninis”, el servicio de salud en el IMSS o en el ISSSTE seas o no seas derechohabiente, los 8 mil pesos para que ya no se dediquen al huachicol, etcétera, etcétera, está sumando a sus filas toda la corte de agradecidos, de dependientes de por vida, de aduladores por mandato de cuota, que estarán en las urnas sufragando por Morena en cada proceso eleccionario, igual que antes por el PRI. Y se explica, el señor López es egresado de sus filas.
Quienes se benefician del clientelismo político necesitan poder –él ya lo tiene todo–, necesitan gente con carencias, estructuras institucionales débiles para poder operar informalmente, y lo más importante, es imperativo que sus “clientes” tengan una “cultura de cliente”, es decir que justifiquen y vean “muy natural” la práctica del clientelismo político. Este es un sector; pero hay otro, el que se integra con aquellos que ven a la política como el espacio ad hoc para obtener ventajas personales o grupales, directas e inmediatas, a costa de lo que sea. ¿Quiere un ejemplo? Sí… la CNTE, 40 escaños en la Cámara de Diputados federal… Amarradas sus reformas para la cuarta transformación ¿a cambio de qué? De hacerse de la vista gorda ante todos los desmanes que se les ocurran, de echar abajo la reforma educativa, de 5 mil nuevas plazas magisteriales sin la monserga del examen para acceder a las mismas, y millones de pesos en bonos. Revise su gabinete… tan variopinto, en el que hay verdaderamente impresentables, o dado su perfil, en el cargo que no les corresponde… ¿Y qué? Son clientes. En el sistema político imperante es “normal” relegar competencia y sustituirla por afinidad ideológica o amiguismo. Al diablo con los méritos. El clientelismo mata a la ciudadanía, la transforma en clientela y la clientela no reclama derechos, sino favores.
¿Cómo se combate al clientelismo político? Con educación, con políticas públicas inteligentes generadas desde el gobierno para que la gente se vuelva autosuficiente económica, social, política y culturalmente, con institucionalidad apegada a derecho, con tecnología de punta, entre otras. ¿Los ve por algún lado? Y el remate, el Presidente de la República ni ve, ni oye, ni mucho menos escucha, salvo a sí mismo, partiendo de que está convencido de que la razón la lleva inmersa en su persona… y ya con eso pues todo lo demás es irrelevante.