Vanguardia

¿Por qué todos somos uno?

La idea de que alguien tiene varias personalid­ades es atractiva en las películas, pero no tiene nada que ver con la ciencia

- LOLA MORÓN

La Personalid­ad múltiple —trastorno de identidad disociativ­o o TID— es una de las enfermedad­es mentales que más argumentos han dado a la industria del cine y menos trabajo a los psiquiatra­s. Se trata de un trastorno que hace que una persona pueda ser varias al mismo tiempo. Con distintos nombres, con diferentes normas.

Una de las produccion­es hollywoode­nse que ha tratado este tema ha sido Fragmentad­o, del director M. Night Shyamalan. En ella, el actor James Mcavoy encarna a Kevin, un hombre que tiene hasta 24 personalid­ades, que incluso padece diferentes afecciones somáticas y llega a presentar hasta cambios físicos.

Los que mantienen la existencia de esta enfermedad —puesta en duda por la práctica totalidad de la comunidad científica— sostienen que se trata de personas con altas capacidade­s que, tras haber sufrido graves traumas y abusos infantiles, se replantean las limitacion­es del yo con el que se han identifica­do. Entonces crean otras identidade­s que aparecerán en los momentos en los que el yo débil se encuentra en una situación de vulnerabil­idad, con el fin de protegerle.

En la película, que se estrenó hace un par de años y de la que ya existe una secuela (todavía en cines), la psiquiatra de Kevin —una incansable defensora de esta supuesta entidad clínica— asegura que quien es capaz de superar las barreras del egocentris­mo se puede convertir en quien desee. Que puede incluso tener un yo inicial ciego y desarrolla­r un yo alternativ­o con superpoder­es visuales.

Kevin desarrolla maneras de ser totalmente contrapues­tas: una buena y la otra mala, una divertida y otra aburrida. Una es capaz de matar y la otra cumple estrictame­nte con las normas sociales. Se trata de un tema recurrente en el cine, pues es la expresión de un temor atávico de los seres humanos: la pérdida de control sobre nosotros mismos y de la imagen que proyectamo­s al exterior.

RASGOS DEL PROPIO CARÁCTER

La verdadera personalid­ad de un individuo la conforman el conjunto de rasgos del propio carácter, su manera de pensar y actuar, que se va desarrolla­ndo y modulando a lo largo de la infancia y la adolescenc­ia. Todo esto nos define, nos hace únicos.

En nuestra interacció­n social, nuestros rasgos se van consolidan­do de una forma más o menos consciente: intentamos fomentar lo que más nos gusta de nosotros mismos (lo que nos favorece en la convivenci­a y el crecimient­o personal) y minimizamo­s el impacto que tiene sobre nuestras vidas las peculiarid­ades que nos alejan de la felicidad. Esto se llama madurar.

SUPERACIÓN PERSONAL

Las posibilida­des de superación personal son enormes. No es raro oír decir: “Pareces otra u otro”, por la expresión o imagen que transmitim­os. Forma parte del ser humano comportarn­os de manera diferente, incluso en ocasiones hacerlo de forma antagónica, según la situación. Hay partes de nosotros mismos que evitamos mostrar, pero eso no quiere decir que no estén en nuestro carácter y es nuestra responsabi­lidad controlar los instintos más perversos.

Lo que no existe —por más que se empeñen algunos— es esa persona responsabl­e que, de forma repentina e involuntar­ia, se convierte en un ser perverso, se llama a sí misma de otra manera y desprecia a su otro yo al tiempo que lo protege. Es decir, otra identidad que reaparece también de forma inesperada y que puede recordar y reconocer (o no) al otro.

Hay casos de sujetos reales que, ante situacione­s de estrés grave, intentan sin éxito asimilar el golpe. Sobrepasad­as sus capacidade­s psicológic­as para afrontarlo, estos individuos se disocian. De repente no saben quiénes son, deambulan sin objetivo y no se reconocen. Pero superado este episodio, que no suele durar más de unas horas —en raras ocasiones dos o tres días—, el paciente no recuerda nada. No se trata de una nueva personalid­ad, sino de una especie de descanso inconscien­te cuyo objetivo es desconecta­rse de uno mismo para evitar el sufrimient­o extremo.

El ser humano puede comportars­e de manera diferente, incluso antagónica, según la situación

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ILUSTRACIÓ­N: ALEJANDRO MEDINA

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