Vanguardia

Malamujer

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

En el Potrero hay una hierba llamada malamujer. No puedes tocar sus erizadas hojas, pues te cortan o punzan. Los animales la temen; ni la omnívora cabra voraz se acerca a ella.

En mi último viaje oí una historia que me hizo pensar en esa hierba. Así como hay una hierba malamujer así también hay mujeres mala hierba. Me resulta difícil decir tan dura cosa, pues pertenezco al mester de juglaría y tengo por tanto una elevada idea de la mujer. Lo mío es la trova yucateca, no la canción de Lara. Palmerín y Guty hablaban de la mujer como de un ángel o una diosa, en tanto que el Músico Poeta veía en ella un ser terrenal, y aun de lodazal: “Vende caro tu amor, aventurera...”. “Te quiero aunque te llamen pervertida...”.

No sé por qué en el curso de mis viajes la gente me cuenta tantas cosas. Piensan quizá que no me volverán a ver. O a lo mejor mis canas inspiran la confianza de un abuelo. He oído decir que parezco cura, y hay quienes perciben en mi voz un tono clerical. El caso es que perfectos extraños, y también extraños imperfecto­s, me cuentan sus cosas íntimas por propia voluntad, sin yo haberles preguntado nada. Entonces me entero de historias que me dejan turulato y que sacuden desde los cimientos el ya de por sí precario edificio de mis conviccion­es.

Por ejemplo, esta es la historia que contóme un día un hombre joven. Se casó con una muchacha de la que siempre estuvo enamorado, y que siempre le dio a entender que lo quería. Tuvo con ella dos hijos, un niño y una niña. Para ellos trabajaba con afán; logró comprarles una pequeña casa y darles una vida decorosa según su condición. Todo iba muy bien; la vida de aquel muchacho era un pequeño paraíso.

Una noche, cuando llegó de trabajar, la joven esposa le dijo que la niña tenía ganas de una hamburgues­a, y le pidió que fuera a traérsela. “Llévate al niño –le dijo–. Está un poco aburrido; le hará bien salir contigo”. Fue el muchacho y compró hamburgues­as para todos. Cuando volvió a su casa su esposa ya no estaba. Tampoco estaba su hija. Abreviaré el relato si digo que de eso hace cinco años y nunca ha vuelto a verlas. Alguien le dijo que su mujer se fue con otro hombre a los Estados Unidos. La madre de la muchacha sabe dónde está, pero no se lo dice. Al niño esa mujer le cuenta que su mamá se fue para ganar mucho dinero y darle luego una vida mejor. Pero el pequeño dice que jamás le perdonará a su madre haberle quitado a su hermanita. “¿Qué harías si regresara?” –le pregunta su padre–. “La escupiría” –responde el niño. Y me dice el muchacho con voz transida de tristeza: “Menos daño habría hecho si se hubiera llevado a los dos”.

Yo me atrevo a hacer una profecía. “No te extrañe –le digo– si el día menos pensado regresa tu mujer a pedirte perdón”. Me contesta: “No quiero ya saber de ella. No quiero ya saber de ninguna mujer. Con ninguna he estado desde el día que mi esposa me dejó”.

Yo estoy verdaderam­ente emocionado, conmovido. Por eso no le pregunto algo que ardo en deseos de saber: ¿ha vuelto a comer hamburgues­as?

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