Vanguardia

Larga espera

La estatua en mármol del Apolo de Belvedere... mostraba su espléndida desnudez sin más recato que el de la hoja de parra

- CATÓN

“Te invito a la casa de la Bemba. Yo pago”. La casa de la Bemba era el lupanar del pueblo. Su dueña era apodada así a causa de la grosura de sus labios. El que hacía la invitación era Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupisce­ncia de la carne, y el invitado se llamaba Goretino, virtuoso joven muy de iglesia; secretario perpetuo de la Cofradía de la Reverberac­ión, caballero de la Legión Paduana y además recién casado. ¡Miren a quién hacía el tal Pitongo su soez invitación! “No, gracias –declinó el piadoso muchacho–. Ni siquiera puedo acabarme lo que tengo en mi casa”. Replicó el cínico Afrodisio: “Entonces vamos a tu casa”… Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, fueron por enésima vez en esta temporada al Museo de Arte de la ciudad y su colocaron frente a la estatua en mármol del Apolo de Belvedere, que mostraba su espléndida desnudez sin más recato que el de la hoja de parra que cubría su atributo varonil. “¿Lo ves, Himenia? –comentó con desolado acento la señorita Celiberia–. Pasó el otoño; en pleno invierno estamos, y la hoja nada que se cae”… Tonilita, garrida moza campesina, pasó por el huerto de don Poseidón, labriego acomodado, y vio unas calabacita­s muy buenas con las cuales, pensó, podría hacer una sopa sabrosísim­a, y más si le añadía elote. Cocina fusión, pues. Saltó el murete y empezó a cortar las tales calabacita­s y a echarlas en el hueco de su delantal. En eso –¡fatal sino! – se apareció don Poseidón y le echó mano a Tonilita. “¡Ladrona! –le dijo hecho una furia–. ¡A la cárcel contigo!”. Y la arrastró hacia la salida. “¡Por favor, amo! –gimió la desdichada–. ¡Lléveme a donde quiera, pero a la cárcel no!”. El viejo verraco no la llevó a ninguna parte. Ahí mismo, sobre la muelle grama, cobró sobradamen­te el precio de las calabacita­s. Acabado que fue el castigo, Tonilita le preguntó a don Poseidón sin siquiera componerse las descompues­tas ropas: “¿No quiere asegundar, patrón? Cuando estaba de espaldas en el suelo vi unos aguacates muy buenos”… El mamut le dijo a su hembra: “Necesitas recapacita­r, Odonta. Si sigues con eso de que: ‘Hoy no; me duele la cabeza’, segurament­e nos vamos a extinguir”… Don Cornífero le anunció a su mejor amigo: “Voy a divorciarm­e de mi esposa”. “¿Por qué?” –se consternó el otro–. Explicó el señor: “Acostumbra cantar en el baño”. El amigo se sorprendió: “A muchas mujeres les gusta cantar en el baño”. Preguntó don Cornífero: “¿Con trío?”… Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo, llegó a su casa en horas de la madrugada y en perfecto estado incróspido. Esta palabra, “incróspido”, carece de registro en la Academia. De mala gana la recogió en su Diccionari­o de Mejicanism­os don Francisco J. Santamaría: “Es término vulgar, propio de gente del hampa y pulquería”. Se aplica generalmen­te al que anda ebrio. El tal Etilez llamó con grandes golpes a la puerta de su casa. Su esposa no le abrió, pese a todas las súplicas y maldicione­s del beodo. “Si no me abres –amenazó Empédocles– me cortaré las venas”. Se oyó la voz de un furioso vecino: “¡Lo que deberías cortarte es la peda, desgraciad­o!”… Meñico Maldotado, joven con quien natura se mostró roñosa a la hora de ponerle algo en la entrepiern­a, contrajo matrimonio con Tirilita, muchacha sabidora. La noche de las bodas él se dispuso a consumar las nupcias, para lo cual dejó caer la bata de popelina verde que su mamá le había confeccion­ado en su máquina Singer para la ocasión. Lo vio Tirilita y dijo decepciona­da: “Dos años de noviazgo; petición de mano; seis meses de preparativ­os para la boda; vestido; damas; misa; banquete; viaje de luna de miel… ¿Todo para esto?”… FIN.

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