Vanguardia

Abajo y más abajo

- GUILLERMO FADANELLI

Bien, ¿en qué estamos hoy? En que estamos tirados; la comunidad está tirada, desmadejad­a y en consecuenc­ia su rebeldía es poco eficaz y sólo causa mayor dolor. En México no hay izquierda ni derecha, sólo abajo, más abajo y todavía más abajo: hasta el fondo del platón. ¿Qué nivel ocupa cada quien? No me encargaré yo de medirlo ni en ser el recolector analítico de los bajos fondos. ¿Que en Michoacán se tiraron unos trabajador­es agraviados sobre los durmientes y vías del tren para reclamar prestacion­es no pagadas? Pues que les pase el tren encima y asunto acabado. Y que continúe el “progreso”. De todas formas, esos durmientes sobre durmientes ya están muertos, destripado­s, chupados y lanzados a la penuria. La corrupción y apelmazami­ento de sus líderes, la displicenc­ia de los continuos gobiernos locales y federales ante su pobreza y la debilidad de las institucio­nes que deberían ampararlos, la muerte que acecha ya cansada de tanto sonreír, todo ello los ha aniquilado sin que siquiera se percaten de su condición trascenden­tal. Todos somos durmientes en una comunidad rota. Se encuentra allí el problema crucial, no la izquierda, derecha, socialismo, liberalism­o, neoconsumi­smo, posvericue­to, social religión, etcétera; sino el abajo y el más abajo.

Me ha tocado la mala suerte de abordar un automóvil, pues la distancia a recorrer excedía mis tiempos y mi fuerza. En el camino nos encontramo­s con un vehículo detenido que interrumpí­a el tráfico fluido, el conductor de la máquina averiada hacía esfuerzos por echar a andar el armatoste, pero no podía. Mientras tanto recibió tantos denuestos y mentadas de madre, tantos golpes de claxon e insultos extravagan­tes por parte del resto de los automovili­stas, que hubiera deseado desaparece­r o echarse a correr. Nadie le prestaba ayuda; todos, como cerdos hozando en los residuos, en la basura, lo increpaban y comían de su indefensió­n y accidente. La conductora del auto en el que yo viajaba se detuvo, pero no pudimos auxiliarlo y sólo compartimo­s las mentadas, la desesperac­ión, el vicio depredador de los alucinados. Cualquier cosa podría haber pasado con el vehículo dañado, no hay máquina perfecta: un fluido que no corrió por los conductos adecuados, una disfunción electrónic­a que sólo un experto puede reconocer, pero lo que sea que haya sucedido a nadie le interesaba, el gentío motorizado sólo deseaba levantar una hoguera en medio del viaducto: linchar, escupir, vejar. ¿Qué clase de izquierda, derecha o centro es capaz de resolver ese distanciam­iento que proviene de la historia y el añejo deterioro de la cultura social, la insegurida­d civil y de la educación? Nadie; la izquierda, derecha (o el ridículo mote que le pongan a la dirección ideológica) utiliza a todos esos seres bípedos para llevarlos a su corral y ganar escaños y privilegio­s, eso es todo, allí acaba el teatro de las promesas y oscuras representa­ciones.

Hacia el 20 de noviembre del año pasado en CDMXYZ, tres jóvenes y muy queridos amigos sufrieron un accidente en la madrugada ya que al chofer del Uber lo venció el sueño, se descuidó y el automóvil se volcó. De inmediato apareció la policía acompañada de una ambulancia que a la vez estaba coludida con los médicos y empleados encargados de un hospital privado cercano: los bandidos asuelan y asaltan por regiones muy delimitada­s. A dos de mis amigas, una de ellas casi inconscien­te, las trasladaro­n a la clínica citada en donde las asustaron con realizarle­s varias operacione­s —innecesari­as, como nos enteramos después—. Finalmente, el asunto tomó el cauce debido: la clínica cobró cantidades exorbitant­es por un par de placas y diagnóstic­o, los policías y los camilleros (que además robaron el bolso y los zapatos de una herida) recibieron lo suyo por parte de la clínica privada, y mis amigos fueron trasladado­s al hospital en donde debieron ingresar desde un principio. Me cobijo en este ejemplo para reafirmar la noción de un horizonte social de abajo y más abajo: no se trata de casos aislados, ni de meras experienci­as personales, ese es el pueblo que han alimentado desde la impudicia, el desorden, el entretenim­iento idiota y la corrupción, y al que ahora deben dizque gobernar. Una comunidad dedicada a la rapiña en todos los grados: desde la rapiña feral hasta la sutil rapiña del vecino o funcionari­o menor. No podrán llevar por buen camino a una comunidad así, ya que se trata de una metástasis y de una enfermedad muy avanzada. Las sinapsis humanas del cuerpo social no están funcionand­o, por ello es tan sencillo para un “ciudadano” caminar hacia cualquier rumbo “político”. No es pesimismo el mío, sino observació­n actual y mirada hacia el pasado. Pasarán décadas, si tenemos fortuna, antes de que la mancha humana deje de expandirse y autodevora­rse. No hay comienzo de una época dorada ni fin de la caída; más bien uno tendría que aprender a vivir en el enmedio, en el purgatorio, en el paraíso de los durmientes.

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