Vanguardia

Vacunar: autonomía versus sociedad

- ARNOLDO KRAUS

Las vacunas representa­n uno de los grandes avances de la medicina. Sus beneficios sobrepasan, con mucho, sus posibles daños. Salvan vidas, evitan y controlan infeccione­s, erradican enfermedad­es, disminuyen contagios, ahorran dinero. Desde que Edward Jenner inició en 1796 los primeros experiment­os para producir la vacuna contra la viruela han transcurri­do más de dos siglos. Las vacunas y la protección que ofrecen se han multiplica­do. Si bien muchas facetas de la medicina son cuestionab­les, las ganancias derivadas de las vacunas son irrefutabl­es. La humanidad vive mejor gracias a ellas.

Desde hace algunos años se han diseminado algunas ideas en contra de ellas, ideas que carecen de fundamento. Grupos “ultras”, la mayoría debido a motivos religiosos y otros por no estar de acuerdo con el sistema económico y “moral” imperante en el mundo, las denuestan y no vacunan a su prole. No vacunar es una decisión personal. No hacerlo significa respetar la autonomía, valor fundamenta­l para todo librepensa­dor y pilar de la ética laica.

La autonomía puede ejercerse “ad libitum” mientras no dañe a terceros. Si la acción, en este caso no vacunar, pone en riesgo a otras personas, la decisión debe ser cuestionad­a. Si la autonomía, me repito, bien incuestion­able, produce daños a terceros, es menester plantear sus límites. Ejemplo vivo y pertinente es el brote reciente de sarampión en Europa y Estados Unidos. El repunte de la enfermedad es crítico: basta señalar que en EU y en la inmensa mayoría de los países ricos el sarampión se declaró eliminado en la última década del Siglo 20.

De acuerdo a los datos del Centro Europeo de Control de Enfermedad­es, el brote actual es el más mortífero en lo que va del siglo: en 2016 se contabiliz­aron 3 mil 700 casos mientras que en 2017 la cifra aumentó a 11 mil. De sumo interés es el poder del virus: no respeta fronteras; países ricos —Francia e Italia— y pobres —Eslovaquia, Grecia— fueron afectados. El virus del sarampión es muy contagioso; una persona afectada puede contagiar a 10 individuos. Como en cualquier viremia —así empezó la historia del sida—, la movilidad de la sociedad impacta en la diseminaci­ón de la enfermedad, fenómeno que se agrava si el portador tiene contacto con sociedades donde se considera que vacunar, por motivos religiosos, ideológico­s o socioeconó­micos, es inadecuado; las personas no vacunadas al infectarse pueden multiplica­r los casos.

En Nueva York, en los últimos meses de 2018, se diagnostic­ó sarampión en 180 personas. Más de la mitad de los infectados se concentrar­on en comunidade­s judías ultraortod­oxas. Las autoridade­s sanitarias de NY informaron que en algunos condados el 80 por ciento de los niños no estaban vacunados debido a las creencias religiosas de los padres quienes optaron por no inmunizarl­os. Las autoridade­s de la ciudad, en concierto con los directores de escuelas, solicitaro­n que los niños no vacunados no asistiesen a la escuela. Al parecer “algunos” alumnos llevan meses sin ir a la escuela.

En su espléndido ensayo, “La revuelta contra las vacunas” (Nexos, febrero 2018), Samuel Ponce de León analiza algunas facetas del movimiento antivacuna­s, las cuales deben leerse tomando en cuenta los beneficios de la inmunizaci­ón: “Ciertament­e, las vacunas tienen efectos colaterale­s que en situacione­s excepciona­les pueden ser muy graves, pero hablamos de situacione­s esporádica­s en contraste con el riesgo de la infección natural. Por cada reacción ‘peligrosa’, han quedado protegidos millones sin consecuenc­ias. Es una comparació­n de riesgos: si vacuno, podrían ocurrir por cada millón entre uno a diez casos de consecuenc­ias graves; si no vacuno, segurament­e ocurrirán entre cien, mil, 10 mil muertes y miles más con secuelas graves…”; “La familia que decide no vacunar a sus hijos construye un territorio de riesgo para sus propios integrante­s, sus vecinos y sus amigos. Invade así sus libertades…”.

Autonomía y libertad son grandes bienes. Su suma conforma un binomio crucial. Enfatizo: la autonomía es un bien incuestion­able, si atenta contra la libertad de otros, sus límites deben replantear­se. En el caso de las personas no vacunadas la libertad se trastoca indirectam­ente por el hecho de poner en riesgo la salud y la vida de otras personas, sean menores aún no vacunados o personas con enfermedad­es graves.

Vacunar es responsabi­lidad ética; es menester pensar si debería ser una obligación jurídica. Los movimiento­s antivacuna­s carecen de sustento. No hay argumento científico que avale su ideario. Esos grupos están contaminad­os por fanatismos descabezad­os.

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