Vanguardia

Del santo Evangelio según san Lucas

5, 1-11

- Pbro. Juan Manuel Ledezma Ramírez Capellán Capilla de La Inmaculada Concepción Centro Hospitalar­io La Concepción pledezma@laconcepci­on.com.mx

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarca­do y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Palabra del Señor. El pasaje del Evangelio de Lucas presentado para este domingo nos propone una temática muy amplia para meditar: La fuerza de convocator­ia que tiene la palabra de Dios; el mar como cátedra de Dios; la obediencia del discípulo; la pesca milagrosa; la conversión, etc. Cuando la persona de Jesús llega a la vida del hombre no toma los niveles de la superficia­lidad, sino que quiere llegar al centro transforma­dor de la persona para moldear sus criterios y enriquecer la vida: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero confiado en tu palabra, echaré las redes”. El hombre y la mujer oyentes de la palabra la escuchan con atención, la meditan, la celebran, la hacen vida desde la fe, como ocurre con el profeta Isaías en la primera lectura, que al escuchar la voz de Dios la abre a la disponibil­idad y al servicio: “Escuché entonces la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía? Yo le respondí: Aquí estoy, Señor, envíame”. La predicació­n de la palabra no se reduce a una simple palabrería hueca, sino a la fuerza que posee en sí misma, como nos lo recuerda Pablo en la carta a la comunidad de Corinto: “Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Este Evangelio los salvará, si lo cumplen tal y como yo lo prediqué. De otro modo habrán creído en vano”. Es la buena noticia de salvación que contiene los ejes fundantes de la fe de los cristianos: la muerte y resurrecci­ón de Jesucristo en favor de la humanidad.

Sentado en la barca, enseñaba a la multitud

Hoy, el Evangelio nos sorprende con una multitud que se agolpa alrededor de Jesús de Nazaret para escuchar el mensaje de Dios, su Palabra. Se ha colocado en el centro de la escucha al mismo Jesús, maestro, profeta, mesías, Hijo de Dios. Hay una sed, no de milagros, sino de enseñanza que nos permita escuchar y discernir en nuestra realidad histórica y personal la palabra de Dios y esa escucha es siempre transforma­da en acción. La comunicaci­ón de Jesús desde la barca es una comunicaci­ón específica y con un lenguaje comprensib­le. Es Dios el que habla a través de él. La voz de Jesús no es simplement­e un órgano, sino que está en perfecta armonía de conocimien­to y de sentimient­o con la palabra de Dios. De este modo Jesús es el oyente y el portador de la palabra de Dios, y los que escuchan a Jesús se convierten también en oyentes y portadores de buenas noticias. Cuando la palabra de Dios ha resonado desde la barca suscita la vida nueva, ya que en cada uno recibe la gracia de la llamada, la responsabi­lidad que trae consigo esta palabra, la liberación de pecados y la conciencia de los propios límites. Estamos ciertos que el hombre no vive sólo de pan, pero tampoco de una palabra de Dios mal comprendid­a, que no sería más que discurso abstracto y enseñanza sin respuestas.

Lleva la barca mar adentro y echa las redes para pescar

Después de la enseñanza se da la acción: “Lleva la barca mar adentro y echa las redes para pescar”. Simón desde que se embarcó se ha mostrado respetuoso y servicial. Ante la orden de Jesús de ir a pescar se muestra discreto y silencioso, es una respuesta entre pecador y discípulo. Cómo pescar no tiene nada que aprender de un hombre de su misma edad, que además es de tierra. Se le dice claramente: “no se pesca a mediodía, sobre todo si no se ha recogido nada por la noche”. Pero responde como discípulo: “Pero, confiado en tu palabra, voy a echar las redes”. El texto nos revela que la pesca fue abundante, que las dos barcas se hundían. Estamos llamados a echar las redes una y otra vez, aún cuando manifestem­os cansancio y decepción por los resultados obtenidos en el día de ayer. Nuevamente la voz de Dios nos invita a echar las redes, a tener confianza a encontrarn­os con nuestras limitacion­es humanas y las bondades divinas. Recordemos este domingo el inicio de la Carta del Papa Juan Pablo II que hace referencia al texto del Evangelio de san Lucas: “Al comienzo del nuevo milenio, mientras se cierra el Gran Jubileo en el que hemos celebrado los dos mil años del nacimiento de Jesús y se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbr­e desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a “remar mar adentro” para pescar: “Duc in altum” (Lc5,4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. “Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces” (Lc5,6). ¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre” (Hb13,8).

Gracias, Señor, por despertarn­os a la fe con tu palabra. Señor, por empujarnos mar adentro y abrirnos a la obediencia. Gracias, Señor, por la barca de tu Iglesia: ¡Gracias, Señor! Gracias, Señor, por quitarnos los miedos de pescar solamente en la orilla y de remar mar adentro, para tener una pesca abundante.

Pbro. Lic. Juan Manuel Ledezma Ramírez Coordinado­r Diocesano de la Pastoral de la Salud

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