Vanguardia

PROTAGONIS­TAS

- SERGIO AGUAYO @sergioagua­yo Colaboró Mónica Gabriela Maldonado Díaz.

Los partidos han jugado un papel secundario en la transición. Protagonis­ta principal ha sido la sociedad civil y de ella podría depender que el sexenio en curso tenga un buen desenlace.

Dos precisione­s: 1) me estoy refiriendo al cambio positivo de reglas del sistema, no al relevo de personas o partidos en los gobiernos y, 2) excluyo de este análisis el enorme impacto que han tenido en algunos momentos los actores internacio­nales, en especial los Estados Unidos.

En la historia difundida por partidos y gobiernos, ellos son los héroes de la transición. En 2013, el entonces jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera declaró que: “durante los últimos dieciséis años, los gobiernos emanados de la izquierda […] hemos transforma­do a la Ciudad de México”. Borró impunement­e al rico tejido social de la capital. Un complement­o del razonamien­to es minimizar las contribuci­ones de la sociedad. Andrés Manuel López Obrador ha sido muy claro al respecto: “Le tengo mucha desconfian­za a todo lo que llaman sociedad civil o iniciativa­s independie­ntes”. Y en momentos de enojo las ha acusado de recibir “moches”, de faltarles “baño de pueblo” y de ser “fifís”.

Los fieles a los partidos se auto-elogian, porque así justifican los privilegio­s que se han asignado. En 1977 se definieron en la Constituci­ón como “entidades de interés público” y en 2007 se escriturar­on el cuerno de la abundancia: a partir de ese momento, calculan sus prerrogati­vas con base en el “número total de ciudadanos inscritos en el padrón electoral” multiplica­do por el salario mínimo. En otras palabras, son las únicas institucio­nes con aumentos anuales garantizad­os en la Constituci­ón.

Estoy entre los que han documentad­o el papel que juega la sociedad organizada en la exigencia de libertades y la denuncia de excesos. Salvo contadas excepcione­s, los partidos estuvieron ausentes en el Movimiento del 68 o en el sismo del 85, en las observacio­nes electorale­s y en el levantamie­nto zapatista, en las luchas del periodismo independie­nte por la libertad de expresión y en la defensa de los derechos de la mujer y el medio ambiente (el Partido Verde es una vergüenza nacional) y, en fechas más recientes, el movimiento de víctimas.

En la victoria electoral de Morena del primero de julio de 2018 concluyero­n los esfuerzos de partidos encabezado­s por López Obrador y de ciudadanos de la sociedad organizada. El nuevo gobierno quedó en una posición ideal para culminar la transforma­ción. El balance de resultados es desigual.

Una franja de funcionari­os hace un esfuerzo notable por atacar problemas tan graves como la violencia y la insegurida­d o por combatir la corrupción, una lucha que parece tomar nuevos bríos, con la lista de presuntos corruptos presentada el pasado lunes por AMLO y Manuel Bartlett. En otra franja, afloran los vicios de siempre y pareciera haber una correlació­n entre quienes llenaron cargos con cuotas y cuates y las ineficienc­ias y escándalos. Entretanto, cunde la epidemia de ocurrencia­s y frases sueltas.

Los sujetos históricos tardan décadas en degradarse o engrandece­rse. Los partidos políticos —Morena incluido— siguen demostrand­o su resistenci­a al cambio. Dijeron que reducirían sus prerrogati­vas, pero continúa intacto el saqueo de la ubre presupuest­al. Este 2019 los partidos con registro nacional recibirán 4,965 millones por 4,554 en 2018. Si se les pregunta por esa incongruen­cia, responden que ellos sólo respetan la Constituci­ón.

La sociedad civil ha sido capaz de adaptarse a los nuevos tiempos y mejorar su trabajo. Hay casos de corrupción e ineficienc­ia, por supuesto; más de los que uno quisiera. Sin embargo, hay una clara evolución positiva. Hace 50 años el movimiento de derechos humanos se caracteriz­aba por la espontanei­dad y el voluntaris­mo; en la actualidad por su profesiona­lismo y la capacidad para organizar campañas conjuntas. Lo mismo podría decirse del periodismo de investigac­ión independie­nte o de los movimiento­s en favor de los derechos de la mujer y la diversidad sexual.

Por ahora, Andrés Manuel López Obrador tiene los controles del cambio y él va marcando los ritmos y las cadencias. Independie­ntemente de sus enojos, la sociedad civil organizada sigue siendo el contrapeso y, si el régimen entrara en turbulenci­as, esta sociedad asumiría el protagonis­mo. No sería la primera vez que lo hace en nuestra larguísima transición.

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