Vanguardia

Una medicina llamada perdón

“El perdón borra lo que el tiempo no borró” (Jaime Tenorio Valenzuela)

- P. Juan Antonio Ruiz

¿Dios, por qué me has hecho esto a mí?», se preguntaba Debbie Morris cuando fue secuestrad­a y violada a sus tiernos 16 años por dos sujetos: Robert Willie y Joe Vaccaro. Hoy, muchos años después y habiendo atravesado muchos sufrimient­os, ha logrado perdonar a sus malhechore­s.

Debbie cuenta su camino hacia el perdón en el libro «Forgiving the Dead Man Walking». Un largo recorrido de lucha interior entre el dolor y la esperanza, y cómo llegó, a través del perdón a sus agresores, a la reconcilia­ción con Dios y a la anhelada paz interior.

«Me sentía abandonada espiritual­mente, y por este motivo estaba enfadada con Dios», exclama. Cual moderna versión del libro bíblico de Job, Morris repasa esas «oscuras e interminab­les» horas de violencia, miedo, horror que significó el secuestro y la violación... Pero también los momentos de diálogo sencillo y cercano con Dios que le reportaban «tanta paz».

Quizás lo más doloroso recaiga en las páginas que narran su batalla durante el secuestro y la «difícil lucha para seguir adelante y superar el trauma y el odio», porque Debbie llegó a odiar con todas sus fuerzas a sus captores. «Ese odio paulatinam­ente, y sin darme cuenta, iba envenenand­o mi alma y haciéndome cada vez más infeliz». Sin embargo, paso a paso las páginas van abriendo espacio al resplandor del perdón.

Y es que, como ella misma confiesa, «tenía necesidad de perdonar a Dios», perdonarse a sí misma y a sus captores. Narra su proceso interior en el que pasó de un preguntarl­e a Dios -y casi a reclamarle«¿por qué has permitido que me sucediera lo que ocurrió?», a un sereno cuestionar­le «¿qué quieres de mí en esta situación?».

El caso Morrison es una muestra palpable de la presencia del mal en el acontecer diario de la vida humana. Inclusive en la de los justos que no han cometido pecado ni maldad. Un paradigma del justo que sufre y que no entiende (si se pudiese hablar aquí de “entender”) porqué Dios permite que le ocurran tantas desgracias.

Pero sobre todo es un prototipo de esa lucha interminab­le que cada ser humano tiene que librar cada día para no dejarse llevar por el mal. Una lucha que en ocasiones, por las circunstan­cias con que se presenta, puede llegar a ser encarnizad­a y feroz. Y aún más, no se trata sólo de una lucha para no dejarse arrastrar por el mal... sino de una verdadera batalla para «vencer el mal con el bien».

Y es que efectivame­nte, en muchas ocasiones el perdón es la mejor medicina y el bálsamo más eficaz para nuestras heridas espiritual­es. Como constató Debbie al exclamar: «La justicia no ha hecho nada para curarme. El perdón sí».

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