Vanguardia

Desmoraliz­ación

- FELIPE DE JESÚS BALDERAS SÁNCHEZ fjesusb@tec.mx

Que nuestro País se encuentre en el lugar 138 de 180 países en el índice de Transparen­cia Internacio­nal ni es casual ni es actual. México viene en caída libre desde 1994, año en el que se integró a esta organizaci­ón. En ese año solamente la conformaba­n 41 países y estaba en el lugar 32. Por supuesto, Ernesto Zedillo se encontró con un País donde la herencia de su antecesor, Carlos Salinas, dejó una estela de mal olor y podredumbr­e por todos lados. El sexenio 1988-1994 no es el origen de la corrupción, pero mucho tiene que ver con el estado actual de las cosas.

En el año 2000, Vicente Fox se encontró con que había aumentado este lastre y ya estábamos en el lugar 57 de 102 países. En 2006, Felipe Calderón se encontró con una nación que ya andaba en el lugar 70 de 163 países. Y, aunque el expresiden­te Calderón diga que en su sexenio no hubo corrupción, le entrega el País a Enrique Peña en 2012 en el lugar 105 de 174 naciones. ¿Del lugar 70 al 105? Claro que la corrupción creció considerab­lemente. Con la habilidad que le caracteriz­ó para dejar que las cosas pasaran, EPN entregó México a AMLO en el lugar 138 de 180 países que conforman la organizaci­ón. Pueden profundiza­r en https://www.transparen­cy.org donde aparecen los índices año tras año.

Una de las hipótesis que buscan explicar la situación que se vive en las sociedades modernas en materia de falta de transparen­cia es la de la desmoraliz­ación; dicho de otra manera, la involución moral en la sociedad.

Se identifica con tres variables. La primera es la inmoralida­d, que es cuando las personas conocen las normas, pero hacen lo contrario ¿le suena? La segunda es la permisivid­ad, que se basa en la idea de que todo es válido, por una parte, y supone un descenso en los valores establecid­os y una muy baja formación de la conciencia. Finalmente, la amoralidad porque aquí lo constante y lo sonante están por encima de las personas.

La otra hipótesis tiene que ver con la oportunida­d de cambio que nos brinda el contexto. Es decir, bajo esta hipótesis nos encontramo­s ante la oportunida­d de una nueva reconfigur­ación social; es decir, ¿ante la situación que vivimos, qué es lo que nos correspond­e hacer?

Stephen Morris en su libro “Corrupción y Política en el México Contemporá­neo” afirma que las causas de la corrupción son de tres tipos. La primera es la falta de una clara delimitaci­ón entre lo público y lo privado. La segunda son las causas culturales donde la existencia de una amplia tolerancia social hacia el goce de privilegio­s privados permite que prevalezca una moralidad del lucro privado sobre la moralidad cívica. Y la tercera son las distintas brechas existentes entre el orden jurídico y el orden social vigente.

Peculados, nepotismo, tráfico de influencia­s y conflictos de interés nos han traído enormes costos económicos y sociales. La falta de confianza en las institucio­nes, la pasividad ante las formas ordinarias que utiliza el estado para promover la justicia. El soborno a funcionari­os públicos, el abuso de autoridad, el desvío de recursos públicos para programas sociales, la reducción de la calidad en los productos ofrecidos, la falta de confianza en la clase política, los pagos para la autorizaci­ón de apertura de un negocio, el dinero que las empresas e individuos destinan a pagos de sobornos parecen ya una práctica habitual y ordinaria. La piratería, la mordida, el doble discurso, la simulación, la falta de un marco legal que garantice la hegemonía de la justicia y la falta de apego al estado de derecho, entre otros vicios, han ido agotando la sociedad mexicana.

Pensar que la corrupción se encuentra supeditada a un contexto es pensar parcialmen­te. No sólo se da en los gobiernos, en Pemex o en la CFE. Se da en las organizaci­ones, empresas, universida­des e las iglesias. Sigue siendo una práctica generaliza­da.

¿Qué tipo de País dejaremos a las próximas generacion­es? ¿Qué puedo hacer desde mi microcosmo­s para cambiar la realidad?

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