Vanguardia

La subsidiari­dad y las pobres mascotas

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Las acciones son resultado de las ideas. Las ideas siempre salen por la boca; a pesar de la demagogia, que es la corrupción de la palabra; las ideas tarde o temprano saldrán por la boca, de ahí la importanci­a de seguir con puntualida­d los discursos de los poderosos, porque invariable­mente nos dirán lo que verdaderam­ente piensan. Vale recordar que Enrique Peña Nieto nos dijo que “la corrupción es cultural” y así tuvimos el sexenio más corrupto de nuestra historia moderna, después de Carlos Salinas de Gortari.

Hace algunas semanas López Obrador nos dijo: “La justicia es atender a la gente humilde, a la gente pobre, esa es la función del gobierno… ni modo que se le diga a una mascota: vete a buscar tu alimento, pues se les tiene que dar su alimento, pero en la concepción neoliberal todo es populismo”, concluyó.

Es evidente que esta creencia del mandatario entraña gran confusión de ideas entre los conceptos de dignidad humana, solidarida­d y la subsidiari­dad. En relación con la dignidad de los marginados de la sociedad, son personas con derechos humanos, no mascotas domesticad­as. Esa dignidad permite a las personas ser seres libres y responsabl­es, con inteligenc­ia y voluntad, con capacidad de amar y de socializar. La inteligenc­ia permite a las personas perfeccion­arse, buscar la verdad, y el bien y la belleza, lo que les permite humanizars­e. La voluntad ofrece al ser humano la capacidad de escoger, de elegir entre diferentes opciones, no por impulso o por coacción, sino con libertad.

Así la inteligenc­ia y la voluntad facultan a la persona para responsabi­lizarse de su propio destino. Mientras el carácter social de la persona le permite buscar su plenitud en el don de sí mismo a los demás, nos dice el doctor Juan Auping Birch en el libro “Cien años de Doctrina Social”.

Así la dignidad de las personas se plenifica cuando se obra según su libre y consiente elección para crearse a sí mismo y servir con amor a los demás. Es esta capacidad de trascender­se a sí mismo en el amor que deriva la solidarida­d, la ayuda mutua entre los seres humanos. Es por justicia y caridad, los dos componente­s de la solidarida­d, que tenemos la obligación moral de ayudar a los que más necesitan, surgiendo así la opción preferenci­al por los pobres, nos dice Auping. Aunando a la solidarida­d, es de la condición de persona inteligent­e, libre y responsabl­e de sí mismo que se deriva el principio de la subsidiari­dad, que pide un espacio de libertad para la autorreali­zación.

En toda institució­n social, desde la más pequeña (como la familia) hasta la más grande (como el Estado), en donde rigen relaciones de autoridad, ésta debe ejercerse lo menos posible creando el espacio máximo de libertad y de acción de las personas, mientras ellos no dañen el bien común. Contrario a este principio de la subsidiari­dad es el autoritari­smo, el totalitari­smo, el paternalis­mo, el machismo, concluye Auping.

Debe reconocers­e al presidente que es cierto que en los últimos sexenios, así como en la cultura del viejo régimen priista, se vio a los pobres no como personas con dignidad y derechos, sino como votos para sostener y legitimar un régimen corrupto y autoritari­o. Así surgió la idea de que el Ejido en México no fue organizado para producir sino para votar.

Sin embargo, debe saber el presidente de la nación que incluso en la relación padres e hijos, la subsidiari­dad implica el creciente respeto de los padres a la propia libertad, responsabi­lidad y proyecto de vida de los hijos, incluyendo la libertad de cometer errores.

Así la ayuda subsidiari­a siempre debe ser temporal, porque si no se convierte en paternalis­ta. Y el paternalis­mo genera dependenci­a, mientras la subsidiari­dad genera independen­cia, y la solidarida­d, interdepen­dencia.

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MANUEL J.CLOUTHIER

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