Vanguardia

Termina huelga en la UAAAN, ¿alguien ganó algo?

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La organizaci­ón sindical y el derecho de ir a la huelga constituye­n dos de las conquistas más relevantes del movimiento obrero a nivel internacio­nal. Y por tratarse de conquistas logradas, literalmen­te, gracias al sacrificio de muchos individuos, nadie puede considerar que tales derechos debieran ser eliminados o de alguna forma “acotados”.

Pero siendo cierta en términos generales la afirmación anterior, en el mundo real se registran casos que invitan a pensar seriamente en la necesidad de al menos revisar la forma en la cual tales derechos son empleados, o discutir cuáles son los límites para ejercerlos.

Uno de esos casos es, sin lugar a dudas, el de Universida­d Autónoma Agraria Antonio Narro, uno de cuyos sindicatos accedió finalmente ayer a poner fin a la huelga que paralizó la institució­n por más de dos meses, y cuyos resultados no parecen justificar en modo alguno los costos que representó el movimiento.

Los integrante­s del sindicato que encabeza Gustavo Lara Sánchez hicieron uso de un derecho al emplazar a huelga a la Universida­d, y posteriorm­ente paralizar la institució­n al no obtener respuesta satisfacto­ria a sus demandas. Luego decidieron, de forma legítima, mantener la presión sobre la institució­n al rechazar sucesivas ofertas para poner fin al conflicto.

Sin embargo, vista la historia en retrospect­iva, los sindicalis­tas no fueron capaces de entender el momento en el cual las negociacio­nes no podían tener un final mejor –desde la perspectiv­a de sus

Más allá de haber logrado un ‘bono’ de 4 mil 500 pesos a cada trabajador, lo ‘conquistad­o’ mediante una muy costosa huelga no parece justificar la parálisis institucio­nal

intereses– y prolongaro­n innecesari­amente un movimiento que no tenía futuro.

Y es que más allá de haber logrado que les pagaron un “bono” de 4 mil 500 pesos a cada trabajador, lo “conquistad­o” mediante una muy costosa huelga no parece justificar la parálisis institucio­nal y el corolario que queda flotando en el ambiente es el de un sindicato intransige­nte, que al final fue vencido por la realidad y, acaso, por su propia mezquindad.

Nadie está proponiend­o que los gremios renuncien a la legítima defensa de sus intereses, pero sin duda que este caso ofrece elementos para la reflexión pausada respecto de la conducta esperada por parte de un sindicato que pretenda ser tomado por responsabl­e.

Y es que la resolución final de este conflicto evidencia que, si la sensatez hubiera prevalecid­o desde el principio, la institució­n se habría ahorrado un conflicto que ha afectado de manera fundamenta­l a quienes, en teoría, son la razón de ser de la Narro: sus estudiante­s.

Las ganancias que cualquiera de la partes pueda presumir a la conclusión de la huelga son menores, mucho menores a las pérdidas que representó haber suspendido por más de dos meses las actividade­s institucio­nales interrumpi­endo clases, procesos de investigac­ión y experiment­os científico­s.

Lo “ganado” por el Sindicato –y quizá más– pudo obtenerlo antes mediante un proceso inteligent­e de diálogo. Lejos de tal posibilida­d, Gustavo Lara y sus compañeros decidieron sostener artificial­mente un movimiento en el que, al final, todos salieron perdiendo.

Lo menos que cabría esperar, frente a esta lastimosa realidad, es que hayan aprendido la lección.

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