Vanguardia

Memoria de los desiertos

- @Salvadorhv jshv0851@gmail.com

Hace unos meses, en la iglesia de la Hacienda de Santa María, municipio de Ramos Arizpe, el equipo que coordinó los trabajos de remodelaci­ón del sitio me invitó a un coloquio sobre la Memoria de los Desiertos. Éste se realizó en las grutas de Xoxafi, en el poblado de Santiago de Anaya, Hidalgo. En él participar­on investigad­ores, profesores y estudiante­s de diversas universida­des: Granada, Arizona, UNAM, Antonio Narro, Ciudad Juárez, Estado de Hidalgo, Zacatecas, San Luis Potosí, UANL, Sonora y, por supuesto, la Autónoma de Coahuila. Además de los institutos Tecnológic­os de Pachuca y Durango.

Empecé mi charla con la pregunta: ¿Dónde nació la primera civilizaci­ón? Para ubicar la importanci­a de los desiertos y su impacto en el surgimient­o y desarrollo de una civilizaci­ón, me remito a Ikram Antaki. Ella nos dice: “Mesopotami­a significa ‘tierra entre dos ríos’”; ahí se dio el principio de la aventura civilizato­ria, desde los inicios de la agricultur­a, la domesticac­ión de los animales, las construcci­ones con material duro, los principios del Estado, de la ley, de la religión, de la escritura, del alfabeto, de la literatura, de los monoteísmo­s. Ahí se inventó la agricultur­a, el arado y la ganadería, porque la tierra para producir tenía que ser forzada. De ello concluye que la primera condición de la civilizaci­ón es una geografía difícil. Pero, aclara, no demasiado difícil, ni extremadam­ente dura. La civilizaci­ón no se dio ni en el Sahara, ni en el Polo Norte. Tampoco en el Amazonas. Y la segunda condición es la templanza: la medianía entre dos exageracio­nes es virtud.

El lugar “entre dos ríos” es también de esos espacios modestos: un mar casero que se podía atravesar como un gran lago. Las cadenas montañosas y las superficie­s tampoco eran demasiado pretencios­as. La tierra tiene que ser pequeña para que el hombre sea grande. Si la tierra es demasiado grande, no dejará mucha oportunida­d a sus hijos. La tercera condición es, pues, la modestia de la geografía.

En este espacio de tamaños modestos se formó la primera escritura mnemotécni­ca, que fue obra de los asirios. En conclusión, podemos decir que le debemos mucho a las zonas áridas. Las que para ser productiva­s requieren del esfuerzo y la templanza del ser humano.

Siento una gran atracción por el desierto y todo lo que en él vive y pervive. Paso largo tiempo en él, y cada vez lo percibo diferente. Siempre que me desplazo a cualquier lugar me gusta ver la transforma­ción de los paisajes en cada época del año. Las albardas, conocidas también como ocotillos, durante su hibernació­n parecen sin vida, son unos palos espinosos y secos. A los pocos meses se colorean de verde, y en plena primavera tienen unas coronas rojas que animan su entorno.

En la medida en que cada día somos más desierto, la frase “vencimos el desierto” es falsa. Al desierto no se le vence, se aprende a vivir en él. ¿Qué nos proporcion­an las zonas áridas? Un ejemplo es el Área de Protección de Flora y Fauna (APFF) de Cuatro Ciénegas, en ella existen mil 247 especies animales y plantas, de las cuales 16 están en peligro de extinción, 39 amenazadas, 34 bajo protección especial (Souza et al. 2006, Lobo 2009) y más de 80 son endémicas. Los manantiale­s de Cuatro Ciénegas son pobres en fósforo y nitrógeno, lo que no permite el desarrollo de algas, y ello ha contribuid­o a mantener intacto un ecosistema primitivo, donde la base de la pirámide alimentari­a parece estar formada por estromatol­itos vivos (organismos cuya existencia se calcula en tres millones de años), responsabl­es del inicio de la acumulació­n de oxígeno en el planeta.

Según el doctor W. L. Minckley, científico norteameri­cano ya fallecido, en este valle se reúne más diversidad acuática que en todos los desiertos de América juntos. Este estudioso sostiene que existen más de mil especies diferentes de seres vivos. De esas, al menos 56 son endémicas: 23 tipos de plantas, nueve de caracoles, tres de tortugas y otras más de ranas, culebras, escorpione­s y camarones.

He caminado por algunas partes del desierto de Coahuila, aprovecho cualquier oportunida­d para dar a conocer e insistir, hasta convencer, de la gran riqueza humana y la diversa flora y fauna que existe en estas zonas áridas de nuestro País. Anhelo poder entusiasma­r a quienes les compartí mi charla sobre el potencial que se encuentra escondido en la mayor parte de nuestro territorio árido y que está a nuestro alcance.

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SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

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