Vanguardia

Guatemala y los miles de familias que esperan respuestas

- KIAN ABBASSIAN

Mucha gente conoce a las Abuelas de la Plaza de Mayo, estas mujeres argentinas valientes y luchadoras que siguen buscando a los niños robados y adoptados ilegalment­e durante el régimen militar de 1976-1983.

El pasado 3 de agosto, la asociación de las Abuelas recuperó al “nieto 128”. ¡128 de 500! Un suceso de esta naturaleza, cada vez que ocurre, es celebrado con la movilizaci­ón entusiasta del país y con una enorme atención mediática desde numerosos rincones del orbe.

En Guatemala no hay un equipo de fútbol famoso, tampoco existen las Abuelas de la Plaza de Mayo. Sin embargo, en el año que llevo trabajando en ese país, he conocido asociacion­es y activistas locales incansable­s, auténticos héroes de la sociedad civil, que merecerían un reconocimi­ento planetario. Han permitido con pocos recursos unos 922 reencuentr­os de los 5 mil niños desapareci­dos durante el conflicto armado con sus familias.

¡922 desde fines de los años noventa! Y han logrado unas 4 mil inhumacion­es de personas desapareci­das, algunas de ellas identifica­das, lo que ha permitido ahorrar un sufrimient­o enorme a sus allegados. Tras estas cifras existen unas realidades poco conocidas pero que deben llamarnos poderosame­nte la atención.

Destaco tres de ellas: la magnitud del conflicto en Guatemala, la importanci­a de los reencuentr­os e inhumacion­es, y la falta de un mecanismo eficaz que contribuya a mejorar la búsqueda de los desapareci­dos.

Primero, la magnitud del conflicto: 5 mil niñas y niños desapareci­dos, 45 mil personas en total. O sea, un guatemalte­co desapareci­do durante más de tres décadas cada ocho horas, lo que conlleva consecuenc­ias graves en el tejido social de este hermosísim­o país pero, a la vez, herido.

Segundo, hoy siguen ocurriendo tanto hallazgos de restos humanos en fosas como los reencuentr­os de quienes durante el conflicto eran niños y ya ahora son adultos. He participad­o en algunos y esas ocasiones me han permitido vivir momentos increíbles, espectacul­ares, esperanzad­ores, inimaginab­les, profundos, muchas veces duros, siempre especiales, en los que contrasta la honda emoción de quienes los protagoniz­an con la casi absoluta indiferenc­ia de la opinión pública.

Cuarenta y cuatro reencuentr­os tuvieron lugar en 2017, ya más de 36 en lo que va de 2018. La mayoría de las separacion­es se habrían perpetrado en suelo guatemalte­co pero también varios niños fueron llevados en otros países de norte América y particular­mente en Europa. Además, setecienta­s inhumacion­es se produjeron en los últimos dos años, lo que da idea de que las búsquedas son un reto que pervive en la Guatemala de hoy.

Tercero, el proceso de búsqueda de una persona desapareci­da podría hacerse mucho más rápido, con más recursos, y con una Comisión Nacional de Búsqueda. Para contar con un mecanismo de esta naturaleza existe la llamada iniciativa de ley 3590, que lleva estancada una década, o podría surgir alguna de otra instancia. Lo urgente e imperioso es que funcione, y dé resultados a miles de personas que están esperando una respuesta, se encuentre ésta en el mundo de los vivos o el de los muertos.

Desde un punto de vista humanitari­o, sin lugar a dudas se tiene que dar certeza a las familias de los 40 mil desapareci­dos que aún quedan por encontrar. Tomemos por ejemplo el emblemátic­o caso de doña Lucía Pérez, de la región de Ixcán: treinta y dos miembros de su familia fueron desapareci­dos durante la guerra, de los cuales 15 eran niños. Lucía ha permanecid­o en busca de ellos desde 1982. En marzo pasado hizo una solicitud de exhumación que está pendiente de resolución.

La búsqueda es una labor colosal y polifacéti­ca: involucra técnica forense, histórica, jurídica y social. Es un trabajo de memoria, de investigac­ión, de paciencia y perseveran­cia. Pero es posible buscar. Mucho se ha logrado ya, en materia de búsqueda, acompañami­ento a familiares y reconocimi­ento público en Guatemala, bajo el impulso de las primeras asociacion­es de familiares de desapareci­dos que se conformaro­n durante los años del conflicto armado. Ahora se van sumando a esa situación más desaparici­ones de otra naturaleza relacionas con la migración y con la violencia, y por todo ello hay más búsquedas de personas que hacer, igualmente con mecanismos que crear y mejorar.

¿Qué faltaría para tener más resultados? Para una organizaci­ón con una labor exclusivam­ente humanitari­a como el Comité Internacio­nal de la Cruz Roja (CICR), con una amplia experienci­a en esta materia en varios países del mundo, así como para todas las asociacion­es, organizaci­ones y demás actores que trabajan en el terreno, el camino a seguir es claro: se necesita un reconocimi­ento reafirmado a nivel de Estado de su obligación permanente con todas las familias de las personas desapareci­das, y retomar una colaboraci­ón constructi­va entre autoridade­s y sociedad civil para crear un mecanismo de búsqueda institucio­nal, independie­nte y eficaz. A la espera de que se concreten una generación va envejecien­do y crece la urgencia de saber qué les pasó a los suyos.

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