LA MUJER Y LA GALLINA, POR ANDAR SE PIERDEN AÍNA

El Quijote II, 49

Acompañado de varios de sus colaboradores, el gobernador de la Ínsula Barataria, Sancho Panza, lleva a cabo una ronda nocturna para verificar que todo esté en orden. En el recorrido observan varios hechos.

Entre otros, el de una doncella que vestida en hábito de hombre al percatarse de que la observan trata de huir y se tropieza, cae. Sancho la interroga y confiesa que en realidad es mujer “a quien la fuerza de unos celos ha hecho romper el decoro que a la honestidad se debe”.

Dice la doncella, “al parecer de diez y seis o pocos más años”, que desde el fallecimiento de su madre, diez años atrás, su padre la ha tenido del todo encerrada.

Relata que con un hermano urdió el plan de vestirse de hombre para no ser reconocida y acompañada de él satisfacer su “deseo de ver mundo”, hasta que al intentar huir fue detenida, igual que después también fue su hermano.

Sancho la tranquiliza, le dice que no se ha perdido nada, que a ambos los llevará a su casa donde el padre “quizá no los habrá echado de menos”. Pero los conmina a que en adelante “no se muestren tan niños, ni tan deseosos de ver el mundo”; y a ella que tenga presente que “LA MUJER Y LA GALLINA, POR ANDAR SE PIERDEN AÍNA” (con facilidad o con gusto).

Un contemporáneo de Cervantes, Sebastián de Covarrubias, escribió que “este proverbio da a entender cuánto importa que las mujeres no sean andariegas, por lo que les pueda suceder fuera de su casa”.

Más recientemente, dos paremiólogos y cervantistas hispanos interpretan este refrán en el sentido de que: “No se debe dar libertad a las mujeres ya que si se apartan del hogar pueden perderse como les sucede a las gallinas”, en el caso de éstas por no poder volar (César Vidal); “que lo mejor para las muchachas es la vida recatada” (S. Leyva); y para el mexicano Enrique Arrieta, “que recomienda a las mujeres saber recogerse en casa, para evitarse riesgos y peligros”.