Vanguardia

¡PRENDA DE CULTO!

La encicloped­ia de la moda de Vogue: La camiseta

- POR MAUDE BASS KRUEGER

Vogue recorre la historia de la camiseta. De prenda interior en la Edad Media a catalizado­r del sexy en Hollywood u objeto de deseo actual de grandes diseñadore­s.

La camiseta, hoy día unisex y válida para cualquier ocasión, comenzó su andadura como prenda interior masculina. En la Edad Media, las camisolas en forma de T, hechas de algodón o lino tejido, servían de capa intermedia entre el cuerpo y la vestimenta superior. La ventaja

de estas camisas es que eran fáciles de lavar y aportaban a la piel cierta protección higiénica. Y es que llevar una camisa interior limpia e inmaculada era signo de riqueza entre los nobles caballeros. La forma de la prenda, grandes piezas rectangula­res cosidas en forma de T con largos faldones de tela que se acomodaban entre las piernas, cambió llegado el siglo XIX, cuando se eliminaron los faldones y el cuerpo se adelgazó para que quedase más ajustado.

Pero aún llegaron más cambios a lo largo del siglo XIX.

Las nuevas técnicas de tejido permitiero­n su producción en masa y una silueta más ajustada, lo que supuso un refinamien­to de la prenda, disponible en una mayor abanico de textiles, tales como el calicó, el punto o la lana. Los expertos en higiene elogiaron la ropa interior en forma de T y en punto de lana al considerar que protegía contra los resfriados y las males del cuerpo, de modo que empezaron a recomendar a las mujeres que las usaran en lugar de sus corsés. A finales del siglo XIX, los marineros británicos ya habían empezado a usar camisetas blancas de franela bajo los uniformes de lana. A finales de siglo, la Royal Navy británica permitió a sus marinos que fueran en camiseta para trabajar en cubierta. La práctica de usar la camiseta como prenda exterior fue rápidament­e adoptada por los hombres de clase obrera como atuendo de fin de semana. En 1880, la marina de los EE. UU. Había ya incorporad­o a su uniforme una camiseta holgada de franela con cuello cuadrado; y en 1913, adoptó la camiseta blanca de punto de algodón como ropa interior oficial. El algodón secaba más rápido que la franela y resultaba más cómodo.

El negocio de las camisetas se disparó en las primeras décadas del siglo XX.

La P.H. Hanes Knitting Company comenzó a fabricar esta ropa interior masculina en 1901, mientras que Fruit of the Loom comenzó a comerciali­zar camisetas a gran escala en la década de 1910. En la década de 1930, las camisetas ya eran habituales entre los deportista­s universita­rios. En 1938, el comercio estadounid­ense Sears, Roebuck and Company comenzó a poner a la venta camisetas blancas de "gob" (jerga popular para denominar a los marineros). "Camiseta por dentro, camiseta por fuera”, rezaba su anuncio, en el que aseguraban a los hombres que podrían "usarla como prenda exterior para el deporte y el ocio, o como prenda interior: práctica y válida de cualquier manera”. En la Segunda Guerra Mundial, el ejército de tierra y la marina de los EE.UU. suministra­ron a sus tropas camisetas blancas de manga corta en algodón. Las imágenes de guerra y posguerra que mostraban a los soldados de servicio en camiseta contribuye­ron a asociarla con el héroe masculino. "No hace falta ser soldado para tener tu propia camiseta", proclamaba Sears en 1941.

Cuando los emergentes actores del método de Hollywood comenzaron a llevar camisetas blancas para señalar la rebeldía de sus personajes

– Montgomery Clift en Un lugar en el sol (1951), Marlon Brando en Salvaje (1953) o James Dean en Rebelde sin causa (1955)–, esta pasó oficialmen­te a formar parte del vestuario masculino como prenda por derecho propio para el tiempo libre. Sin embargo, harían falta otros 60 años para dejar entrar la camiseta en la oficina.

El atractivo sexual innato de la camiseta,

siempre tan pegada a la piel y marcando silueta, fue aprovechad­o por primera vez por el género femenino cuando empezaron a llevarlas las cantantes y actrices de los años 60. En la década de los 70, la camiseta pasó a ser por fin unisex. En 1977, Jacqueline Bisset escandaliz­ó a los espectador­es estadounid­enses con la transparen­cia de la camiseta mojada que lució en la película Abismo.

Tras su transición de ropa interior a exterior,

la prenda se convirtió en un lienzo en blanco donde plasmar todo tipo de mensajes, ya fueran políticos, publicitar­ios, fotográfic­os o humorístic­os. Los avances tecnológic­os que experiment­ó la serigrafía a principios de la década de los 60 permitiero­n que la impresión de estos diseños en las camisetas se volviera más fácil, rápida y económica. En los años 70, los consumidor­es pudieron ya acceder a camisetas personaliz­adas según su gusto. Las empresas pronto se dieron cuenta del potencial de las camisetas para el marketing, al igual que las bandas musicales y las discográfi­cas.

Por su asociación con las clases obreras y la subversión que suponía llevar a la vista una prenda considerad­a como ropa interior, la camiseta ha atraído a múltiples generacion­es de músicos, escritores, actores e intelectua­les.

De raperos a estrellas del pop o modelos, todos presumían de camiseta en los años 90. Y aunque sea capaz de igualar cualquier posición socioeconó­mica (consumidor­es de toda condición llevan camisetas baratas), en su versión de diseñador también alcanzan estatus de lujo. Las camisetas de moda de lujo se llevan comerciali­zando desde los años 50 y han sido reinterpre­tadas por innumerabl­es diseñadore­s: Yves Saint Laurent y Dior en los 70; Chanel, Lacoste, Calvin Klein y Polo Ralph Lauren en la década de los 90. Giorgio Armani, Helmet Lang y Nicolas Ghesquière han hecho de la camiseta parte esencial de su uniforme. Tanto es así que un armario sin camiseta es prácticame­nte inimaginab­le.

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Mick Jagger
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Marlon Brando
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Las camisetas feministas de Dior
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Jacqueline Bisset
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