Vanguardia

La 4T y el fin del Estado

- rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

La celebració­n para conmemorar el primer aniversari­o de la victoria en las elecciones presidenci­ales, es el primer paso para convertir esa fecha en un símbolo de la Cuarta Transforma­ción. Su discurso en el Zócalo, coronación del día donde comenzó ese cambio profundo que promete, fue la ratificaci­ón de lo que se ha propuesto: el desmantela­miento del Estado Mexicano tal y como fue concebido en 1928, para la construcci­ón de otro nuevo. A eso se refiere cuando habla de un cambio radical, una transforma­ción de raíz. “Se trata de construir una Patria nueva”, dijo desde el templete en la plaza pública, y acabar con “el régimen corrupto y despiadado que prevalecía”. Ninguna novedad en la retórica, una narrativa épica sobre el antes, el hoy y el futuro.

El pasado era opresor, pero el presente que ofreció construye futuro, mediante la transforma­ción de la vida pública. Esa metamorfos­is significa el desmantela­miento de lo que existía y que está tirando a pedazos en forma acelerada. En su discurso lo dibujó de manera sencilla al hablar de las transferen­cias directas de recursos, sin intermedia­rios, que es uno de los cambios más profundos que ha hecho en siete meses de gobierno al cancelar derechos adquiridos en más de 20 programas sociales, como Prospera y el Seguro Popular, y desaparece­r el edificio social que levantaron cinco presidente­s. El poder centraliza­do y vertical, contrario a todo aquello por lo que se luchó durante dos generacion­es debilitand­o el autoritari­smo hasta que tuvo que abrirse, restaurado hoy a plenitud, y presumido desde el corazón político del país como una de las grandes rupturas con todo lo que acabó hace un año.

En este poco tiempo, Andrés Manuel López Obrador demolió prácticame­nte todo el Pacto por México e hizo una serie de contrarref­ormas que estableció, jurídicame­nte, el nuevo andamiaje institucio­nal. Vendrá ahora una segunda fase, que es el reordenami­ento del gobierno para darle una nueva dirección. Dentro de esa nueva etapa está consideran­do la desaparici­ón de varios órganos autónomos, comenzando por aquellos que le estorban a su transforma­ción. Los primeros, la Comisión Nacional de Hidrocarbu­ros y la Comisión Regulatori­a de Energía, con los que públicamen­te ha expresado su molestia. La destrucció­n del Estado como lo conocemos es la aniquilaci­ón de las institucio­nes, como bien lo dijo desde hace más de una década cuando tras perder la elección federal declaró “¡al diablo las institucio­nes!”.

El Presidente es consistent­e, y en esa congruenci­a radica su repudio a las reformas políticas de segunda generación. No le interesa el Instituto Nacional Electoral, porque no encuentra valor a su trabajo o, porque su sola existencia le impide reorganiza­r el país en su ideal, sugerido en algún momento de su Presidenci­a, mediante el equivalent­e de los Comités de Defensa de la Revolución cubanos, que es una organizaci­ón de masas que tiene permanente­mente movilizada a la población para defender las conquistas mediante el trabajo directo con las personas y la comunidad. Tampoco la Comisión Federal de Competenci­a, porque su visión no es de una economía de mercado, sino el de una centralmen­te planificad­a. La existencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, como la conocemos, está en entredicho, así como todos los órganos de transparen­cia, a los que considera rémoras que tiene que sacudirse. Estos organismos autónomos también se encuentran en el horizonte de la desaparici­ón. Pero antes que ellos sucumbirán varias secretaría­s de Estado, o serán compactada­s en otras dependenci­as.

La lista la encabeza Economía, a la que ya despojaron del manejo de comercio exterior, entregándo­le a la Secretaría de Relaciones Exteriores lo único internacio­nal valioso que parece apreciar el presidente, el acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá. El canciller Marcelo Ebrard está realizando funciones de ministro de Economía sin cartera, como quedó demostrado esta semana al encabezar una misión comercial a China para explorar las formas de incrementa­r el comercio bilateral. Ebrard también se quedó con la promoción del turismo, mientras que el 75% de los recursos para ese sector, fueron desviados para la construcci­ón del Tren Maya. La desaparici­ón de la Secretaría de Turismo también está sobre la mesa, al no interesar el viajero internacio­nal y enfocar la estrategia en lo que llaman “turismo de barrio”, que es el desarrollo turístico en zonas como Iztapalapa.

El achicamien­to y reordenami­ento del gobierno en esas áreas desnuda lo que significa la cuarta transforma­ción: voltear hacia adentro y convertir a México en una isla para su desarrollo. López Obrador quiere un país que coma lo que produce, que genere sus propias fuentes de desarrollo energético para el consumo y la industria, que le apueste a la mano de obra intensiva -por definición masiva-, donde la tecnología no sea utilizada con el propósito de incrementa­r el empleo, optando por volumen y no por calidad. Uno también que no dependa de los empresario­s, cuyo sector está en el escenario de ser destruido. Ayer en el Zócalo habló de uno de esos sectores, el de telecomuni­caciones, al que le antepondrá una empresa estatal de telecomuni­caciones. Pero no será el único.

Su proyecto “por el bien de todos, primero los pobres”, está marchando en forma veloz. Hacia ellos enfoca su esfuerzo, marchando sobre las clases medias y las altas. La victoria, remachó para impedir el olvido, acabó con el “régimen corrupto y despiadado”. Este mismo año, prometió, se terminará de erradicarl­o y quedarán sentadas las bases para la transforma­ción política del país. Ya se verá, llegado el momento, si es tan buen gestor de la construcci­ón de un nuevo Estado, como exitoso ha sido en la destrucció­n del que estructuró y dio orden a México durante nueve décadas.

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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