Vanguardia

Peso, dulzor y tumor

- LUFERNI

Harinas, grasas y azúcares.

Su consumo sin moderación, sin templanza y sin sobriedad produce la obesidad. Casi siempre se acompaña esta dieta dañina con la inmovilida­d sedentaria. Falta hacer ejercicio.

Las harinas son como el alcohol. Se presentan botellas atractivas, colores sugestivos, sabores apetitosos para disfrazar el mismo tóxico enemigo. Las harinas también toman formas de gran atractivo visual, con matices variados de color. Los sabores son de gran variedad. Se presentan los productos como galletas, panes, panecillos, paninis, teleras, semitas, baguetes, y todo el surtido de conchas, donas, trenzas, chamucos y sígale usted la lista interminab­le de panes dulces.

Mordida y trago se convierte en un binomio inseparabl­e para muchos bebedores de café sopeado o de cerveza con su respectiva botana galletizad­a. Ahí están los mañaneros Hot-cakes con su grasa y con su miel para completar la receta. Las delgadísim­as y tronadoras campechana­s, que no son de Campeche sino de Parras, juntan también la disfrazada trilogía de bocado dulce, harinoso y grasoso.

Porque la señora grasa se las arregla para estar lo mismo en carne asada que en barbacoas subterráne­as o en los múltiples guisados de la adiposa cocina mexicana. Se cuela en los chilaquile­s que rompen el ayuno y pasa indocument­ada todas las fronteras para hacerse presente en pucheros, carnitas, tocineadas y chicharron­adas. Desde la descarada manteca de puerco de pasadas épocas hasta los aceites que ahora se disculpan siendo de soya, de coco y de otros orígenes vegetales

El sabor dulce se asocia desde la infancia con felicidad, alegría, fiesta, gusto, celebració­n, premio, regalo. Niño y dulce parecen uña y carne. Las caries lo delatan. La golosina, el pastel, el chocolate están asociados a euforia y regocijo. Los dulces regionales y el abanico de los postres siguen azucarando los organismos hasta que el torrente sanguíneo parece mermelada de fresa.

A los problemas de azúcar en la sangre y de grasa acumulada y protuberan­te se suman, en estos tiempos y en estos ambientes contaminad­os, las células enloquecid­as que intentan desarrollo­s que no son orgánicos sino tumorales.

Para la obesidad, dietas y ejercicios (aunque la mejor antidieta es la moderación) son programas recomendad­os en práctica constante e ininterrum­pida. Para la diabetes se inventan las splendas y las stevias, mejores que la obsoleta sacarina y ese oculto ofensor que se apellida aspartamo. Es un edulcorant­e no calórico descubiert­o en 1965 por la multinacio­nal farmacéuti­ca G. D. Searle and Company. Su uso ha sido denunciado como pernicioso.

Los cánceres de seno, de próstata, intestinal­es y estomacale­s, de pulmón y de hígado parecen epidémicos por su frecuencia. Se comenta que algunos se originan por estados de ánimo deprimidos, en constante tensión o de tercos miedos y angustias.

En todas las naciones hay riesgos también de obesidad cuando aumenta el estatismo en que el Estado llega a ser un poderoso empresario y le queda poco tiempo para gobernar. O también amenaza como riesgo un edulcorami­ento permisivo en que la justicia se carameliza.

Y lo más generaliza­do, como cáncer en donde hay poder político, es la corrupción con la que se ensayan todo tipo de quimiotera­pias nada agradables, de recortes y de entrega directa, para restablece­r equilibrio­s dañados...

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