Vanguardia

TANTEO A LA MORAL

LO QUE PARECE MAL PARA UNOS, NO NECESARIAM­ENTE LO ES PARA OTROS. DE HECHO, LOS CONCEPTOS DEL BIEN Y DEL MAL PUEDEN CAMBIAR SEGÚN LAS CIRCUNSTAN­CIAS.

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La moralidad nace del razonamien­to que nos vincula a los instintos, por lo tanto, para entender el origen de la moral es necesario entender lo que gobierna nuestra forma de ser y de pensar. ¿Significa esto que la moral es una lucha contra los instintos? Tal vez no, pero, al menos, los instintos se encuentran en medio de los razonamien­tos que nos llevan a definir la moralidad. Recordemos que los instintos gobiernan todas las acciones primarias de los seres vivos. Por ejemplo, la superviven­cia y la procreació­n. La curiosidad y la agresivida­d, son también instintos. EL VALOR DEL INSTINTO Los instintos son los que aseguran que los seres vivos puedan conservar la especie, satisfacer las necesidade­s de refugio y comida, y superar las adversidad­es del medio en el que viven. Los instintos no dependen de ninguna experienci­a previa sino que son parte de la naturaleza de todo ser viviente. Puesto que los animales no razonan se puede decir que todo su comportami­ento es instintivo. Pero en el caso de los humanos, los instintos se enfrentan al razonamien­to. Y dado que el ser humano tiene ambos —instintos y razonamien­to—, todo individuo se enfrenta a un conflicto permanente entre la parte animal (el llamado ‘cerebro reptiliano’) y la parte humana (el cerebro que valora y razona). De este confl icto (instintos y razonamien­to) resulta lo que llamamos ‘moral’. Por lo tanto, la moral es una forma de conducta que deriva de enfrentar los instintos al razonamien­to. DOS VISIONES Dicho de otra manera, la moral resulta de un enfrentami­ento entre la ‘conducta animal’ y la ‘sensibilid­ad humana’. Puesto que los instintos no pueden ser separados del animal, ningún razonamien­to moral puede perder de vista la ‘fuerza vital’ que nos obliga a comportarn­os de cierta manera. El reino de la moralidad no es igual al Reino de la Naturaleza. De hecho, la moralidad surge de los mandatos de la Naturaleza, es decir, surge de la valoración de los instintos. La moral es la barrera que el humano contrapone a los instintos, pero el mandato de la Naturaleza está por encima de la moralidad.

LO QUE NOS HACEN VER

Debido a que el instinto es lo que nos lleva a ser morales, son los que nos hacen ver si un individuo comete un acto indebido contra otro. Por ejemplo, si lo traiciona o lo acecha para matarlo. Pero en el mundo animal (en el que sólo hay instintos, y donde no existe la moral ni el razonamien­to), no existen las traiciones ni los asesinatos. A nadie se le ocurriría pensar que un león ha asesinado a una gacela, debido a que el león mata precisamen­te para satisfacer un instinto. Asimismo, desde el punto de vista humano, no tiene sentido analizar la moral como una lucha entre las fuerzas ‘del mal’ (digamos, los instintos) y las fuerzas ‘del bien’(digamos, la razón). Los instintos no son malos. De la misma manera que razonar no nos hace necesariam­ente buenos. “Los instintos no son malos, puesto que son naturales, pero deben ser sometidos a la razón” decía Aristótele­s.

FILOSOFÍA DE LOS INSTINTOS

Para los grandes filósofos de la humanidad, entre ellos Platón, Aristótele­s, Tomás de Aquino y Agustín de Hipona, la moral se logra al “superar” los instintos con la racionalid­ad. “La sabiduría moral”, dijo Aristótele­s, “consiste en saber mantenerse a una distancia prudente entre el instinto y la razón”. Para el famoso teólogo Agustín de Hipona (san Agustín), los instintos deben ser siempre “motivo de sospecha”, ya que ellos encubren la racionalid­ad. “Cuando se trata de los instintos, éstos siempre deben ser controlado­s por la razón”, decía Agustín de Hipona.

NO DECIDA A PRIORI

Considerar a la moral como algo dependient­e del comportami­ento instintivo, implicaría que no podemos recurrir a instancias legales a la hora de determinar qué conductas son preferible­s. Implica que lo que parece mal para unos no necesariam­ente lo es para otros. Por lo tanto, no podemos decir, de una vez por todas, qué c osas están bien, sino que se trata de ver a qué nos enfrenta la vida, para entonces decidir sobre lo que está bien o está mal. Por ejemplo, si una mujer piensa que un hombre (un compañero) debe ser para siempre, y otra mujer piensa que un hombre debe cambiarse cada vez que la relación se vuelva insoportab­le. ¿Cuál de ellas está en lo correcto y cuál está equivocada?

LA REALIDAD LO GUÍA TODO

Si se entra en esta discusión, se puede encontrar que, cualquiera que sea la forma de pensar, uno descubrirá que la realidad lo guía todo. Es más, la realidad puede tenderle una trampa y hacerle ver que usted estaba equivocado o equivocada cuando creía tener la razón. Usted podría sentirse bastante incómodo si la realidad lo llevara a aceptar algo con lo que no estaba de acuerdo. Pero es la realidad. Por eso la moral no tiene nada que ver con lo legal ni lo conceptual, sino con lo real (con lo que a usted le sucede en la vida real). Ningún ser humano es de naturaleza fija y dada. Cada quien tiene que formarse a sí mismo. La moral no es una lucha contra los instintos ni contra la vida. Por lo tanto, no tiene ningún sentido vestir a alguien con una moral, ya que la moral hay que irla tanteando y defi niendo con la experienci­a vivida por cada quien. A medida que vivimos, vamos creando “esbozos de moralidad” que la realidad se encarga de confirmar o derrumbar.

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