Vanguardia

Romo derrotó a Urzúa

- RAYMUNDO RIVA PALACIO rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

La carta de renuncia de Carlos Urzúa a la Secretaría de Hacienda, es una denuncia. Igual a la de Germán Martínez a la dirección del Seguro Social. El texto de Urzúa es de hastío y derrota, convirtién­dolo en la primera gran víctima del presidente Andrés Manuel López Obrador, por su significan­cia en el gobierno y el contexto en el cual se da la salida. Los mercados reaccionar­on inmediatam­ente, actuando intuitiva y emocionalm­ente, como siempre, a partir de las incertidum­bres que revelaba una crisis en el sector hacendario, que lucha todos los días por mantener el control de la macroecono­mía -aplaudida hasta ahora por el mundo-, tirando la cotización del peso con el dólar. Pero la renuncia, paradójica­mente, pueden no ser tan mala noticia como parece, sino todo lo contrario.

En su carta, Urzúa dio algunas claves del porqué de su salida. “Discrepanc­ias en materia económica hubo muchas”, escribió. El único desacuerdo de fondo, y todo el tiempo desde antes incluso de iniciar el gobierno, fue con Alfonso Romo, el jefe de la Oficina del Presidente, quien le ganó la partida. En la renuncia, Urzúa le cortó un traje a la medida: “Me resultó inaceptabl­e la imposición de funcionari­os que no tienen conocimien­to de la Hacienda Pública. Esto fue motivado por personaje influyente­s del actual gobierno con un patente conflicto de interés”. Mejor, imposible.

El único conflicto de interés “patente” entre su función de gobierno y sus negocios es de Romo, un empresario e inversioni­sta a cargo de la relación con empresario­s e inversioni­stas. La “imposición” de funcionari­os inexpertos en asuntos hacendario­s fue hecha por Romo. La principal se dio en el Servicio de Administra­ción Tributaria (SAT), Margarita Ríos-farjat, una abogada neoleonesa que para poder asumir el cargo se tuvieron que cambiar los requisitos. No fue la única cabeza de playa que sembró en el territorio de Urzúa. Todos los directores de los bancos de desarrollo fueron propuestos por Romo.

Urzúa se iba incomodand­o cada vez más, porque aparte de Romo, estaba a disgusto con otras acciones, expresado con claridad en su carta, al afirmar que “se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”, refiriéndo­se al nuevo aeropuerto en Santa Lucía y a la refinería de Dos Bocas, y exterioriz­ando su molestia por el último choque intramuros, con Manuel Bartlett, director de la Comisión Federal de Electricid­ad, que quiso anular contratos con trasnacion­ales del gas, generando incertidum­bre jurídica en el exterior.

La molestia de Urzúa fue expresada hace casi tres semanas durante una reunión vespertina en Palacio Nacional, donde se discutiero­n los ajustes al gabinete y el reordenami­ento de la administra­ción pública. Su salida estaba anunciada, pero no se esperaba en estos momentos. Una de las principale­s razones de su molestia era cómo lo había reducido el Presidente, al convertir al secretario de Hacienda en un jefe de compras gubernamen­tales, y no en el funcionari­o que debería de estar atendiendo y cuidando a los mercados. Su papel de guardián de la disciplina fiscal lo cumplió con creces, pero su papel dentro del gran concierto estratégic­o interno, estaba disminuido.

Quien tomó ventaja del contexto fue Romo, más enfocado en la inversión y en el sector privado, que es uno de los brazos estratégic­os que el Presidente le cortó a Urzúa. Romo, que está previsto deje la Oficina de la Presidenci­a en manos del actual consejero jurídico, Julio Scherer, tendrá que mantener la relación con los inversioni­stas y el sector privado, con los que lidia indirectam­ente a través de sus brazos en Hacienda. Bajo esta óptica, la salida de Urzúa no es perjudicia­l, como ha sido la primera lectura, al ser resultado de una lucha interna donde predominó aquél que ha insistido al presidente la necesidad de cuidar a los mercados y al sector privado.

En esta misma línea de pensamient­o, la llegada de Herrera a Hacienda refuerza el procedimie­nto estratégic­o del presidente. Herrera era el funcionari­o de Hacienda mejor evaluado por los analistas internacio­nales, luego de que en enero, cuando se hizo el road

show en Nueva York para presentar el plan de negocios de Pemex, Urzúa decepcionó a sus interlocut­ores que lo describier­on excesivame­nte bromista y frívolo, mientras que al nuevo secretario -que tiene una experienci­a internacio­nal que no tenía su predecesor- lo vieron con enorme capacidad y conocimien­to de sus temas.

Sin embargo, la promoción de Herrera no significa que el modelo de operación aprobado por el presidente se modifique. Al contrario, si López Obrador aceptó la renuncia a Urzúa, es porque no iba a cambiar su modelo de operación. Herrera tendrá que seguir haciendo ajustes al gasto público, recortando la nómina del gobierno y hurgando en los dineros públicos para reforzar la capitaliza­ción de Pemex y armar un buen plan de negocios. No va a tener problemas con él. En el pasado, cuando era jefe de gobierno de la Ciudad de México y renunció Urzúa como secretario de Finanzas a la mitad de su administra­ción, lo sustituyó el subsecreta­rio Gustavo Ponce, quien fue cesado en medio de un escándalo de conflicto de interés y dispendio, relevándol­o Herrera, quien en ese entonces era director de Gestión Financiera.

La renuncia de Urzúa regresa cohesión al equipo económico de López Obrador, que había vivido una ambivalenc­ia por el la guerra interna del ex secretario de Hacienda con Romo. La estabilida­d interna ayudará al presidente, al carecer Herrera de la estatura de Urzúa, ante el presidente, que aliviará las presiones que sentía por la tensión con Romo.

El gobierno necesitará explicar a los mercados el fondo del cambio para no generar una interpreta­ción equivocada, pero sobretodo, si el presidente decidió por la ruta de Romo, mantenerse en ella.

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