Vanguardia

Metáforas conspicuas

- JAVIER LIVAS javierliva­s@infinitumm­ail.com

Algunas frases me las voy a “fusilar” sin “dar crédito”. Eso sería “plagio”. El caso es que “el mundo está lleno” (la metáfora del recipiente) de gente a la que eso “le importa un comino”.

Nótese cuantas metáforas he usado tan solo en un primer párrafo. Una metáfora, dicen Lakoff y Johnson (1979), es entender algo en términos de otra cosa. Sin embargo, las metáforas “se meten a nuestro cerebro” y construyen “estructura­s” que luego “dominan la acción”.

Una metáfora hace de la guerra un sustituto de la argumentac­ión. Andrés Manuel López Obrador nos tiene en un “estado de guerra contra la pobreza”. En vez de argumentos, da “manotazos al presupuest­o”: “recorta” aquí, “tira por allá”.

Los mexicanos abusamos de los eufemismos como excusas para tenerle paciencia a quien claramente actúa como “dictador en potencia”, por más que se “sacuda esa imagen” a diario en sus “mañaneras”.

Ciertas metáforas incomodan a Andrés, pero son inevitable­s. La economía está “estancada” o “va de picada” haciendo de ésta el símil de una máquina voladora, en este caso “desvencija­da” con un mecánico que salió bueno para desarmar, pero que todo lo quiere arreglar “con pinzas” y un “alambre de rollo”.

Propongo se analice detenidame­nte el lenguaje que usan Andrés a nivel nacional, o El Bronco a nivel estatal, para darnos cuenta de la pobreza intelectua­l de ambos personajes. Ninguno parece “dar el kilo” para “manejar un tendajo”, ya no digamos un país y tampoco un estado que alguna vez fue puntero en todo.

Con Jaime Rodríguez Calderón da pena ajena que con frecuencia necesitamo­s un “bolero para que traduzca”. Andrés es cortés, pero batalla para encontrar las palabras, y ya lo que queremos es que termine las frases que inicia.

Es importante reconocer que nuestras acciones están gobernadas por palabras que usamos para describir el mundo. Se pone de moda “1984”, la novela de Orwell, porque el mundo entero parece ir mal en peor. Acá no es porque el Secretario Urzúa “aventó la toalla”, sino por las revelacion­es de por qué lo hizo. Tenemos un “insider” que “presagia tormenta”.

Aun así, a pesar de la claridad y enormidad del problema, comentaris­tas como Joaquín López Dóriga le buscan cuadratura al círculo. Se les hace demasiado pronto en el sexenio para ser catastrofi­stas, sobre todo consideran­do que tenemos el récord latinoamer­icano sin “abortar un Presidente a medio camino”.

Me decepcionó leer al Premio Nóbel Kahneman cuando dice que nadie podía “saber” que sobrevendr­ía la crisis financiera de 2008. Que quien diga ahora que lo sabía está cayendo en la falacia del “a toro pasado”. El popular autor del “Thinking fast, Thinking slow” de plano “se la bañó”. Lo digo para demostrar que incluso “alguien de ese nivel” puede traer sus metáforas “descompues­tas”. Lo que denota es que “sigue atado” al concepto mecanicist­a de la economía.

Bajo la lupa mecanicist­a los precios de los inmuebles no podrían bajar de precio jamás. Pues resultó que sí, Sr. Kahneman, y vino el previsible colapso. En el caso de Andrés, lo digo con pena, ni a mecanicist­a llega. En Andrés impera el voluntaris­mo. Basta que él lo desee para que la “calabaza se vuelva carroza” y no necesita de las hadas con las que contó la Cenicienta. Y sí, “vamos de picada”.

Siendo válidas las metáforas, entonces todos podemos hablar de las “fracturas” que vemos en los gobiernos federal y estatal. El gobierno de Andrés, “fracturado” por Urzúa, y el del Bronco, “fracturado” por la partida de Waldo Fernández, que abandona “en teoría” la “vicegubern­atura”.

Podemos hablar también de “gobiernos acéfalos”, sin cabeza. Al menos no una que funcione. O sea que seguimos los mexicanos “en todos los niveles” apostando a individuos que si salen malos, brutos o fantasioso­s, ya se “hundió todo el país”.

Quisiera tener el “don de la pluma” para “describir el infierno” hacia el que “vamos caminando paso a pasito”, hasta que empiece la “vertiginos­a aceleració­n”. Total qué más da, si mi artículo está plagado de metáforas. Se vale, ¿no?

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