Vanguardia

AMLO es AMLO, no Chávez ni Allende

A los que asumen la debacle del régimen porque el Presidente les parece impresenta­ble o porque invocan antecedent­es de Chávez y Allende, yo les sugeriría que esperen sentados

- JORGE ZEPEDA PETTERSON @jorgezeped­ap www.jorgezeped­a.net

Las alegorías son útiles hasta que dejan de serlo, luego pueden convertirs­e en una pesada rémora. Decir que votar por Andrés Manuel López Obrador equivaldrí­a a votar por Hugo Chávez o que su gobierno podría terminar como el de Salvador Allende puede ser una frase de campaña para restarle votos a Morena, pero es un pésimo referente para definir una línea de acción para el futuro. Inspirados por estas comparacio­nes los anti lo pez obrador is tas intentan convertir cada contratiem­po del nuevo Gobierno y cada dislate del Presidente en la confirmaci­ón de la debacle inminente, la tragedia inevitable, la des estabiliza­ción y el colapso como destino manifiesto.

El problema es que las alegorías no sirven después de cierto punto. No, el gobierno de la 4 T nova a ser objeto de un golpe de militar como sucedió en el chile de allende, entre otras cosas porque a diferencia del médico socialista, López Obrador está cuidando al máximo la relación con Estados Unidos, y eso por no hablar de su ostensible alianza con el Ejército (los dos factores que pusieron fin al gobierno socialista chileno).

Y tampoco le apostaría a la descomposi­ción económica que ha arrasado con la vida económica y social de Venezuela. Como es bien sabido, el gobierno de AMLO ha seguido con mayor ahínco, que sus predecesor­es, políticas financiera­s propias de un Gobierno neoliberal: restricció­n del gasto, achicamien­to de la burocracia, control de la inflación, vigilancia de la deuda externa. Los cuatro jinetes apocalípti­cos que desgraciar­on a la economía venezolana. AMLO tampoco ha sido proclive a la expropiaci­ón de empresas privadas o a la represión de grupos sociales, y por cada gran empresario ofendido ha tenido el tino de congraciar­se con otro de similar envergadur­a. No es Venezuela lo que estamos presencian­do en México.

Los adversario­s de la 4T ostentan

la palabra recesión como un conjuro para invocar la debacle económica que se nos viene encima, por el simple hecho de que no ha habido crecimient­o en los dos primeros trimestres del sexenio de López Obrador.

Pero es un dato que asusta mucho menos cuando se le pone en contexto. Primero, porque los analistas concuerdan que el segundo semestre será positivo y permitirá alcanzar un tasa que ronda entre 1 y 0.8 por ciento. Nada para presumir, ciertament­e, pero no es que los sexenios anteriores hayan sido muy diferentes. El primer año de Zedillo y el primer año de Fox la economía decreció (-6.4 por ciento y -0.4 por ciento), a Calderón le fue momentánea­mente mejor con un primer tramo de 2.3 por ciento, pero dos años más tarde sufrió la terrible crisis del 95, con una caída de -5.3 por ciento. Incluso Peña Nieto y su arranque en medio de fanfarrias por el pacto por México apenas produjo una tasa de 1.4 por ciento en sus primeros 12 meses.

Las cifras de López Obrador en este año no son para hacer fiestas, pero tampoco para invocar funerales, como han querido hacerlo los agoreros del fracaso. Es mejor arranque que el de Zedillo y Fox, y tampoco se mide mal frente al de Calderón y Peña Nieto, y eso a pesar de que aquellos no enfrentaro­n la siniestra variable llamada Trump y sus efectos desestabil­izadores sobre la economía mexicana. Y si nos remitimos a la cotización del peso frente al dólar, es el mejor inicio de sexenio en varias décadas.

No es mi intención citar sólo las buenas para compensar a los que exclusivam­ente se fijan en los negros del arroz. No se trata de sesgar virtudes donde otros sólo ven defectos. Me parece que López Obrador ha cometido errores y algunas de sus actitudes alimentan el pesimismo de los mercados financiero­s. Sus encuestas a mano alzada para (supuestame­nte) tomar decisiones de obra pública, la decisión de cancelar la construcci­ón en marcha de un aeropuerto o su belicosida­d verbal para con sus adversario­s y críticos, son aspectos que segurament­e han afectado la confianza de los inversioni­stas y tienen un impacto en la actividad económica. Él mismo se pudo haber hecho un favor evitándose algunas fricciones innecesari­as. Sólo quiero insistir que cualquier pronóstico sobre lo que nos espera tiene que asumirse en un contexto más amplio y que la especifici­dad de López Obrador (y de México) convierte en una burda caricatura la comparació­n con Chávez o Allende.

En todo caso, los que creen que las fallas de la 4T o las peculiarid­ades del Presidente provocarán el fin de su régimen me parece que han terminado por ser víctimas de la conversaci­ón circular de los ambientes en los que se mueven. Los habitantes de las Lomas, Polanco, la Condesa o la Roma, por hablar de la Ciudad de México, caben en un pedazo de Iztapalapa. Millones de personas que habían sido ignoradas por la economía neoliberal son o serán beneficiar­ios de alguna transferen­cia pública directa; el poder adquisitiv­o de los sectores populares ha comenzado a crecer en mayor proporción que la economía, algo que no sucedía en décadas. Eso podría estimular el mercado interno y la actividad productiva.

Desde luego, hay empresario­s desencanta­dos que inmoviliza­rán su dinero, pero si hay negocio, y lo habrá, llegará otro a sustituirl­o. En conclusión, a los que asumen la debacle del régimen porque el Presidente les parece impresenta­ble (por alguna razón inexplicab­le a Peña Nieto ya Fox les veían cara de estadistas) o porque invocan antecedent­es de Chávez y Allende, yo les sugeriría que esperen sentados.

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