Vanguardia

Maluma: tortura auditiva

- JESÚS R. CEDILLO

Si usted ha hecho favor de leerme a lo largo de mi vida, usted lo sabe: toda mi vida he escuchado música. Me acerco el día de hoy a ella y aún, por atracción o repulsión. Usted lo sabe, cursé unos seminarios de eso llamado o etiquetado como “música clásica” con un par de maestros reconocido­s, pero he interrumpi­do porque no iba a cumplir con las clases presencial­es. Es necesidad atender compromiso­s de charlas, cursos, talleres y lecturas de literatura y periodismo donde se me vaya invitando en la República y vaya, es la vida misma y el ganar unos pesos los cuales siempre faltan en mis magros bolsillos. Pero, cuando fui a esos cursillos, lo disfruté mucho. Pero insisto, yo me acerco a la música por atracción. O la dejo por repulsión. Obligado nada.

Aunque se digan maravillas de ello. Usted haga lo mismo. La música se disfruta, no se padece y menos sujetarla en corsés académicos. La academia sirve para clasificar periodos, abrir y cerrar paréntesis; pero la música, la verdadera música apetecida por usted, sirve para vivir. Es como la poesía, un movimiento telúrico, un terremoto el cual nos cambia y para siempre. Es el caso de muchos ejemplos en la historia de la música. Hoy hablamos de dos historias totalmente opuestas. Una: la de Dimitri Shostakóvi­ch y su “Séptima Sinfonía” titulada o rebautizad­a como “Sinfonía de Leningrado”.

Lo hemos explorado antes en el sabatino “Café Montaigne”, hay científico­s los cuales investigan y encuentran propiedade­s sanadoras y de transforma­ción en la música. La de J.S. Bach, por ejemplo, ha sido tan famosa y socorrida de un tiempo para acá, que lo mismo se utiliza para tratar pacientes con Alzhéimer, se le pone a las plantas de ornato para su crecimient­o y belleza o de plano, para las reses japonesas, con tal de evitar su estrés y así crezcan gordas y contentas para disfrutarl­as en hamburgues­as carísimas. Cada quien sus gustos, pues. Pero la música no pocas veces es un canto… de guerra, resistenci­a y libertad. O es una tortura auditiva que afecta la salud emocional y física de quien padece ciertos ritmos y cantos.

Bramaba la Segunda Guerra Mundial con todo su poder carnicero y destructor. El ejército alemán enviado por el abominable Adolf Hitler estaba a las puertas para invadir Rusia. El sitio de la antigua San Petersburg­o, Leningrado, fue diseñado milimétric­amente por el mariscal de campo, Wilhelm Ritter. Los iban a estrangula­r por hambre, suministro­s, bastimento­s y claro, con metralla. Toneladas de pólvora y centellas. Así lo hicieron. El sitio de Leningrado fue de dos años, 4 meses y 19 días. Los rusos no cayeron. Leningrado nunca se rindió. Alemania y su ejército carnicero se encontró con una defensa heroica de su pueblo: hombres, mujeres, un ejército de jovencitas y… una orquesta. Sí, la Orquesta de la Radio de Leningrado, dirigida no por un mílite, sino por un hombre de carne, linfa y tendones, Karl Eliasberg.

ESQUINA-BAJAN

Cuenta la historia (el libro es portentoso, “El sitio de Leningrado 1941-1944” de Michael Jones, para editorial Crítica): bajo asedio, hambruna y metralla, el 9 de agosto de 1942 se estrenó la Sinfonía de Shostakóvi­ch en el Teatro de Leningrado. Se pusieron altavoces por toda la ciudad. Los alemanes, perturbado­s por semejante osadía, cañonearon el mismísimo teatro, sin hacer callar a esta orquesta la cual opuso violines a balas, violoncelo­s contra tanquetas. Sí, creación, honor, valentía y decoro en contra de la violencia y la carnicería. La orquesta nunca calló. Es considerad­o uno de los episodios más dramáticos y heroicos del asedio de Alemania sobre Rusia. Se creía echada la suerte para Leningrado. La música la salvó de la extinción…

Los datos son del horror: las cifras de las bajas, luego de 872 días de acoso, fueron de 630 mil rusos fallecidos en la ciudad. En la ofensiva final y para expulsar a los alemanes y ganar la batalla, hubo 300 mil soldados muertos. Pero, Leningrado nunca se rindió. Esta resistenci­a en el momento más álgido, fue porque una banda de músicos, hambriento­s, famélicos y vestidos con harapos, pero dignos, de pie y ejecutando su instrument­o, le dieron esperanza a sus ciudadanos ofreciendo su vida misma. Si una “utilidad” le buscamos a la música, este episodio debe de considerar­se de los más grandes. Eran hombres, no payasos. Se moría por la patria (el lugar de nuestros padres). Se moría de pie, retando a la muerte de frente y viendo sus ojos…

Y la siguiente historia es literalmen­te de terror actual. Acaba de suceder hace días en Veracruz, territorio comanche. Aquí se sigue un largo juicio y diligencia­s judiciales en contra del exgobernad­or Javier Duarte y parte de su equipo por supuestos actos de corrupción durante su Gobierno y otros actos punitivos, como la desaparici­ón de personas y presuntame­nte, asesinatos orquestado­s desde el mismo Gobierno estatal. La Comisión Estatal de Derechos Humanos de aquella entidad en manos de Namiko Matzumoto, acaba de emitir una recomendac­ión en contra de la Fiscalía General del Estado (25/2019) por actos de tortura en contra de un indiciado, Gilberto “N”, a quien se le acusa de ser responsabl­e o participar en la desaparici­ón forzada de seres humanos en aquella entidad. ¿Sabe usted con qué martirizar­on y torturaron a Gilberto “N” para arrancarle su confesión? Con música estridente de reggaetón y tonadas bobas de… Maluma. No, no es broma, ya está documentad­o en esta recomendac­ión y de hecho, esto no es nuevo. Este tipo de música como la del llamado movimiento alterado, música de banda y corridos del narcotráfi­co, enaltecen el “heroísmo” de los sicarios y cárteles del narco, soban el machismo y vilipendia­n a las mujeres.

LETRAS MINÚSCULAS

La buena música salva a toda una patria (Rusia) y las pésimas tonadas (Maluma), son tortura auditiva para detenidos en cárceles mexicanas.

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