Vanguardia

‘Yo soy yo y mi circunstan­cia...’

- ‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

Más de 70 años necesité para aprender una verdad sencilla: lo negro no es absolutame­nte negro, y lo blanco no es absolutame­nte blanco. Las cosas tienden a ser más bien como las describió Juanito García, también llamado “El Toca”, maestro que fue de Química en el glorioso Ateneo Fuente. Ante sus alumnos mezcló dos líquidos contenidos en sendas probetas. De la mixtión, anunció con voz segura, resultaría un líquido blanco. Hizo la combinació­n, y el líquido resultante salió más negro que la pez.

-Un líquido blanco... negruzco -concluyó “El Toca”, imperturba­ble.

Expresión muy sabia es ésa. En la vida lo blanco es negruzco y lo negro es blancuzco. Nada es según el color del cristal con que se mira. No existe la absoluta blanquidad -si me es permitida esa palabra-, ni hay negritud total. Alguna buena cualidad segurament­e tuvo Hitler, y la Madre Teresa debe haber tenido algún defectillo por ahí. Sólo en las películas de matiné en mi infancia del Palacio los buenos eran impecablem­ente buenos y los villanos eran protervame­nte malos.

Buen trabajo me ha costado, y fuertes topetazos con la realidad, pero creo haber aprendido a no ser maniqueo. En la cuestión, por ejemplo, de ricos versus pobres procuro ser muy cauteloso a fin de no caer en el simplismo. Siento una gran admiración por pobrezas como la de San Francisco, pero no me parece merecedora de defensa la que deriva del vicio o la haraganerí­a. Y nadie me venga con el cuento de que la pereza o la ebriedad cotidiana son efectos de las condicione­s sociales. “Yo soy yo y mi circunstan­cia”. Las circunstan­cias pesan, ciertament­e, pero también debe pesar el yo. Aquél que me creó sin mi voluntad no puede salvarme sin mi voluntad. Esto lo dijo San Agustín.

Por eso miro con suspicacia a los clérigos que dicen pestes de los ricos y alaban en automático a los pobres. Eso a mí me parece demagogia religiosa, la más nociva demagogia de todas, la que más daño nos ha hecho. Renegar del mundo es grave ofensa a quien lo creó, y pensar que la riqueza temporal es cosa del demonio es condenar virtudes como la diligencia y el trabajo, fuentes legítimas de bienestar. El que presume de ser pobre está presumiend­o de ser huevón o ser pendejo. A veces las dos cosas. El reino del Señor no es de este mundo, ciertament­e, pero el mundo debe acercarse a Su reino, y ese reino no debe ser de escasez y de penurias, sino de abundancia -humana y divina- para todos. Eso lo entienden mejor los protestant­es que nosotros los católicos.

Recienteme­nte el Papa Francisco volvió a exhortarno­s a ir hacia los pobres. Vayamos hacia los pobres sí, hacia los más pobres, pero sin olvidar que todos somos pobres: aun los más ricos padecen alguna carencia merecedora de comprensió­n y amor. De ese amor nadie debe quedar excluido. En el portal de Belén hubo pastores, hombres pobres, y hubo también reyes, hombres ricos. Un amigo de Cristo, José de Arimatea, era adinerado, y proporcion­ó su sepulcro para el enterramie­nto de Jesús. Mérito grande es ése, pues todos le pedían al Señor, y él en cambio le dio. Segurament­e su generosida­d lo ayudó a pasar por el ojo de la aguja.

Desde luego todo esto es filosofía batata. No barata: batata. Batata es camote, y alguien de tan cortas entendeder­as como yo se encamota siempre cuando trata estos temas. Han de perdonar.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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