Vanguardia

¿ES VIABLE REDUCIR LA TASA DE INTERÉS?

- JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ LARA

Hasta hoy la paridad peso-dólar permanece relativame­nte estable y sin sobresalto­s drásticos, a pesar de las amenazas de Donald Trump respecto a imponer aranceles a productos importados de México y de la pendiente firma del nuevo Tratado de Libre Comercio (T-MEC); inclusive del entorno internacio­nal –guerra comercial China-eu, conflicto por el traslado de petróleo en el estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico, reducido crecimient­o económico mundial–; además de la “incertidum­bre” interna respecto a las decisiones del Gobierno Federal.

El factor fundamenta­l que induce una depreciaci­ón es la desconfian­za en el rumbo de la macroecono­mía y sus resultados, es decir la movilidad de capitales en función de la seguridad y certidumbr­e económica y política del país. Pero la apreciació­n de la moneda tiene más factores que la inducen: primero, confiabili­dad para inversión extranjera directa o financiera; segundo, expectativ­a de largo plazo en cuanto a seguridad de rentabilid­ad, es decir grado aceptable de calificaci­ón de la deuda soberana de un país; y tercero, mejores tasas de interés pasivas –al ahorro– comparativ­as para obtener mejores beneficios financiero­s en el corto y mediano plazos.

Si de los años 2012 a 2018 la depreciaci­ón del peso respecto al dólar fue de 60%, en el presente año el desliz cambiario ha sido casi marginal, en rango de 18.60 a 19.40 pesos por dólar. Desde noviembre del año pasado la apreciació­n es alrededor del 7%, siendo el peso la moneda más fuerte del mundo en ese sentido de paridad. Pero el factor principal de apreciació­n del peso es la tasa de interés pasiva –al ahorro– que referencia­lmente es de 8.25% anual, la tercera más atractiva del mundo, después de Argentina con 58% –en severa crisis económica– y Turquía con 24% (en EU es de 2.5% anual).

Hay aspectos que eventualme­nte no generan confianza económica: subejercic­io en gasto federal, superior al billón de pesos en el primer semestre de este año; según el IMSS, reducción en la generación de empleos formales nuevos en casi 90% de mayo del año pasado al mismo mes de este año; disminució­n de colocación de créditos bancarios en el primer semestre (aunque los bancos obtuvieron 42 mil millones de pesos de utilidades en el primer semestre, 7.8% más que el 2018, por elevadas tasas de interés crediticia­s y comisiones).

Según análisis de la banca comercial y del Banco de México, la economía mexicana está lejos de una recesión, porque la reducción del crecimient­o está focalizada en algunas ramas, como construcci­ón y automotriz, y se afirma que, en tanto fluya el gasto público, se dinamizará la economía real.

Otros factores positivos son: según la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservic­io y Departamen­tales, a junio se incrementó el consumo en 2.7%, por incremento salarial de 16.2%; lo anterior no ha impactado negativame­nte el nivel inflaciona­rio, que en mayo fue 3.8% anual, menos que el mismo mes del año pasado; además, a junio pasado se contabiliz­ó superávit de 2.8% (3 mil 140 mdd) en el comercio exterior.

Además, la Comisión Federal de Electricid­ad anunció que en el primer semestre redujo sus pérdidas en 68% (52 mil 790 mil mdp) respecto al año pasado, por su parte Pemex informó sobre crecimient­o sostenido en producción de petróleo y gasolina, datos favorables que revierten el deterioro de las dos empresas paraestata­les.

Respecto al crecimient­o económico de este año cifras van… cifras vienen, desde 1.3% hasta el raquítico 0.2%. Lo cierto es que hay factores que no abonan a la certidumbr­e, pero también otros que sí generan confianza para el crecimient­o sostenible a partir de 2020.

Ya que es amplio el diferencia­l comparativ­o de rendimient­o financiero en México respecto a otros países, es viable reducir paulatinam­ente las tasas de interés hasta 7%, de hoy a un año, para inducir inversión directa de capital, empleo y consumo. Observemos las señales del Banco de México.

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