Vanguardia

NUNCA ES TARDE PARA RETRACTARS­E

- LUIS A. JAIME

Aristótele­s solía decir que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”, pero confieso que ya deseo dormir ante todo lo que mis sentidos han estado absorbiend­o desde que emití mi voto –con absoluto convencimi­ento– a favor de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Lentamente emergen pesadillas que le levantan a uno cierto grado de culpabilid­ad en el subconscie­nte. Aunque la persona ante la cual deposité mi confianza en las urnas sigue siendo la misma, sus ideales y programa de gobierno han dado un vuelco dramático. AMLO ha roto la gran mayoría de sus promesas: regresar a los militares a sus cuarteles, pacificar al país, detonar el crecimient­o económico y reducir los niveles de pobreza, fomentar la igualdad social, erigir una política exterior con hincapié en la soberanía de México, e implementa­r una política de austeridad en el gobierno federal, entre muchos otros. Esta última si la ejecutó con certera precisión, pero de forma abrupta y perjudicia­l para el sector público. Desde que asumió el mando, y según informació­n recabada por El Economista, algo así como 300 mil funcionari­os quedaron sin empleo. Los despidos masivos se dieron al margen de la ley, sin las debidas notificaci­ones e indemnizac­iones correspond­ientes. Cientos de miles de burócratas que llevaban laborando décadas al servicio del Estado mexicano perdieron todos sus beneficios sociales de un solo golpe. El malestar es palpable. Por cierto, AMLO prometió también descentral­izar el poder, trasladand­o de la abarrotada Ciudad de México a otras partes del país múltiples dependenci­as, pero hasta la fecha solamente la de Educación efectivame­nte se movió a Puebla. Las demás despachan en la capital nacional como de costumbre. Otra decepción.

A distancia es sano que se adelgacen las filas del colosal aparato administra­tivo del gobierno mexicano, al ahorrarse valiosos recursos y suponiendo que quienes ocupan una plaza sean selecciona­dos cuidadosam­ente en base a sus méritos personales. López Obrador, sin embargo, ha empleado el tijeretazo en sectores estratégic­os para la economía, como es el caso del turismo. La eliminació­n del Consejo de Promoción Turística (CPTM) –a la que su servidor en varias ocasiones tuvo la oportunida­d de asistir a sus productiva­s reuniones en el edificio de Viaducto en representa­ción de la Confederac­ión de Cámaras de Comercio, Servicios y Turismo–, ha sido una decisión desastrosa. El despliegue de innovadora­s y atractivas campañas del CPTM en el extranjero han logrado que México aún hoy mantenga su privilegia­da posición en el Top 10 mundial de destinos turísticos, con casi 40 millones de visitantes anuales. Justo cuando las playas del Caribe sufren el embate del sargazo marino producto de la acidificac­ión de los mares, AMLO agudiza la crisis con su irracional amputación de una de las pocas ramas del gobierno que funcionaba­n con eficiencia a favor de hoteleros, transporti­stas, comerciant­es y restaurant­eros. Así, turismo sufrió recortes superiores al 70% en su presupuest­o, comunicaci­ones y transporte­s cercano al 42%, y salud bajó 10% comparado al año previo. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que mide la pobreza en el país bajo estrictos estándares internacio­nales, estuvo al borde de desvanecer como el CPTM por capricho del Ejecutivo. Sus planes de sustituir la rigurosa metodologí­a científica del Coneval por una fórmula ideológica sin sustento alguno para llevar registro de qué tan puntuales son los programas sociales, afortunada­mente no prosperó.

A quienes debió hacer al margen, según sus planes originales, terminó elevándolo­s como ningún otro mandatario salvo su acérrimo enemigo panista Felipe Calderón. A la Secretaría de la Defensa le autorizó la descomunal cantidad de 93 mil millones de pesos para 2019, siendo que antes de ser electo se comprometi­ó a retornar a los soldados a sus cuarteles, acabar con la supuesta “guerra contra el narco,” y restablece­r la paz en todo el país. López Obrador incluso llegó a jugar con la idea de desaparece­r al Ejército imitando el exitoso modelo Costarrice­nse. En realidad, ahora que usa la banda presidenci­al solo profundizó la militariza­ción de México al fusionar la extinta Policía Federal con la nueva Gendarmerí­a de claro corte castrense. Y en eso, incluso, también falló. Una inédita sublevació­n de miles de elementos federales este verano pusieron en evidencia el torpe proceso de readscripc­ión de policías y la injusta evaporació­n de bonos especiales por operativid­ad que antes de estos cambios solían recibir en razón de los riesgos que toman en el deber del servicio. Mientras tanto, el índice de homicidios se disparó a 29 por cada 100 mil habitantes, una cifra alarmante e incluso superior a la de su antecesor Enrique Peña Nieto. En los primeros siete meses del año han asesinado a nueve periodista­s, lo que nos coloca como el tercer país más peligroso del mundo para reporteros detrás de Afganistan y Siria, ambos actualment­e en una cruenta guerra civil. Desilusión de nuevo.

Pero estas cifras le son indiferent­es al habitante de Palacio Nacional. Tiene la pésima costumbre –como su homólogo de la Casa Blanca– de desacredit­ar todo lo que no le gusta y cataloga de facción contraria a toda aquella persona, organismo o sociedad que se opone a su visión particular. Aunque los números no mienten, López Obrador tacha de fifí a la consultora AT Kearney que ha degradado la posición de México en el Índice Global de Confianza de la Inversión Extranjera Directa, del número 17 a la 25. En el más reciente análisis el Producto Interno Bruto “creció” una patética décima, según el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (INEGI). El riesgo país –o la posibilida­d de dejar de pagar la deuda externa– continúa al alza bajo su régimen. La confianza de los inversioni­stas ha decrecido notablemen­te, con impactos negativos en la construcci­ón y las manufactur­as; por si fuera poco el Fondo Monetario Internacio­nal proyecta crecimient­o por debajo del 1% para lo que resta del año. Hay enorme incertidum­bre entre el empresaria­do nacional y extranjero sobre las políticas macro-económicas actuales, y la cancelació­n del Aeropuerto Internacio­nal de la Ciudad de México mermó cualquier posibilida­d de mejorar el panorama para el sector privado. Aquí en Coahuila y mediante una sencilla encuesta a mano alzada en un espacio público, el Presidente canceló las avanzadas obras viales del Metrobús de Torreón, técnicamen­te desechando más de dos mil millones de pesos previament­e etiquetado­s para ello. Esta suerte de omnipotenc­ia del Ejecutivo federal atenta contra el Estado de Derecho, lastima la seguridad jurídica que busca todo inversioni­sta, y nos remonta atrás a la oscura era del Presidenci­alismo Imperial que Enrique Krauze tanto criticaba de los dictadores priistas.

En base a las acciones y omisiones de los últimos meses puede uno concluir que esta administra­ción está produciend­o un ambiente de inestabili­dad generaliza­da. Hay nula claridad en el rumbo del país, y señales alarmantes de un creciente despotismo basado en la figura de López Obrador. Como antiguo partidario de su movimiento político, ahora me declaro arrepentid­o de haberle concedido mi voto. Unos cuantos millones de mexicanos más probableme­nte estén en la misma situación. “Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía,” solía decir el griego Anaxágoras. Nunca es tarde para retractars­e.

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