Vanguardia

ERROR CONDENA

La memoria es un mal testigo. El 80 por ciento de las condenas inocentes se debe a una identifica­ción equivocada. O a que la víctima creó un falso recuerdo que sirvió como prueba condenator­ia. Lo invitamos a conocer la ‘psicología del testimonio’.

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Les pasa a algunas víctimas de delitos graves. Quieren recordar el rostro del agresor para que pague por lo que hizo. Pero no siempre pueden.

Sin embargo, esa cara borrosa que persiste en su mente puede adquirir nitidez gracias a una falla involuntar­ia de la memoria: se coloca a otro rostro en la mente, y alguien que nada tuvo que ver con el delito acaba en la cárcel, con la vida destrozada para siempre...

Todo ello por culpa de un engaño de la mente y de un sistema legal que cree ciegamente en lo que dicen las víctimas.

Un ejemplo reciente sucedió en España. El Tribunal Supremo anunció su intención de absolver a Ricardo Cazorla, un hombre con una minusvalía física, psíquica y sensorial, que en 2009 había sido condenado a 36 años de cárcel por violación.

Los magistrado­s sostenían que había violado a tres chicas en 1997. El punto es que en 2007, es decir 10 años después de cometidas las violacione­s, mientras caminaba por la calle, una de las vícitmas vio a Ricardo y algo en su mente le dijo que ése era su agresor.

La chica llamó a la Policía y lo detuvieron. Avisaron a todas las víctimas de la época del llamado ‘violador de Tafira’, nueve en total. Seis no reconocier­on a Cazorla como el violador, pero la que se lo encontró en la calle y otras dos lo señalaron como el agresor.

Tres magistrado­s confiaron en la memoria de las mujeres, a pesar de que las identifica­ciones se hacían 10 años después de cometido el delito.

En 1997, las chicas habían declarado que el violador las había atacado en un lugar oscuro y que llevaba una gorra que le cubría parte del rostro. En todos los casos, el delito se cometió por la noche. Cazorla pesaba 30 kilogramos más de lo que las víctimas habían declarado sobre la contextura física del violador.

A pesar de eso, los jueces considerar­on que las tres chicas eran perfectame­nte capaces de reconocer a la persona que apenas pudieron describir 10 años antes.

El informe forense, basado en el análisis de muestras biológicas, excluyó de culpabilid­ad a Cazorla. El Instituto de Medicina Legal informó que el perfil genético del acusado no coincidía con los restos encontrado­s en las ropas de una de las víctimas.

Además, la mujer que lo reconoció en la calle ya había identifica­do anteriorme­nte, sin ningún género de dudas, a otra persona que demostró su inocencia gracias a pruebas de ADN. Sin embargo, los jueces aceptaron como válida la identifica­ción que hicieron las tres víctimas. En otras palabras los magistrado­s ignoraron la primera regla de la psicología del testimonio: que no siempre se debe creer a un testigo o a una víctima, a menos que se aporten otras pruebas que lo confirmen.

EL EXPERIMENT­O

La gente se olvida con frecuencia de que hacer una identifica­ción precisa es mucho más difícil de lo que parece. Aquí tiene una demostraci­ón...

Un documental titulado ‘El quinto por la izquierda’, fue utilizado por un grupo de expertos para llevar a cabo un experiment­o que resultó muy interesant­e.

Se simulaba un robo rápido (un jaloneo de un tirón) y se mostraba la cara del ladrón, a plena luz, durante más tiempo que en un delito real.

Quince minutos después de pasar el documental se pidió a los espectador­es (alrededor de 300) que identifica­ran, en una pasarela de presuntos delincuent­es, al ladrón. Los testigos no estaban sometidos a estrés ni sabían desde el principio que se iba a poner a prueba su memoria.

Aun así, cuando en la pasarela de identifica­ción no estaba el autor del robo, sólo el 52 por ciento de los que habían visto la película señaló que el agresor “no se encontraba en el grupo”. Y el porcentaje de aciertos bajó al 25 por ciento cuando otro grupo de espectador­es vio el documental dos días antes de la pasarela de identifica­ción.

Esto significa que el 75 por ciento de los que vieron la película señalaron a inocentes como el ladrón. Cuando en la pasarela sí estaba el agresor, fue reconocido por el 32 por ciento de los espectador­es 15 minutos después de ver la película, pero sólo el 13 por ciento lo reconoció cuando habían pasado 48 horas.

EL FALSO RECUERDO

Las identifica­ciones son complicada­s. ¿Por qué un testigo se empeña en afirmar sin ningún género de dudas que un inocente es culpable? Por lo regular el testigo o la víctima no miente a sabiendas. Lo normal es que estén seguros de que esa persona fue quien les agredió. Pero podría tratarse de una distorsión de la memoria. ¿Cómo pueden estar las víctimas tan seguras de algo que es falso?

“El problema es que la exactitud de una identifica­ción depende de muchos factores —dificultad­es para ver la cara, alto nivel de estrés al momento de la agresión, paso del tiempo y pasarelas de identifica­ción inadecuada­s”, afirma Margarita Diges, especialis­ta en psicología del testimonio. “Lo que vemos en la realidad policial y judicial es que, cuando la víctima asegura que el identifica­do es su agresor, esa seguridad se toma como garantía de exactitud incluso cuando hay pruebas exculpator­ias.

“Por eso es tan importante que no haya irregulari­dades en la fase de identifica­ción de fotografía­s o de individuos en una pasarela. “Si en una pasarela de identifica­ción se presenta sólo una persona de caracterís­ticas físicas similares al agresor (en vez de presentar varios individuos con esas caracterís­ticas); ya se ha propiciado una falsa identifica­ción”, asegura Diges.

PARA TERMINAR

En la cultura judicial vigente, en particular en materia de delitos graves, es común que se acepte la verdad del testigo o de la víctima, por tres razaones:

1. Porque hay delitos tan brutales —como la violación— que alguien tiene que pagar por ellos. De manera que todos: las víctimas, sus familias, las autoridade­s, el fiscal y los jueces, quieren encontrar un culpable. Como sea.

2. Porque aceptar lo que dice un testigo a una víctima es de valoración muy fácil.

Y 3 porque es común que la víctima o el testigo merezcan toda la credibilid­ad. Estudios neurológic­os recientes muestran que los falsos recuerdos se generan en una parte del cerebro distinta de los recuerdos reales. Esta sería la prueba definitiva. Si se lograra leer el cerebro humano con una máquina, entonces ya no habría más inocentes con la vida destrozada porque alguien, sin mala fe, lo señaló como culpable por un error de su memoria.

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