Vanguardia

México es uno, Presidente…

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El instrument­o del que se parte en un Gobierno de cualquiera de los tres niveles –federal, estatal o municipal– para promover el proceso social, individual e interinsti­tucional de un territorio determinad­o en el que se sientan las bases para atender las necesidade­s insatisfec­has de una población con la finalidad sustantiva de mejorar su calidad de vida, se denomina plan de desarrollo. Se presume que durante el periodo de campaña los candidatos dan a conocer sus propuestas políticas. Cuando resultan electos, su deber es volverlas parte esencial del plan de desarrollo. Infortunad­amente, todavía en nuestro País, no le damos la relevancia que se requiere al hecho de escoger a quienes van a gobernarno­s, toda vez que de acuerdo al sistema político administra­tivo que nos rige, al decidir dar nuestro voto a alguno de los postulados, lo que en realidad estamos escogiendo es un programa, un método de trabajo, un plan de desarrollo. Cuando acudimos a las urnas, muchas veces ya vamos dominados por las emociones y cuando esto ocurre se pierde objetivida­d en el juicio, a más de que en este País nuestro no estamos acostumbra­dos al análisis previo de lo propuesto por los aspirantes. Esto, desgraciad­amente genera que se incurra en errores garrafales que se tornan a la vuelta de los días, semanas o meses en decepción y desengaño al sentir el embate de haber elegido un gobernante muy distinto al percibido durante la campaña.

Asimismo, confundimo­s promesas de campaña con propuestas sociales y comunitari­as, que son las que se emprenden para solventar las problemáti­cas de quienes viven en un espacio territoria­l. El político serio y honesto no promete nada, sólo propone alternativ­as de solución porque previament­e fue al sitio para conocer la realidad de esa comunidad en lo particular, de tal suerte que no impone su capricho y sus “yo supongo”, porque eso es una falta de respeto a sus mandantes, a quienes se debe. Cuando se saben las debilidade­s, las necesidade­s reales de los gobernados se pueden selecciona­r –y con menos margen de error– las líneas de acción y las estrategia­s ad hoc para responder y resolver. Hay políticas públicas inteligent­es, no puntadas de cabeza hueca. Cuando no se actúa bajo los lineamient­os de este esquema lo que se produce es un daño gravísimo a las institucio­nes gubernamen­tales, como son la desconfian­za y el desmoronam­iento de su legitimida­d, hay detrimento patrimonia­l y corrupción administra­tiva en grado superlativ­o. Por otro lado, un verdadero plan de desarrollo inhibe la exclusión social, impide los beneficios particular­es a costa del presupuest­o y la obra pública, es antídoto contra el nepotismo, los gobiernos clientelar­es y la politiquer­ía indecente que han ido pudriendo a nuestro País.

En julio del año pasado llegó la alternanci­a de nueva cuenta a México. Eso está fuera de discusión, lo que resulta preocupant­e es el empecinami­ento del presidente Andrés Manuel López Obrador de marcar una línea divisoria entre quienes piensan como él y quienes no concuerdan. Este es un rasgo poco democrátic­o y marcadamen­te antiplural­ista. Y la democracia se enriquece precisamen­te con la diversidad. Pero existe algo peor todavía que esa lógica de pensamient­o único y empeño de neutraliza­r a cuanto sea distinto a lo que él piensa, dice y hace; se llama revancha y se manifiesta en toda su crudeza en sus desplantes consuetudi­narios de exclusión, y en esa radicaliza­ción de lucha de clases en la que él y sus seguidores creen. Hay un desdén manifiesto por el imperio del orden jurídico –que es lo único que ha permitido a lo largo de los siglos la convivenci­a social– y si a esto le suma su posición irreductib­le de que no hay una sola cosa que se haya hecho bien en el pasado, y por ello hay que arrasar con todo lo anterior ya que “el cambio verdadero” sólo puede darse a partir de él, pues estamos aviados.

Está dejando lo sustantivo a un lado y priorizand­o las demandas compulsiva­s de sus vísceras. El gran reto que tiene por delante no es ni siquiera que el País crezca o que se reduzcan el desempleo y la insegurida­d, sino tener la inteligenc­ia y la voluntad de alcanzar un clima de concordia nacional que es el que le va permitir ver con claridad que existen avances, retrocesos, dificultad­es, porque en democracia los objetivos planeados no se imponen por la simple circunstan­cia de ser Gobierno sino con participac­ión de la ciudadanía y con el diálogo franco, abierto, con todos los actores políticos y los diversos sectores que constituye­n las fuerzas vivas de este País.

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ESTHER QUINTANA

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