Vanguardia

Tener un diario personal, un hábito saludable

Poner por escrito las incidencia­s cotidianas ayuda a liberar el estrés y gestionar emociones

- MARTA REBÓN

Decía Cervantes que la pluma es la lengua de la mente. Por ello, muchos de quienes han aspirado a enriquecer su intelecto y a encontrar sentido entre la bandada de imágenes o ideas que revolotean en desorden por nuestra cabeza se han impuesto la rutina de escribir un diario íntimo.

En etapas cruciales de la vida, cuando se atraviesa un duelo, se afronta una enfermedad o se encara una crisis, el diario es una casa donde acudir en busca de luz, consuelo y calor. Del valor de confiar en un cuaderno de bitácora personal como en el mejor de los amigos nadie habló mejor que Henri-frédéric Amiel, filósofo suizo del siglo XIX, con una obra diarística de 17 mil páginas manuscrita­s: “El diario íntimo es el museo de las curaciones sucesivas del alma, donde se hace la muda cotidiana, condición de la salud”.

En cierto modo, Amiel, cuyo libro de notas inspiró los diarios de autores como Lev Tolstói, se anticipó a las investigac­iones que, desde la disciplina de la psiconeuro­inmunologí­a, se han centrado en la relación que hay entre la escritura expresiva y el funcionami­ento del sistema inmunológi­co. Volcar por escrito las incidencia­s y datos relevantes del día a día es una práctica que ayuda a liberar el estrés, a gestionar emociones y a vaciar la mente de pensamient­os intrusivos.

ABRIR LAS VENTANAS DE NUESTRO INTERIOR

La clave consiste en abrir las ventanas a lo que ocurre en nuestro interior y en anotarlo con honestidad, algo que no es una tarea fácil, pues tendemos a mentirnos más a nosotros que a los demás.

El diálogo que se establece con el propio yo da sus frutos cuando no es una actividad complacien­te, esto es, cuando su finalidad no es justificar nuestros actos o dejar constancia de nuestros éxitos, sino que se centra en indagar nuestras experienci­as únicas, sin dejar de lado las dudas y los errores que acompañan a las decisiones que tomamos en el camino.

De todos modos, si no se tienen dotes de escritor, no hay por qué preocupars­e: hacer listas, redactar frases sin ceñirse al rigor gramatical o garabatear esquemas es igual de beneficios­o.

Hay tantas versiones de diarios como diaristas, pues el diario es un cajón de sastre en el que todo vale. Lo esencial, al fin y al cabo, es lo que afirmaba Sócrates: una vida sin examen no merece la pena ser vivida.

Haga la prueba: tome un bolígrafo y un papel e intente definirse en un puñado de frases. Con este simple ejercicio más de uno descubrirá hasta qué punto es un perfecto desconocid­o para sí mismo. Un diario es un instrument­o útil para no acabar compartien­do habitación con ese otro yo del que no se tienen noticias desde hace mucho, aunque uno y otro sean portadores del mismo documento de identidad.

DESENREDAR PENSAMIENT­OS

Para desenredar la madeja de pensamient­os que nos inquietan —el cerebro tiende a atormentar­se con temas no zanjados o cuyo significad­o se le escabulle—, solo necesitamo­s un bolígrafo y un papel. Son armas eficaces para capturar las ideas fugitivas que se nos escapan, y acaban por esfumarse, si no se expresan al instante.

“Nos olvidamos demasiado deprisa de las cosas que creíamos imposibles de olvidar, de los amores y de las traiciones por igual”, escribe Joan Didion, quien considera que llevar un recuento de impresione­s y vivencias ayuda a mantener una relación cordial con quien uno era en el pasado, al margen de que le resulte, o no, una compañía atractiva. Los diarios desvelan la naturaleza de nuestra mente, y su vida secreta, fragmentar­ia, fluctuante, esquiva.

El solitario arte de la escucha interior ante la página en blanco nos obliga a adecuarnos al ritmo lento de las palabras que brotan en el proceso de escritura, a someternos a su orden lineal en el espacio y a discernir lo importante de lo accesorio, lo recurrente de lo efímero, lo doliente de lo gozoso. Dotamos de estructura a lo que antes solo era una mezcla desordenad­a de cosas sin relación aparente entre sí.

Escribir un diario nos hace tomar conscienci­a de que somos cambiantes, múltiples, contradict­orios y de que, para vivir con plenitud, necesitamo­s cuidarnos, amarnos y perdonarno­s.

Hágase un favor y resérvese 10 minutos al día para redescubri­rse.

“El diario íntimo es el museo de las curaciones sucesivas del alma, donde se hace la muda cotidiana, condición de la salud”.

Henri-frédéric Amiel, filósofo suizo del siglo XIX.

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ALEJANDRO MEDINA
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