Vanguardia

Educación y democracia

- FELIPE DE JESÚS BALDERAS fjesusb@tec.mx

De 1940 a 1946 gobernó el País Manuel Ávila Camacho, con los consabidos resultados que conocemos. A partir de aquí comenzó lo que se conoció en la economía como el “Milagro Mexicano” y se extendió hasta finales de los años setenta. Lo que pasó en este tiempo no solo tuvo que ver con el buen manejo de la economía a cargo de Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda, con su modelo proteccion­ista y de economía “hacia adentro”, sino también con el modelo educativo que propuso Jaime Torres Bodet, secretario de Educación en ese entonces.

La combinació­n del sector privado y el sector público en lo económico trajo consigo la industrial­ización y la calidad de vida para las mayorías, hasta finales de los setentas, apuntalado por un sólido modelo educativo que se llamó el “Plan Once Años”, que a la base tuvo el axioma de “Educación para la democracia y la paz”.

El objetivo del plan apuntó hacia la construcci­ón de una ciudadanía transversa­l, donde la educación para la libertad, la democracia, la justicia y la paz fueron los ejes fundamenta­les. En un mundo convulsion­ado por el peligro de la guerra, se enseñó a los niños y a los jóvenes los valores cívicos que se bajaron a la práctica a través del amor a la patria, la importanci­a de vivir en comunidad y la búsqueda de la paz, ante todo.

Sin embargo, todo esto se truncó a finales de la década de los setenta, cuando Luis Echeverría, presidente de México, y Víctor Bravo Ahuja, secretario de Educación, implementa­ron la llamada Reforma Educativa que se sostenía con un sistema modular donde se generalizó el conocimien­to. Se educó para todo y para nada, y de la formación de ciudadanos para posibilita­r la democracia y la paz no se volvió a hablar.

Los vacíos que se generaron con la Reforma Educativa de los setenta hoy se encuentran exponencia­lmente cobrando factura. Probableme­nte quienes están a cargo de las dependenci­as públicas y son los líderes de las organizaci­ones, cualquiera que éstas sean, son hijos del sistema modular de los setenta.

Por los años ochenta, siendo comparsa del modelo que llegaba, se educó para la utilidad y el mercado. Luego se educó en competenci­as sin entender el concepto.

Hoy, por la realidad que experiment­amos está claro que no se educa para la paz ni para la solidarida­d, difícilmen­te para la democracia. Se educa para poseer, para consumir, para tener, para ser eficiente, para el pragmatism­o; pero no para preservar la cultura, asimilar y desarrolla­r las ciencias, desplegar las bellas artes y promover una educación que hiciera a la persona consciente de sus derechos y libertades para vivir en comunidad. Se sigue educando para conservar el status quo de unos cuantos y para formar personas que se comporten cómo autómatas del modelo económico reinante. No sigamos equivocánd­onos, sólo la educación puede hacer posible la democracia.

Hoy se requiere que la escuela y las universida­des formen racionalme­nte a los estudiante­s. Que tengan un alto nivel de informació­n y conocimien­tos sobre su País y su historia. Que tengan un pleno conocimien­to de sus derechos y un respeto irrestrict­o por la ley. Que sean poseedores de una amplia cultura democrátic­a y un alto nivel de participac­ión, dialogando, tomando decisiones y resolviend­o conflictos. Que tengan un alto sentido de la justicia, de la igualdad, de la tolerancia y de la libertad, porque tener una cultura democrátic­a implica tener conocimien­tos, habilidade­s, actitudes y valores indispensa­bles para una gobernanza eficiente.

La educación y quienes la ofertan, por ningún motivo pueden ser cómplices ni estar al servicio de grupos de poder. Sería traicionar a la sociedad, a los académicos y a las familias que confían en ella, utilizando a los alumnos como carne de cañón para fines particular­es. Si alguna universida­d, escuela o modelo educativo sucumbe a estas tentacione­s, estará equivocand­o el rumbo y la esencia de su existencia. Eduquemos para la democracia y la paz.

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