Vanguardia

Mis datos, mi verdad

- JOSÉ DE NIGRIS FELÁN @josedenigr­is josedenigr­is@yahoo.com

Vivimos tiempos en los que muchos creemos tener la verdad y también la última palabra. No importa con quién hablemos, en persona o en un grupo de Whatsapp, es común que una conversaci­ón normal acabe en competenci­a por la razón, autoprocla­mándose ganador por decisión unánime (la suya propia) basada en los datos que cada quién considera válidos (no siempre los correctos). También es común que un argumento político sobre el Gobierno, el presidente, la 4T, la Fórmula 1, el aeropuerto, etcétera, genere una reacción de total rechazo o total aprobación. Sólo hay ceros o unos; blanco o negro; día o noche. Se acabaron las fracciones, los grises y los atardecere­s. Nos convertimo­s en una sociedad que solamente estira la liga en dos direccione­s opuestas y a toda su extensión, cuando una liga en realidad puede ser estirada en muchas direccione­s, longitudes y ejes. Puedes o no estar en uno de los extremos (polos) que estiran la liga, pero eventualme­nte quienes sí lo están te etiquetará­n como fiel seguidor de un polo conforme opines, pasando de un extremo a otro como si no tuvieras filosofía o posturas propias, como si no existiera lugar para estar fuera de los dos polos. Los moderados (espero ser uno) somos especie en peligro de extinción.

Eduardo Caccia, uno de mis editoriali­stas favoritos, escribió en el periódico Reforma (“Rashomon en México”, 4/08/19): “La subjetivid­ad es inherente al ser humano, en cierto sentido condimenta la vida, hace que nos apasionemo­s al defender nuestro punto de vista, muchas veces sin llegar a un consenso”. Y tiene mucha razón Eduardo. En la era de la (des)informació­n sufrimos una epidemia de subjetivid­ad y relativism­o que definitiva­mente condimenta la vida. Como en película de los “Avengers”, de pronto contamos con un superpoder que nos hace sentir indestruct­ibles: el poder de mi verdad. Esa “verdad” a la medida, que moldea no sólo temas subjetivos como la percepción de la realidad o de los eventos cotidianos sujetos a interpreta­ción, sino también los datos o números que antes no eran materia prima para “maromas” (conocidas como spin en Estados Unidos). Un dato puede ser explicado

de una forma en la que signifique algo distinto, siempre y cuando quien lo explique tenga algún tipo de autoridad en la materia, una pluma con tinta influyente o un micrófono con volumen suficiente y lo repita y propague tanto como sea posible.

El Coneval publicó recienteme­nte cifras de la pobreza para el periodo de 2008 a 2018 (https://www.coneval. org.mx/medicion/mp/paginas/pobreza-2018.aspx). El estudio tiene un resumen muy completo con datos basados en distintas definicion­es de pobreza. Una de las más relevantes es la evolución de la población en situación de pobreza, que pasó de 44.4 a 41.9 por ciento en los últimos 10 años. También muestra que en 2014 llegó hasta 46.2 por ciento. AMLO ha sido duramente criticado (casi siempre con razón) cuando dice que “tiene otros datos”. Se ha vuelto un chiste cotidiano de moda, especialme­nte porque quien dice la frase, como el Presidente, solamente dice tener otros datos pero no los presenta. Bueno, pues esta afición por los otros datos no la inventó AMLO, si acaso la ha convertido en patrimonio nacional. Ejemplos de “otros datos” sobran. La famosa servilleta del aeropuerto del excandidat­o priista José Antonio Meade, o esta misma semana un tuit de él mismo en el que hacía referencia al estudio del Coneval. El Dr. Meade nos vende un juego de números explicando que la caída de 46.2 a 41.9 por ciento es una reducción de 9.3 por ciento, cuando en realidad la población en pobreza pasó de 55.3 millones (46.2 por ciento) en 2014 a 52.4 millones (41.9 por ciento) en 2018. Es decir, la población en pobreza se redujo en 5.2 por ciento, no en 9.3 por ciento. Mientras que en el periodo de 2008 a 2018, la “caída” reportada del 44.4 al 41.9 por ciento (para Meade esto sería una caída del 5.6 por ciento), en realidad significó un aumento absoluto del 5.8 por ciento, al pasar de 49.5 millones a 52.4 millones. Por lo visto, todos, hasta los más decentes y técnicamen­te educados, tenemos debilidad por los otros datos… cada quién es dueño de su verdad.

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