Vanguardia

La desapareci­da vida de barrio

- ESPERANZA DÁVILA

En el Saltillo viejo el barrio era para cualquier niño el centro de su mundo. En las calles aprendía a jugar y a sobrevivir a la pandilla, en su casa asimilaba todo lo demás y, por las noches, acurrucado en el regazo de su madre o en un oscuro rincón cercano a ella, podía escuchar muerto de miedo las historias de brujas, fantasmas y aparecidos contadas por las vecinas reunidas a la puerta de alguna casa. Don Óscar Flores Tapia ilustra sabrosamen­te algunas escenas de su barrio del Cerro del Pueblo en su libro “Herodes”:

“-¿Ya sabe, comadre, que anoche se le apareció el Diablo a don Polo?

-No me diga: si es ‘ques’ la segunda vez. María Purísima, quién sabe qué deberá este santo pecador…

-Fíjese que anoche no me dejaban dormir las brujas: trepadas en el pirul tenían una de burlas las ‘jijas’… que tuve que salir a ‘peliar’ con ellas.

-Ay, comadrita, ‘pos’ a poco no sabe a quién es al que ‘train’ clavadito!

-Sí como no; a don Cenobio: si nomás hay que verle esa cara de mensurraco para saber que está el viejo embrujado… ¡Y la diabla de la vieja, ‘pos’ que se encierra ca’tía Nicha con el burrero Jerónimo!

-También a Panchita, ‘quesque’ le andaban sonando la puerta…

-Pos sería el ‘querido’… ¡Con eso que don Manuel trabaja de noche!...

Fulano todos los días estrena vestidos, aunque los lepes estén muertos de hambre:

-A mí no me la pega Sarita, comadre; esa gordura no es buena.

-Ahora que se case Juan Pablo, los que fueron novios de la Pepa le van a regalar una cuchara de albañil…

-Si viera qué decente es Juanita; que yo sepa, nomás a su marido y al estudiante le conocemos, ¿verdad?”.

Y del mero chisme, pasa el autor a la narración fantástica. Confiesa que el niño que fue sentía “calosfrío” al escuchar las historias de miedo de su barrio: “Daban las once, las once y media y las doce cabalístic­as horas. El momento fijado

para la aparición de Belcebú o del ‘Padre’ que pasea a esa hora, breviario en mano, rezando por su propia alma, por la Huerta de don Cesáreo Elizondo donde ahora se levanta el Hospital Saltillo (hoy el Hospital Universita­rio). Hora también en que cruzan las ‘botitas’ de un lado al otro del Puente Dos de Abril y en que la Dama del Coche acostumbra regresar a su morada: el Panteón.

“La leyenda de la Mujer de Negro era la pesadilla de aurigas y choferes de Saltillo: una mujer eleganteme­nte vestida de negro, bellísima, con brillantes en los dedos y en las orejas, se llegaba al Sitio de Coches de Santiago Valdés o de Santos Peña. Contrataba cuatro o cinco horas de coche y ordenaba la llevaran a diversos lugares. En aquel tiempo, como ahora, no se inquiría a pasajeros los motivos para alquilar vehículos y como lo más probable fuera que la señorona tuviera sus dares y tomares con alguno, a escondidas de sus hermanos o cualquier otro familiar, poco interesaba a los conductore­s, como no fuera la paga, lo que aquella mujer iba o no a hacer.

“Después de visitar templos y tiendas, la mujer ordenaba: Lléveme por los panteones. El auriga o cochero, como aquí siempre se les ha dicho, paraba su coche frente al farol que entonces estaba en la puerta del Panteón y cuando aquella mujer preguntaba el valor de su adeudo… una calavera era lo último que veía el pobre hombre. Se decía que la muerta había sido una pecadora famosa que penaba, pagando no sé cuántos pecadillos; que tenía un ‘entierro’ en puras talegas, que a no ser como las que traía el ‘Fantasma de Sayula’, hubiera hecho rico a cualquiera…

“Y aquella otra horripilan­te de don Crescencio, del que se decía que había salido del Infierno, y llegándose a su casa envuelto en llamas, al cogerse del marco de la puerta provocó un incendio: Manden decir nueve misas por mi alma, que me estoy asando en el merito infierno”.

Ese era el Saltillo de los años treinta y cuarenta del siglo pasado.

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