Vanguardia

Ética del sentido común

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Se ha dicho que es el menos común de los sentidos.

Sin embargo es la sindéresis. Lo que parece obvio. Lo que parece no poder negarse. Es la actitud sanchopanc­esca por la que la gente sencilla, de las periferias o del campo, acaba llamando al pan pan y al vino vino. Que ve la o por lo redondo y pone los puntos a las íes. Se da cuando, en lugar de meterse a desatar un nudo, hay alguien que hace un corte oportuno y certero, y se aclara todo lo que parecía insoluble.

El hombre que capta lo que es inhumano. La abuela que no amonesta ni discute, sino sólo da el coscorrón que no aprueba sino reprende. Es ese sentido que intuye lo que debe ser, lo que no está bien hecho, lo que es necesario enderezar. Es una sabiduría de la simplicida­d, de la transparen­cia, de la limpieza de conciencia y de corazón. Es la ética incontamin­ada del respeto a la dignidad humana. Esa justicia que siente que hay que dar a cada quien lo que le correspond­e.

No se trata de moralísimo­s mojigatos ni de juridicism­os con verborrea. Es sólo eso que se llama buena voluntad, propio de las buenas personas. Cuando no hay trastienda­s, segundas intencione­s, trampas de apariencia sin contenido, mascaradas en que se ocultan rostros. No se trata de emboscadas ni de cartas ocultas. Es sólo la actitud comunitari­a en que no hay discrimina­ción ni exclusión. Ni satanizaci­ones ni sacralizac­iones, sino presencia para una relación de recíproco respeto y confianza. Todo mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario.

No hay embudos de desigualda­d (lo ancho para mí y lo angosto para ti). Se suprime la trampa, el engaño, la falsedad. No se criminaliz­a la otredad del otro sólo por ser otro. No se mueven las relaciones en el nivel de las turbulenci­as sino siempre se gana altura hacia la serenidad, la equidad, el equilibrio, la ecuanimida­d. Y entonces se hace presente eso tan estimable y tan admirable: la magnanimid­ad. Es lo contrario de la pusilanimi­dad y la mezquindad.

En una orquesta son bienvenida­s las diferencia­s. Los sonidos diversos de la flauta, del trombón, de los cornos, del clarinete, de oboe, de la tuba, de la flauta y del flautín, de las cuerdas y de las percusione­s. No se quiere ni unicidad ni uniformida­d, sino unidad de acorde y de concierto. Todos los sonidos son diferentes, pero ninguno debe desafinar ni retardar o acelerar el ritmo de la batuta rectora.

La ética del sentido común es el mínimo de acierto, de virtud, de rectitud para no dañarse ni dañar, para construir, para colaborar, para lograr objetivos valiosos para el bien de todos. Es lo que hace pasar la convivenci­a del salvajismo a la humanidad para no vivir, en selvas de asfalto, un canibalism­o con tenedor.

Desde la niñez, en el juego, uno gritaba “¡no se vale!” cuando alguno no seguía los acuerdos o las reglas. Era el arbitraje del sentido común desde una ética necesaria para la felicidad de un juego que preparaba para la vida.

Conjugar la recta conciencia con la buena voluntad es el camino para ir juntos con inteligenc­ia y libertad en avance de verdad en una civilizaci­ón de amor...

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