CARTA DE CUANDO TE FUISTE
Un café cargado, pesado y pretencioso.
Así tus ojos en mi memoria: profundos, convenidos y abrasadores.
Una estela de crema en el negro abismal de una taza en mi mano; un remanente de virtudes conmovidas en plena habitación.
Un final carmín; notas de arándano en un té.
Así, el punto final en el recuento bienal de nuestra venturosa suerte.
Un “adiós” implícito en un “hasta pronto” inmarcesible, pero dubitativo.
Paganismo geminiano sincopado y volátil: un café artesanal.
Ayer mío, posible presente, dudoso futuro.
Donde yace la mar cual faro atalaya descansas, y yo, entre montañas duermo figurando manifiestos inexistentes, con la pena y el orgullo en mi mesa de té.
Mi cabeza sigue igual como ayer; sigue igual. Mi café ya se enfrió, amén de mis noches.
Trepidante sexual con cabello de fuego. Maestro ambiguo. Rudo en lo preciso; cordial, práctico y transgresor.
Ya no estás. Tan solo soplos de opacidad esparcidos entre tu sombra que nuevos amores difuminan cual viento recio; un raudo recordatorio de los efímeros negocios del amor.
Vehemente elocuente ¿Dónde comienza nuestra historia? ¿Dónde la noche que dejé sangre en casa?
Allí, justo en el vértice de lo insano y lo atroz; lo candente, la pasión, y el placer del aceite de almendra en tu piel; en la mía...
Amigo viajero, deambulante de sueños vastos, te conozco como lo oculto en la escuadra de mi habitación a medianoche. Te temo y me asombras de la misma forma. ¿Dónde lo vivido? Real o fantasía fue vivido por meses y días opacos de carcajadas en la cama, planes frustrados y mascotas flacas.
Degustamos el vino del triunfo y a café de derrota nos supo. Empero la hiel es sabor, y lo nuestro, quemante poesía.
Un sorbo a mi taza y se azucara el paladar de mi memoria; otro más y ya no es prudente el exceso de cafeína, ni el afán de remembrar...
¡Salud, mi bien!