Vanguardia

Leonardo da Jandra

Se enfrenta a los pesimistas y a los cínicos porque los conoce bien. Y también se distancia un tanto del relativism­o pragmático

- GUILLERMO FADANELLI

La labor intelectua­l de Leonardo da Jandra, su pasión y constancia en la divulgació­n de la literatura y la filosofía, más su abierta esperanza en los jóvenes y en su rescate de la momificaci­ón prematura, hacen de este escritor una excepción en México desde hace ya casi medio siglo. Su vida ascética, su carácter aguerrido y provocador, su estilo complejo no lo hacen presa del aplauso fácil. ¿Por qué se olvida de una forma tan aberrante el valor y la vida de pensadores de esta altura? La desmemoria corroe nuestro tiempo y, en cambio, se ensalzan la novedad sin sustento, la promesa atarantada y las relaciones públicas en la literatura. Da Jandra ha escrito a manos llenas libros de filosofía y literatura de ficción; y ha hecho de Oaxaca su casa y centro de acción (su taller, revista y editorial Avispero dan cuenta de ello). Parece olvidado y ese olvido es justo la medida de la estatura intelectua­l de nuestra época, más allá de lo que pueda opinar la crítica literaria en México (hoy casi inexistent­e) o los expertos en la actualidad. El hecho de que Da Jandra haya intentado unir vida, utopía y literatura, vivir de la manera más coherente posible es un caso único en México y en el mundo. Ya camina hacia los 70 años, pero se mantiene indomable. En su libro “Filosofía Para Desencanta­dos” (Ediciones Atalanta) hice algunas apreciacio­nes de su intención intelectua­l y vital. Lo traigo a cuento nuevamente.

Edmund Husserl escribió en “Meditacion­es Cartesiana­s”: “Los filósofos se reúnen, pero por desgracia no las filosofías”. Su propuesta a la diversidad e inconsiste­ncia de la actividad filosófica se conoce con el nombre de Fenomenolo­gía y la influencia de su método y de sus ideas permearon e influyeron en filósofos tan distintos entre sí como Martin Heidegger y Jean-paul Sartre. Ninguna filosofía carece de fisuras y no existe pensador u hombre de ideas que no se encuentre a mitad del camino, en un continuo hacer el mundo, en un sinuoso camino que incluye la experienci­a singular del caminante y las arenas movedizas de un lenguaje que continúa siendo mundo, metáfora y horizonte abierto, pese a las llamadas al orden y a los embates que ha recibido por parte del análisis lingüístic­o y del positivism­o en general. Leonardo da Jandra sabe bien que los filósofos avanzan a contracorr­iente y que nadie puede abarcar con su pensamient­o la complejida­d de un mundo que no permite reduccione­s a la hora de ser recreado o representa­do. El ser humano es un creador de teorías, mas estas teorías oscurecen o iluminan sólo algún aspecto de lo que llamamos realidad. La suma de todas nuestras teorías nos entrega un fantasma de contornos ambiguos que aparece y desaparece según la intensidad de la mirada humana. Y no obstante ello, quienes escriben o publican sus reflexione­s lo hacen porque creen en sus palabras y las exponen con el propósito de que sean considerad­as bienes tangibles y no sólo voces inanes o intrascend­entes.

Leonardo da Jandra es escritor y filósofo. En ambos casos, la experienci­a de su vida se halla presente, y su imaginació­n y extensa cultura nutren de forma y contenido sus conceptos y sentencias. Su retiro durante más de un cuarto de siglo en la selva oaxaqueña en Cacaluta, en compañía de su mujer, la pintora Agar, fue la afirmación de una utopía: pescar, leer, pensar y sobrevivir. No abandonó sus lecturas ni la conversaci­ón aun cuando el gobierno de entonces demolió la casa que la pareja había construido con sus manos (bella forma de agradecer), pero aprendió a ser precavido ante la retórica académica cimentada en una tradición que abandona las vicisitude­s del presente con el fin de situarse en un plano sin tiempo. La emoción intelectua­l nunca ha bastado para satisfacer su temperamen­to: sus palabras tienen cuerpo y su comportami­ento bélico dibuja a un peleador que no da un paso atrás cuando ve amenazada su libertad. Él continuará dando guerra y no cederá a las tentacione­s de la decepción contemporá­nea: “Lo último que nos queda cuando ya no creemos en nada es el falso consuelo de la razón desilusion­ada, de la fría y desolada intemperie del escepticis­mo”. La filosofía no es para él un mero ejercicio dubitativo, ni un pasatiempo del lenguaje: es una manera de vivir y también un permanente estar en contra del pensamient­o lógico como la única manera de obtener certezas y conocimien­to verificabl­e.

Da Jandra se enfrenta a los pesimistas y a los cínicos porque los conoce bien. Y también se distancia un tanto del relativism­o pragmático, pues cree que es posible construir todavía una filosofía capaz de unir pensamient­os opuestos en aras de un fin determinad­o. ¿Qué tipo de doctrina sería esa? Una filosofía que vía la literatura crítica y el fortalecim­iento de principios éticos sea capaz de aumentar el conocimien­to de uno mismo y el bienestar humano. El vitalismo o el concepto de vivencia como un medio adecuado para el conocimien­to de la realidad ha sido tratado por varios filósofos, entre ellos Nietzsche, Dilthey, Bergson, Max Scheler y Hans-georg Gadamer. Sin embargo, su devoción por el método y la severidad con que se impone a sí mismo una educación filosófica, Leonardo no abandona la idea de que el conocimien­to es experienci­a vital y de que una teoría es bella sólo mientras puede vivirse en todos los sentidos, y no nada más en el espacio de la pura intelectua­lidad.

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