Flores de ayer; recuerdos de hoy
‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD
Las viejas casonas de Saltillo se ornaban con jardines abundosos. En el centro del patio una fuente de voz clara, y a los lados las alcobas de grandes puertas que en el verano se abrían para dejar pasar, con el frescor nocturno, aromas de madreselva, huele de noche, nardos y jazmín.
Los zaguanes -pequeñas selvas de espárragos y helechos- eran jardín botánico en macetas, y los patios constituían un infinito catálogo herbolario, muestra profusa de toda la flora habida y por haber.
Nos quedan todavía algunos de esos zaguanes, por fortuna, pues sus dueñas conservaron el amor a las matas. Las siguen buscando con avaricia de coleccionistas; las cultivan con esmerado celo; las intercambian -un piecito de julieta por una macetita de romeo-, y lloran cuando en invierno las pequeñas plantas quedan heladas y marchitas a pesar de sus nimias precauciones.
¡Qué deleite y qué gozo era en aquellos años pasar por los zaguanes saltilleros; atisbarlos con indiscreción al entreabrirse la puerta de la casa! Ahí veía uno macetas y macetones, ya colgantes como jardines de Babilonia, ya de pared o piso.
Ahí se veían enredaderas que subían por las paredes como si quisieran llegar a los altos techos de morillo y luego a la azotea, y luego al cielo.
Se miraban ahí aquellas plantas cuyos nombres eran alarde de imaginación, compendio de la sabiduría popular, deleite para la fantasía. Diré de algunas que recuerdo.
Aquélla que llamaba “amor de un rato”, de minúsculas hojillas suculentas y flores de púrpura llameante o estrepitoso guinda, que se abrían una hora solamente, para cerrarse luego, por eso así se llama esa plantita: amor de un rato.
La mala madre, que llena la maceta con verdiblancas hojas de terroso color, y cuando le brotan los retoños los arroja fuera, de modo que cuelgan flácidos, igual que hijos indeseados que la cruel madre no cuida.
El galán de noche, de blancas flores perfumadas que se abren al caer de la tarde y se repliegan cuando despunta el día.
El Juan Mecate, de floreados racimos de color de rosa que alargan sus finos tallos como cuerdas.
Y luego la otra planta de hojas largas, larguísimas, afiladas, rasposas, puntiagudas y -dicenvenenosas, a la que llaman, no sé por qué, “lengua de suegra”...
Jardines saltilleros, corredores floridos, zaguanes boscosos, mínimas selvas que nos protegen de lo gris: quiera Dios que por siempre las mujeres de Saltillo conserven en una macetita el corazón verdecido de nuestra ciudad.