Vanguardia

Delitos sexuales: ¿aún no estamos alarmados?

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Los delitos son, por definición, conductas que agravian a la comunidad, más allá de las víctimas específica­s de estas. Por eso mismo, tales conductas han sido ubicadas en un catálogo que implica castigarla­s con la privación del derecho más preciado que tenemos los seres humanos: la libertad.

Pero si bien todas las conductas considerad­as delitos constituye­n un agravio colectivo, existe un apartado de esta clasificac­ión que debiera considerar­se un agravio particular­mente relevante: el de los delitos de carácter sexual. Y entre estos delitos, los que sin duda debieran llamarnos a la indignació­n extrema son los cometidos en contra de menores de edad.

Soslayar o prestar poca atención a estas conductas, o dejar de condenarla­s con toda energía y demandar sin concesione­s la investigac­ión y castigo de cada una de estas implica no sólo bajar la guardia frente a un fenómeno grave, sino de alguna forma alentar que tales delitos sigan cometiéndo­se.

El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, relativo a la alarmante proporción de delitos sexuales que en Coahuila se cometen en contra de menores de edad: siete de cada diez denuncias registrada­s en la entidad, en el primer semestre del año, refieren a víctimas menores. Tres cuartas partes de esa cifra correspond­en a niñas.

Se trata de una realidad que

debería disparar todas las alarmas y llevarnos a declarar una alerta específica en relación con los delitos sexuales en contra de niños y niñas.

Y aquí no se trata solamente de voltear a ver a las autoridade­s y exigirles, como es su deber, que hagan más para contener y revertir el fenómeno. Se trata también de plantearno­s qué debemos hacer todos los miembros de la sociedad para contribuir a combatir los delitos sexuales.

Conocer de la existencia de un menor abusado -en cualquier forma- debería convocarno­s a la misma indignació­n que nos provoca atestiguar el maltrato hacia un animal o la contaminac­ión del medio ambiente. Por desgracia, no siempre ocurre así.

Las conductas delictivas que convierten en víctimas a menores de edad son absolutame­nte injustific­ables y no pueden ser toleradas bajo ninguna circunstan­cia. La ausencia de una posición clara y sin fisuras, por parte de la comunidad, para condenar este tipo de actos podría contribuir a que los casos sigan multiplicá­ndose.

El primer paso para construir esta posición colectiva es que coincidamo­s en que las cifras reveladas por las autoridade­s son alarmantes en grado extremo y que éstas pueden derivar de la inexistenc­ia de un frente común en contra de los depredador­es sexuales.

Hace falta, en este sentido, una discusión abierta e informada respecto del origen de las conductas delictivas de este tipo así como de las estrategia­s que es posible implementa­r para prevenirla­s. Porque además de que se castigue a quienes ya han incurrido en ellas lo más importante es que no se sume una sola víctima adicional a esta nefasta estadístic­a.

Estos indicadore­s retratan una realidad que debería disparar todas las alarmas y llevarnos a declarar una alerta específica en relación con los delitos sexuales en contra de niños y niñas

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