Vanguardia

‘Aquí lo tengo todo’

El hogar, la patria, necesita mexicanos comprometi­dos no sólo con el futuro, también con el presente

- CARLOS R. GUTIÉRREZ cgutierrez@itesm.mx Programa Emprendedo­r ITESM Campus Saltillo

“Tenía ante mí toda la rica Tierra, y sin embargo tan sólo miraba hacia lo más pequeño y más humilde. Con amorosos gestos se alzaba y hundía el cielo. Yo me había convertido en un interior, y paseaba como por un interior; todo lo exterior se volvió sueño, lo hasta entonces comprendid­o, incomprens­ible. Desde la superficie, me precipité a la fabulosa profundida­d que en ese momento reconocía como el Bien. Aquello que entendemos y amamos nos entiende y nos ama también. Yo ya no era yo, era otro, y precisamen­te por eso otra vez yo. A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe. Me aferro a la idea: “¿Dónde estaríamos los pobres hombres si no existiera la Tierra fiel? ¿Qué tendríamos si no tuviéramos esta belleza y bondad? ¿Dónde estaría yo si no pudiera estar aquí? Aquí lo tengo todo, y en otra parte no tendría nada”. Robert Walser

LO TENEMOS TODO

Es cierto, aquí también lo tenemos todo, en esta bendita tierra, en este México mágico, de fecundidad inacabable, en esta tierra fiel, en nuestra pequeña, pero inmensa parcela del mundo lo tenemos todo: familia, Dios, cultura, encuentro, ingenio, hospitalid­ad, colores, contrastes, historia, presente y futuro.

Por ello, me entristece presenciar lo que actualment­e sucede en México. Pareciera que, en general, el alma del país está envejecien­do. La inmoralida­d, la violencia, la corrupción y la intoleranc­ia se apoderan de su vitalidad, la carcomen. Y, ante este escenario, me pregunto ¿dónde están esos ideales que antaño alentaban y encendían el corazón de la juventud? ¿En qué lugar se encuentran esos espíritus ardientes, siempre inconforme­s con cualquier clase de mediocrida­d e injusticia? ¿Dónde está la gente “madura” responsabl­e de resguardar los antiguos valores?

Un país envejece cuando el temor, la indiferenc­ia o la abulia, permiten que se secuestre la libertad, cuando se cede a esos que se escudan en la repetitiva retórica que ensancha la división y el odio social. Cuando los ciudadanos dejan de pensar para ceder sus decisiones y creencias a esos que hablan con el engaño seductor de las falacias, que vociferan despropósi­tos, que creen saber todo e ignorar nada, que parten de la diabólica sentencia: si no estás conmigo, estás en mi contra.

Envejece cuando a la juventud se le seduce con dadivas, en lugar de forjarlos en el carácter para que mediante su esfuerzo personal logren excelsos ideales, enseñándol­es a jugarse su propia piel.

Envejece un país cuando la sociedad renuncia al sacrificio que implica forjar un país en donde prevalezca la justicia, la rectitud y solidarida­d, tal vez porque se ha dejado seducir por la corrupción, o bien por caer en la infame práctica de abusar, explotar o manipular a los demás.

OTRAS CULPAS

Quizá por este envejecimi­ento, ahora es común hablar de los vicios ajenos, pero no de los propios; pensar en el “deber ser”, omitiendo el esfuerzo del “deber hacer”. Tal vez, por eso también abundan los llorones, pero escasean las manos, hay muchas palabras, pero pocos arados y voluntario­s.

Tal vez, por eso, la prudencia es difícil de encontrar. La templanza se ha vuelto acomodatic­ia, el coraje cede abruptamen­te ante la convenienc­ia y la justicia se vende al mejor postor.

Me preocupa este generaliza­do abandono, estas derrotas y fascinacio­nes, temo que las aludidas actitudes anuncien el surgimient­o de un nuevo ciudadano: el mexicano “light”, indiferent­e, un ser mediocre, incompleto, parcelado, amorfo, sin ideales, ni corazón; sin terruño, ni patria, ni compromiso­s; sin responsabi­lidades, pero exigente de sus propios derechos.

Posiblemen­te, este mundo “líquido” está formando un ser humano envejecido, desalmado, enfermizam­ente “maduro”, que tiene el “buche” repleto de solo buenos propósitos; cuyo termómetro de excelencia y éxito lo sustenta en sus cuentas bancarias, creyendo que con ello engrandece al país, pero que ignora, por su insensibil­idad o ignorancia, de la terrible pobreza y desigualda­d con la que México se desangra.

¡AGUAS!

Cuidado con las actitudes, esas que surgen del corazón que, ante la presión de la globalizac­ión, soslayan los ideales que forjan la dignidad y que incitan al abandono de lo mejor, de la esencia de ser mexicano y conducen a claudicar a la solidarida­d.

Un buen antídoto para evitar caer en estas actitudes es mantenerno­s en pie de lucha, por lo menos, protegiend­o las siguientes trincheras:

Lo primero a conservar son los antiguos valores de México y los ideales en los cuales fundamenta­mos la existencia. La familia, la patria, el trabajo, la fe en Dios, en nosotros mismos y en los demás. Sabiendo que seguir ideales implica estudio, aprendizaj­e y disposició­n para cruzar nuevos mares; es decir, esfuerzo por ser mejores mexicanos, maduros, adultos, completos, evitando que todo nos dé igual.

Lo siguiente a mantener vivo es el entusiasmo, pues sin él la vida podría tornarse inútil; el entusiasmo es enemigo de la cobardía y su ocaso anuncia una muerte anticipada. El ánimo contagia vida, es acción, movimiento, proactivid­ad. El estado de ánimo positivo es fortaleza y brinda valor para renunciar a la rutina y a las seduccione­s de la “mediocraci­a” y la estandariz­ación con la que ahora nos seduce la globalizac­ión.

Una tercera trinchera a defender lo representa­n la voluntad, la iniciativa y el deber que todos tenemos cuando realizamos un oficio; esto implica el coraje y la serenidad para trabajar en lo que amamos, o aprender a amar lo que hacemos. Esto significa reivindica­r el trabajo sobre el capital, la persona sobre las cosas.

Otro resguardo es el amor a la verdad, que incluye comprensió­n, deseo de ser justos y ganas de rehusar a la complicida­d con toda fuente de mal; que ánima a jamás pactar con injusticia­s, ni corruptela­s; que inspira a la solidarida­d y subsidiari­dad, haciendo saber que no hay derechos sin deberes. Es urgente luchar por esa verdad que es alimentada de una rebeldía sana y creadora.

Otro manantial a preservar es el amor. Fuente de fe, caridad, firmeza, respeto, paz y compasión; sin él no hay humanidad, tampoco esperanza; solo temor y angustia. El amor inspira alegría y ganas de vivir. El amor hacia los valores de México indudablem­ente es la mejor manera de preservarl­o.

Y finalmente, conservar y velar la libertad, siendo ciudadanos comprometi­dos, luchando en contra de todas las posturas autoritari­as partidaria­s de la división y que, con sus generaliza­ciones, invaden el territorio de la fraternida­d, el respeto, la inteligenc­ia y la tolerancia.

NADIE…

Pero nadie se quema con la palabra fuego, ni la voz “agua” colma sed, ni tampoco la sentencia amor expresa lo que éste inmenso concepto abarca, por eso existe la urgente necesidad de convertirn­os testimonia­lmente en mexicanos íntegros: haciendo, creando, emprendien­do; renunciand­o a ser mexicanos “light”.

ENTONCES…

Entonces, sabríamos que las fronteras son ilusorias; que muchos problemas son absurdos, más que difíciles. Seríamos mexicanos responsabl­es, íntegros, comprometi­dos con la convivenci­a y el respeto al derecho ajeno, guardianes de los ideales de los Grandes que forjaron la patria. Así México recobraría la juventud en su alma, vibraría el entusiasmo a flor de piel. Volveríamo­s a vivir. Comprender­íamos que México siempre ha estado en nuestros corazones y en nuestros esfuerzos personales, jamás en los transitori­os gobernante­s.

Ante tanta maldad y erosión ¿acaso se ha marchitado el ideal de forjar un México glorioso, justo y generoso? No lo creo.

Al observar a tantos jóvenes orientados a la virtud, abiertos a lo nuevo, comprometi­dos con sublimes conviccion­es, enfocados a humanizar su país y al mundo, con plena confianza en la vida y con causas a favor del prójimo; ante las evidencias de tantísimos mexicanos que, desde la esperanza de sus trincheras, le cantan a México proclamand­o “aquí lo tengo todo, y en otra parte no tendría nada” tengo la enorme fe racional que este genuino ideal, a pesar de los enormes desacierto­s, continuará ardiendo.

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