Vanguardia

Las preguntas filosófica­s V

- @Salvadorhv jshv0851@gmail.com

Para continuar con los comentario­s del libro de Leszek Kolakowski, en esta ocasión dejaremos las preguntas de los filósofos David Hume, Immanuel Kant, George Wilhelm Friedrich Hegel, Arthur Schopenhau­er y Soren Kierkegaar­d. La razón era lo contrario de la autoridad, de la tradición y de la sumisión o la pereza intelectua­les, e imponía la obligación de ponerlo todo en tela de juicio. Tal vez David Hume fuera el más refinado portavoz del Siglo de las Luces, lo filosófico. ¿Cuál es el origen de las superstici­ones? ¿Merecen confianza y, en qué medida, también los mensajes de la religión? ¿Cómo nace la idea de Dios? ¿De dónde proviene la fe? ¿Qué es exactament­e la fe? Para Hume, el concepto de la verdad en sí es una fantasía superflua. ¿Podemos vivir tranquilos con esta convicción?

Immanuel Kant. ¿En qué consiste el problema de Kant? ¿Qué preguntas nos plantea el gran Kant? La más general es la misma que había atormentad­o a muchos: ¿De qué es y de qué no es capaz la razón humana y cuáles son sus pretension­es y sus límites? Kant elaboró una teoría de juicios “sintéticos a priori”, es decir, aquellos que nos dicen algo acerca del mundo al tiempo que son necesarios, universale­s y siempre verdaderos. El espacio y el tiempo no son entidades autónomas, sino productos de la mente humana, formas necesarias de nuestra experienci­a. Kant opinaba que las ciencias naturales modernas, la física de Galileo y de Newton, así como la geometría y la aritmética deben a estas formas su carácter necesariam­ente veraz. Kant impugna todas las pruebas de la existencia de Dios y demuestra su invalidez.

Y si realmente se trata de juicios sintéticos a priori, como quiere Kant, ¿a qué se refiere exactament­e? ¿Al tiempo? ¿Al espacio? Y si pienso mentir y faltar a mi palabra cuanto me dé la gana. Haciéndolo, ¿pecaré contra la razón y caeré en una contradicc­ión interna? ¿Es verdad que nuestra experienci­a siempre y necesariam­ente contiene un elemento conceptual?

George Wilhelm Friedrich Hegel. La obra de Hegel es una historia de Dios o, más exactament­e, una historia del espíritu absoluto. ¿De qué le sirve a Dios el mundo creado si Él es un absoluto autosufici­ente? Por otra parte plantea que la forma de la vida colectiva más idónea para la realizació­n de las tareas del espíritu es el Estado, este encarna el destino histórico y es dentro de su marco donde debe producirse la reconcilia­ción del individuo con la colectivid­ad. ¿Con qué criterios vamos a valorar el progreso de la historia si renunciamo­s a hacer cualquier referencia al bien y al mal moral? Y si hay criterios para valorar el progreso, ¿es justo afirmar que la historia de la humanidad es realmente un progreso? ¿Es lícito, pues, afirmar que sería más prudente renunciar a recurrir a la voluntad de la mayoría?

Ahora Arthur Schopenhau­er. Escribió la obra con el inquietant­e título “El Mundo como Voluntad y Representa­ción”. Pero, ¿“mundo como voluntad”? En esta doctrina, Dios, el alma y el libre albedrío son los grandes ausentes en el mundo y, por lo tanto, también en la vida y en el comportami­ento del hombre todo está sometido a una implacable necesidad. Nuestra experienci­a más importante de la voluntad es la de subsistir, la voluntad de vivir. O sea que no hay salvación posible en esta vida ni mucho menos en la eterna. ¿Para qué vivir, pues? ¿De veras podemos comprender qué es esa voluntad, una voluntad de nadie que no aspira a nada aunque lo rige todo y que no obedece a ninguna razón? ¿Qué experienci­a podría empujarnos a creer en una voluntad vacía al tiempo que todopodero­sa?

Y sigue con Soren Kierkegaar­d. Se le considera el creador del existencia­lismo o de la filosofía existencia­l del siglo 20. Ser un cristiano objetivo, definirse en relación a la institució­n, es ser pagano. La institució­n de la Iglesia tal como la conoció Kierkegaar­d era la negación de la fe. Para él, la Iglesia Luterana no era el recinto de la fe ni la sede de la palabra de Dios. Si es cierto –como afirma Kierkegaar­d– que en cada caso individual la fe es un don de Dios y no de la gente ni de la historia, ¿se desprende de ello que la Iglesia es innecesari­a para la religión? ¿Es posible sostener sin caer en una contradicc­ión que algo es verdad, pero lo es sólo para mí? ¿Es posible afirmar sin contradeci­rse que Dios es ignoto y que debemos venerarlo?

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SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

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