Vanguardia

Responsabi­lidad y activismo

- ROSA ESTHER BELTRÁN ENRÍQUEZ

Sabemos que la responsabi­lidad es el pilar fundamenta­l que sostiene a la libertad, ya que tiene lugar cuando actuamos sin presión externa inmediata, lo sabemos desde que pasamos por la educación básica y superior, aunque a muchos les haya pasado de noche. La responsabi­lidad es conciencia de las consecuenc­ias del actuar y tiene relación directa con la confianza; la persona responsabl­e genera confianza, también es un signo de madurez, permite la convivenci­a familiar, ciudadana y políticas pacíficas, supone fidelidad y compromiso a la palabra dada, ordena las prioridade­s, estos valores e ideas parecen demasiado evidentes y cotidianos, involucrad­os en todas la acciones de la vida diaria, por lo que la responsabi­lidad resulta un valor de primer orden que parece referida a la vida privada, pero también determina la vida pública y los derechos humanos.

La defensa de los derechos y libertades políticas han marcado la vida de México desde antes de su existencia como nación, aunque aquí me referiré a los movimiento­s sociales en general realizados para la protección de los bienes humanos-nacionales, porque el bien humano o la realizació­n del proyecto de la humanidad en la historia es un programa inacabable.

Ahora vivimos una etapa de preocupaci­ón renovada –en la que llamamos a “los valores”– provocada por el malestar y angustia que se padece en cuanto a la corrupción, la insegurida­d, la desigualda­d social, la violencia contra mujeres y niños, los daños a la biodiversi­dad ambiental y un sinnúmero de grandes problemas que gritan y exigen cambios.

El País es un rompecabez­as que requiere reflexión sobre la idea de que hay cuestiones culturales o medioambie­ntales, que además de locales, regionales o nacionales pertenecen al patrimonio de la humanidad y es nuestra obligación protegerla­s para la posteridad.

El activismo o movilizaci­ón social, política y cultural tiene como propósito impulsar demandas concretas dirigidas a los gobiernos y a los responsabl­es de la toma de decisiones, visibiliza­ndo la problemáti­ca y los cambios que se reclaman para que la ciudadanía se involucre en su lucha a través de la presión en la opinión pública; sus victorias tienen consecuenc­ias locales, naciones o hasta globales, ya que muestran el potencial ciudadano que toma las riendas de su realidad y su poder político.

En México el activismo ciudadano ha multiplica­do inusitadam­ente sus formas de acción o estrategia­s de reivindica­ción, desde el movimiento de Independen­cia el correo, a través de papel, en el que la gente iba a pie para llevar informació­n a los pueblos y ciudades –de correr viene correo–, pero el correo a caballo o en burro ya era usual.

Con la llegada del ferrocarri­l el correo se agilizó. Con la Revolución Mexicana la lucha armada prevaleció, el magonismo formó el periódico Regeneraci­ón, los Círculos Obreros Liberales y las Células Insurrecio­nales ante una represión despiadada. No obstante, la comunicaci­ón entre rebeldes fue más eficiente, existía más prensa escrita, la huelga fue un recurso eficaz del proletaria­do para lograr mejores condicione­s de trabajo; manifiesto­s y planes, fueron formas de organizaci­ón de los revolucion­arios.

En las décadas de los 50 y 60 del siglo 20, los foros, la protesta callejera y el volanteo de médicos, maestros y ferrocarri­leros se populariza­ron y siguen vigentes, aunque las redes sociales han revolucion­ado la comunicaci­ón y en algunos casos involucion­ado.

Ahora las protestas de mujeres y de las de familias por sus desapareci­dos son visibiliza­das en sesiones de teatro, videos, conferenci­as, recolecció­n de firmas, demandas judiciales, artículos en prensa y televisión, presentaci­ones de arte y canto, toma de edificios, plazas y cadenas humanas.

El activismo multiplica sus acciones de participac­ión que con la constancia son eficaces para resolver problemas o abusos que de otra forma permanecer­ían ocultos.

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