¿Qué culpa tiene la vitrina?
Ya fue suficiente y con justa razón. En lo que va del año en el País se han registrado más de 800 feminicidios, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Casi tres feminicidios diarios. Poco más de una de cada 10 mujeres en el País. Todo sigue igual, desde la violencia invisible a los feminicidios y a las violaciones; se suceden los gobiernos, pero el problema de la violencia de género y los crímenes de odio hacia las mujeres siguen sin solucionarse.
Entonces sí, que vengan las protestas, que vengan las marchas y los paros. Que el pueblo se manifieste hasta el último aliento y exija que el Estado brinde seguridad a su ciudadanía o cese de existir.
Sin embargo, se está siendo testigo de hechos violentos durante algunas de las manifestaciones. Ante estos acontecimientos la pregunta que se desea plantear, con la máxima seriedad y con el afán de buscar una verdadera respuesta, es: ¿por qué?
Ante una causa social cuya resolución, ya se ha dicho, es más urgente que nunca, el interrogativo se dirige a lograr entender con qué propósito se sale a la calle y se destruye el bien común: ¿ayudará esto a que de alguna manera cesen los feminicidios, las violaciones y las desigualdades entre hombres y mujeres?
¡Cuidado! Que no se diga “es que las quejas nada más se dan cuando destrozamos calles, pero con las violaciones todos se han quedado callados”. ¿Quiénes? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Hablamos por categorías sociales, por todo el mundo, por los hombres? ¿O quién no habló antes?
Está claro, la violencia contra la mujer es un mal “invisibilizado”. Ahora bien, para que sea visible, ¿se necesita destrozar una ciudad? O bien, ¿destrozando una ciudad se resuelve el problema? Si la respuesta es sí, ni sigan la lectura. Que se derrumbe el mundo entero.
Si la respuesta es negativa habrá que preguntarse: ¿esta violencia es necesaria para obtener los resultados esperados? Esto para afirmar que no: un monumento, una vitrina, una parada de un autobús o cualquier objeto no es más importante que alguna vida. Nunca, y nunca será así. Si destruir el mundo sirve de algo, que se destruya y se lacere todo lo que se interpone al logro del objetivo.
Considero que hay que partir desde un principio básico: la violencia no justifica la violencia. No hay forma en que se pueda decir me pegaron, ahora pego. Me robaron, ahora robo. Mi jefe me trata mal, ahora trato mal a mis subordinados. Tuve un pésimo día, ahora me desquito con la primera persona que encuentro.
Acordémonos que cuando en Europa mataron a seis millones de judíos, los nazis se sentían violados, amenazados y humillados. Cuando en Turquía ejecutaron más de 2 millones de armenios, también hubo una justificación lógica y racional. Meses antes de las barbaridades cometidas en Ruanda, el obispo de Kigali escribió al Papa: “El diablo está entre nosotros y tiene rostro de Tutsi”.
En algún momento la tortura como medio para adquirir información fue justificada; el colonialismo fue justificado y la esclavitud fue justificada.
Todo crimen que hoy se considera una barbaridad, en la historia fue en algún momento justificado.
Por lo general, en la sociedad contemporánea se justifican acciones violentas para responder a un contexto violento: violento porque las manifestaciones de poder se expresan a través de actos violentos; violentos porque los sentimientos se expresan a través de la violencia; violentos porque las masas individualistas persiguen sus objetivos sin reflexionar si sus acciones afectan o menoscaban otras categorías sociales.
¿Y si consideráramos la violencia como un sentido de impotencia? ¿Cómo una imposibilidad derivada de un cúmulo de factores que nos rodean, que no nos permite expresar nuestras emociones de una manera tranquila? ¿Y si es nuestra inseguridad que genera nuestra misma violencia?
Dirán, “lo intentamos, y no nos escucharon. Todo siguió igual”. ¿Justifica esto la violencia? Destruir bienes ciudadanos, ¿qué tanto aporta a la causa?
En “Condenados de la Tierra”, Franz Fanón afirma (hablando de procesos de descolonización): “al nivel de los individuos asistimos a una verdadera negación del buen sentido. Mientras que el colono o el policía pueden diariamente golpear al colonizado, insultarlo y ponerlo de rodillas, se verá al colonizado sacar su cuchillo a la menor mirada hostil de otro colonizado. Porque el último recurso del colonizado es defender su personalidad frente a su igual”.
Imaginémonos, ¿de qué hablarían los noticieros después de manifestaciones pacíficas si no de las legítimas y justas reivindicaciones propias de las mismas? Qué chido estaría que hombres y mujeres, niñas, niños, adultos mayores y todo el mundo, pudiera marchar en silencio y con respeto, y decir de la manera más firme del mundo: ya basta.
En palabras actuales, ¿contra quién se dirige la lucha para abatir la violencia hacia las mujeres? ¿En contra de los hombres? ¿En contra de los violentos? ¿En contra del sistema patriarcal? Aunque fueran todas las respuestas, ¿qué culpa tiene la vitrina?